Consultas Inmuebles declarados patrimonio

  • Provincia:
  • Cantón:
  • Distrito:

 

 

 

 

Y aquello era una fiesta.

 

Sr. Juan Carlos Morales Ruiz

Siquirres, Limón.

 

 

Cualquiera que haya hecho ese viaje a bordo del tren del Atlántico, más conocido bajo el seudónimo de "El Pachuco" (para los ferrocarrileros el Nº 101), concordarán en que hablo de una experiencia inolvidable, llena de colorido y folclor.

 

Por que no solo un medio tranquilo y oportuno de transporte, no, con el llegaba la vida de los pueblos.

 

La gente usaba su mejor traje (el de "dominguera", que llaman) para viajar e incluso para salir a verlo pasar.  Desde muy temprano se levantaba a los chiquillos, se les daba el desayuno, que por lo general era "burrita" con huevo frito, tal vez plátano o banano, la cosa era que quedara lleno, para que no anduviera pidiendo "cochinadas de camino", después se le vestía y peinaba con bastante "glostora" para controlarle el pelo rebelde, no sin antes sermonearlo y advertirle, so pena de un cosco, que cuidara de no ensuciarse, ni andarse "encaramando" en todo lado, ni andar pidiendo por que "no se anda plata" y mucho menos ponerse a jugar en el coche, en síntesis: "Va a andar sosega’o".  Una vez amonestado, se sacaba al "querubín" a mirar aquel pueblo ambulante entre los coches azules.

 

Ya desde que los vecinos lo veían a uno "catrineado" le soltaban la pregunta: "Aja vecina ¿Van de paseo?" y casi siempre la respuesta era menos emotiva: "No que va, mandaditos".

 

En cada estación era lo mismo, ir y venir de gentes (y "gentecillas") apuradas para tomar el tren o para recibir algo o alguien.  No faltaban las tristes despedidas también, tal vez del hijo que dejaba el terruño para estudiar o trabajar allá en "la capital", o enamorados que por una u otra razón se alejaban con un beso en la grada del balcón y una lágrima.  Los solitarios, aburridos miraban, quizá con nostalgia, por las grandes ventanas todo aquel movimiento.

 

Una de las estaciones más bellas y dinámicas, era la de Siquirres, "la ventana del Caribe", para los capitalinos.

 

Allí siempre estaban sus negros hablando a voz fuerte en inglés, mientras cargaban cacao en los vagones, siempre audibles entre el ruidoso gentío, los grotescos escapes del tren al detenerse y la campanilla de patio que encendía la locomotora.

 

Otros que sabían hacerse oír, eran sus comerciantes de alimentos tradicionales, quienes con ingeniosos estribillos publicitarios captaban la atención.  ¿Quién no recuerda a la señora bajita y gorda, con un delantal blanco y limpio que se paseaba con una enorme palangana de aluminio gritando: "Pescado, bofe chicharrones"?  ¿O aquel negro corpulento de caminar ligero que vendía (y aún vende) "pati" cerrando sus frases con un silbido fuerte y rítmico?  Si, ese que decía: "Llévelo, rico, caliente el pati de Lay.  "Silbaba y volvía con: "Pruébelo, delicioso con chile, pati de Lay".

 

Igual podríamos memorar a la negra que con una tina grande sobre la cabeza, a la usanza africana, ofrecía "pan_bon y cocadas", al negro flaco que traía cajetas de coco sobre las hojas de naranjo y melcochitas blancas con franjas rojas, al popular "Boli" (diminutivo de Bolívar) quien se ganaba la vida con sus deliciosos copos y granizados, entre otros que aprovechaban lo minutos que permanecía el tren para no solo hacer, sus "centavitos" , si no también culturizar con sus platillos a los viajeros, que ya esperaban esa cálida bienvenida de aquel pueblo alegre, que con cariño nombraban "La Siquiera".

 

Muy lamentablemente, "El Pachuco" ya no recorre las venas de hierro de la provincia.  Su pito lejano que encendía la algarabía se ahogó entre escusas burocráticas y provecho de algunos pocos, para "consuelo de tontos".

 

Más su inmenso legado y bellos recuerdos, esos no nos abandonarán nunca.