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Viajando en vagón
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Sra. Grace Hayling Fonseca.
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Limón, Limón.
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Nací
mitad negra, mitad blanca, no se si por destino o
por casualidad, en Limón, bajo palmeras, calor y mar; entre dos culturas,
entre dos razas.
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Mi
casa pequeña y de madera, junto a muchas otras más convergían todas a un gran
patio, con unas pilas en el centro, compartidas por todo el vecindario. Ahí se lavaba la ropa, los trastos y se
bañaban los niños después de cumplir un año.
A veces se hacían pleitos por el turno de cada cual, también los más
grandes, se levaban los dientes con jabón de coco.
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Jugábamos
rayuela, con suelas de tacón viejo y el cuadriculado se dibujaba con un
pedazo de carbón, también jugábamos suiza que de suizo no tenia
nada, era un pedazo de mecate viejo, pero nos sentíamos felices con tan poco.
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Los
juegos eran de temporada; el tiempo del yoyo, del papelote, de la media con
arroz, pero el que más me gustaba era el de zancos, hechos con dos tarros de
leche Klim con el fondo hacia arriba, se le hacia un hueco a cada lado y amarrados con un mecate
hasta la altura de las manos, estaban listos para la competencia. Los más grandes usaban los hechos con dos
palos largos y en cada uno un taco, donde poner los pies, algunos eran muy
buenos en estos, subían y bajaban caños, caminaban para atrás, subían escaleras y hasta bailaban.
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Los
que no participábamos sentados en el caño nos convertíamos en espectadores y
jueces.
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Teníamos
tres pares de zapatos, los de ir a la iglesia los domingos, los de la escuela
y las chancletas para estar en la casa, eran los zapatos de la escuela del
año anterior, solo que le cortábamos la parte del talón.
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Sabía
qué comían los vecinos los olores se filtraban a través de las paredes, me
mataban el de macarela frita. Pero
también descubrí el truquito cuando no tenían comida, sonaban las ollas y
raspaban con un tenedor los platos para que todos creyeran que habían comido.
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A
veces freían el donplín en lugar de carme, para que
al echarlo en el sartén hiciera el mismo sonido ¡Qué dignidad!
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Mi
casa era de madera de pared por medio con una negrita, esa negrita se llamaba
miss Lina y era partera, término que en aquel entonces no conocía, ahí
llegaban las mujeres a dar a luz, mi cama pegada a la pared, y la parturienta
al otro lado; los gritos que pegaba me aterraban, oía decir: " Chisas_ gray",
gad - amorci" y para que
se callaran Miss Lina les deba bofetadas y les decía ¡ Chetop,
Chetop! hasta que oía al niño llorar, para entonces
ya era de madrugada, se hacía el silencio y me dormía como si fuera yo la que
había parido.
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Si una
blanca tenía un hijo de un negro, este sabía si era suyo viendo si tenía el
color oscuro alrededor de las uñas y las encías color morado, como quien dice
le practicaba la prueba de ADN.
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Mi
mamá cocinaba con carbón, como la mayoría de nuestros vecinos, se compraba en
el corredor de una casa cerca de la mía, una lata costaba una peseta. Me ponían a soplar el anafre con una tapa
de olla, el humo me enchilaba los ojos y me hacía toser; ahí no terminaba mi
participación con el carbón, me tocaba lavar las ollas tiznadas de hollín,
pero, no se crea! lavarlas también tenían su secreto; Se tomaba la ceniza, el jabón azul y una alambrina, se restregaba duro hasta quitarle toda esa
mugre, hasta esto resultaba una competencia entre vecinos, a ver quién las
dejaba más relucientes! Los sábados
era el día de la lavada de pelo, era común ver las mamás sentadas a fuera de
sus casas, con las piernas abiertas y entre estas la frondosa cabellera de
sus hijas, después de lavarlas, a escarmenarles la melena, los jalones de
pelo, una verdadera tortura y nada de protestar porque de lo contrario le
daban con el peine en la cabeza, que dolía aún más; luego le ponían la
vaselina, seguido el peine caliente, a más de una le quemaron las orejas, ahí
no termina todo, seguía la confección de trenzas, finitas y bien apretadas,
como podemos ver la peinada resultaba un buen jalón de mechas: Una vez intenté
que me peinaran de ese modo, me dolió tanto que dije; ¡ hasta aquí!
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Los
sábados también se enceraban los pisos de las casas, el que también tenía su
forma particular de llevarse a cabo, se sacaban los muebles al corredor o al
patio, la sala merecía siempre mayor cuidado, en la pulpería del chino se
compraba la cera, la "pelota" costaba también una peseta; a esta se la
agregaba ocre y unas gotas de canfín, ¡Ahora sí! de rodillas se iba encerando
el piso, se dejaba secar un rato, y con unan pipa de coco que primero se
limpiaba bien con un tenedor, como diríamos "Cepillo eléctrico de mano", se
le iba sacando el brillo poniendo el pie en el coco y a punta de impulsos
hacia delante y hacia atrás, le sacaba el brillo para pasar luego una lana,
motivo de orgullo y competencia para ver cuál casa resultaba más reluciente.
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La
ropa se lavaba a mano, implicando también un gran esfuerzo físico, en una
gran palangana de aluminio galvanizado llamada batea y un rayo confeccionado
de un tablón con incisuras en el centro se restregaban las prendas, las más
delicadas se lavaban a mano, se aporreaban sacando agua del tanque que tenían
las pilas y se apuñaba y se golpeaba duro contra la pila para sacarle bien el
jabón.
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Los
pantalones y las camisas del marido se engomaban, muchas la fabricaban,
rayando la yuca, poniéndola al sol en la lata que también servía para
blanquear la ropa, ya con la yuca hecha polvo, se le agregaba agua caliente y
unas gotas de limón, tenia que tener la
consistencia ideal, ni muy rala ni muy espesa. Cada familia contaba con su respectivo
tendedero, un alambre, una vara de madera con un clavo doblado en uno de sus
extremos, para que le pegara mejor el sol a la ropa.
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De vez
en cuando mandaban un bolazo y ensuciaban la ropa, luego de hallar al
culpable, venía su mamá y retorciéndole una oreja y diciendo: "ay wend bit yu" se lo llevaba de
una buena fajeada; después de un rato cuando ya se había repuesto del dolor,
buscaba al que lo había sapiado y le mandaba una
pedrada con puntería casi perfecta, acertaba pegarle en la cabeza, se diría "
justicia pronta y cumplida"
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No
faltaban los roces entre vecinas, revoloteando el "baty"
y pasándose las manos como limpiándose, la hacía llegar el mensaje, otra
ofensa consistía en escupir en el suelo, poner el zapato y moverlo como
aplastando algo.
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Comprendo
ahora la particular forma de expresar sus sentimientos, todo con movimientos
corporales, amor, fe, enojos, alegrías y sin sabores.
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Mi
mejor amigo y vecino se llamaba Laydy, se escapaba
de la casa, a atorrantear, ¿sabe
Dios a donde?
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Un día
al oírlo gritar de curiosa me asomé por la ventana, le habían quitado toda la
ropa, chingo como Dios lo mandó al mundo lo dejaron, para que no pudiera
salir de casa, cuando le vi su "pipí" tomé conciencia de la diferencia entre
hombre y mujer, creo que ese día perdí mi inocencia.
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Pero
mi vecino nunca escarmentaba, volvía ha hacer lo
mismo, un día de tantos oí los gritos desesperados que pegaba y corrí y me
asomé, lo tenían de nuevo chingo y colgando de los pies, nunca más volví a
espiar en las casas vecinas.
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Al
frente de mi casa pasaba la línea del tren, y por esta vía arreaban el ganado
que conducían al rastro o matadero cerca del río Cieneguita, de vez en cuando
una res se escapaba provocada por los perros que al pasar les labraban, me
metía debajo de la cama, hasta que todo pasara.
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La
vanidad siempre estaba presente con carbón ó caña
de azúcar se blanqueaban los dientes.
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De
tanto jalón de pelo, y tanto peine caliente se les quebraba mucho el pelo
para que creciera, con tuna se daban su sección de belleza.
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Volvamos
a mi patio, mi casa quedaba diagonal a la Portuguesa, en aquel tiempo no
sabía que era una casa de prostitución, lo que si recuerdo es ver los marinos
entrando en pequeños grupos, una vez vi entrar al sacerdote con todo y
sotana, dis que a perdonarles sus pecados, con mis
escasos años y mi inocencia a flor, pensé en su gran labor.
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Resultaba
común que a cada nada se fuera el agua, donde Chiví
había un tubo bajito que siempre tenía, al oír decir: "di watá
gan" nos enfilábamos para allá, con baldes,
palanganas y tarros.
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Después
de llenar los recipientes, se los colocaban en la cabeza hasta llegar a la
casa, yo era novata en esta tarea, me ayudaron a colocarme mi palangana,
cuando llegué a casa, venía empapada de pies a cabeza y con la palangana
vacía; pero ¡qué bien la pasé!
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Hablemos
de comidas. El desayuno consistía en
un té, se utilizaban diferentes hierbas, ya sea sorosí
(el cual se supone purifica la sangre), sácate de limón, canela, o bien
chocolate caliente, (leche evaporada, chocolate, azúcar y un poquito de agua
hirviendo y con un molenillo se batía hasta que
quedara bien espumoso), éstas bebidas se acompañaban de pan blanco con queso
molido o bien tajadas de fruta de pan fritas.
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La
mayoría de las comidas llevaban como ingrediente la leche de coco, influencia
especialmente traída de Jamaica.
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Se
consumía mucho bacalao noruego, las tortas de bacalao y el jaquí con bacalao, platillos que no podían faltar en la
mesa.
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Cuánta
sabiduría en la alimentación; la leche de coco en estudios recientes resultó
ser fuente riquísima en calcio, mineral indispensable para tener hueso y
dientes saludables.
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El
bacalao para el buen funcionamiento del hígado, el páncreas y los pulmones;
por eso creo que fue y sigue siendo una raza muy fuerte y longeva, verdaderos
robles, a los cuales costaba adivinarles la edad.
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La
receta original del Rice and Beans era: Arroz,
frijoles rojos grandes, rabo de res en salsa, aquí por circunstancias
económicas se modifico la receta por Rice and Beans con pollo.
Por lo general la gente en los patios tenía sus gallinas que ellos
mismos destazaban, de la siguiente manera; ponían una palangana encima de la
gallina y con el cuello por fuera, el cual cortaban de un solo machetazo.
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Dentro
de la familia también a la hora de repartir la comida, se hacía de acuerdo a
la jerarquía familiar, al padre la mejor parte del pollo, ¡El muslo! A los niños el pescuezo y las patas.
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Lamentablemente
nos mudamos de casa, ahora viviría cerca del Cuartel y de la plaza. Este servía para muchas actividades; desde
la mejenga, hasta de cine, pues ahí proyectaban "Lo mejor" sus películas,
como quién dice "Cine al aire libre, y sobre todo de gratis, también servía
para campañas política y religiosas, corridas de toros y una vez instalaron
un circo, el primero al que asistí.
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Me
adapté rápido a mi nueva casa y a mis nuevos vecinos, donde tuve la
oportunidad de vivir nuevas experiencias.
Esta casa era más independiente, tenía patio cercado con latas de
zinc, aunque del otro lado había un patio parecido al otro que había vivido.
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Las
casas contaban por lo general de sala, cuarto y cocina y dentro de esta una
mesa haciendo las veces de comedor.
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El
baño y el servicio quedaban afuera y debía ser compartido por todo el
vecindario.
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Y si
me pregunta cómo se hacía para las necesidades nocturnas, ah bueno! existían las famosas vacenillas,
¡había que ver! todo mundo en la mañana arrojando por la ventana al patio el
líquido amarillo con su olor tan particular.
Bueno, a la entrada de este patio se ubicaba una casa grande con
corredor colado en la parte de arriba pues era de dos plantas; había una
logia y al morir algún miembro lo velaban ahí, en el silencio de la noche se
escuchaba las cadenas pesadas que jalaban, esos ruidos me aterraban igual o
más que los de la negra pariendo.
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A
pesar de mi miedo, pudo más mi curiosidad, una vez quise entrar, sin embargo
las amigas me dijeron que lo que ocurría ahí era muy secreto y que de todo
modos ingresar al reciento era casi imposible, ya
que ellos tenían una contraseña para reconocer cuando alguien era miembro,
también que el que aceptaba ingresar a esta cofradía no se podía salir ni
contar lo que ahí pasaba. Dicen que se
reconocían a través del saludo a la hora de darse la mano.
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Los
funerales era algo muy especial, creo que nunca he visto revestidos de tanta
solemnidad.
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En dos
filas, los hombres a un lado y las mujeres del otro, impecablemente vestidos,
las señoras todas con guantes, sombrero y una banda de color celeste los
hombres por supuesto de vestido entero, la cinta de ellos era de color
rojo. Llevaban de primero un
estandarte, un grupo con espadas, otro una hacha muy grande, palas, y un
libro grande montado en algo que se jalaba, creo era una Biblia. El de mayor rango portaba entre sus manos
un reloj grande, supongo que también tenía su significado especial, no se si para simbolizar su tiempo en la tierra o para
indicar que se le paró el reloj (Corazón).
Con el tiempo les perdí el miedo a las logias y mi curiosidad.
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Como
puede imaginar, vivía en el puro centro de la cuidad, así que no me perdía
ningún acontecimiento.
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En
cada esquina había una pulpería, la mayoría de chinos, con la particularidad
que tenía su rinconcito especial para la venta de guaro; pero también el
centro de Limón estaba lleno de iglesias: Católica,
Ejército de Salvación, San Marcos, Adventista, Metodista, Evangélica entre
otras. En esa estructura social, creo
que cabe el refrán que dice: "El que peca y reza empata"
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Toda
la activada comercial estaba concentrada en el mercado, punto de encuentro
diario de todas las amas de casa, lugar idóneo para comentar entre sí uno que
otro chismecito, concertar una cita clandestina, la compra de chances, darle
un sombrillazo a alguna fulana sospechosa de andar con el marido, no se crea
para ir al mercado también se iba bien "Shaineada"
aunque fuera a pedir dinero prestado.
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El
mercado estaba rodeado de bellos jardines, y bancas. La variedad de frutas cosechadas en la zona
era asombrosa desde caimitos, fruta de mono, manzanas de agua, anonas, pejibayes
conocidos como "pifa", guabas, carao, carambolas y
unos mangos pequeñitos que maduros su néctar era una verdadera delicia,
dignos de satisfacer el paladar más exigente, las naranjas también jugosas y
dulces, cuya cáscara servía para hacer té; y ni qué decir la guanábana, con
leche evaporada, azúcar y un poquito de nuez moscada resultaba el fresco más
delicioso.
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La
mujer limonense, se las ingeniaba para trabajar sin salir de su casa, montaba
su "industria casera", empresaria en potencia, para todas ellas mis respetos
y admiración, hacían desde enyucados, patí, pan bon, chicheme, confites llamados kiandy, cocadas, bofe con yuca, pudín de yuca entre
otros. Colocados en una canasta
recorrían todo el centro de Limón vendiendo sus productos. Kielett vendía
maní, era ciego, al que todos trataban de meterle monedas falsas, pero, ¡Que
va!, antes de entregar la bolsita, tocaba la moneda con sus dedos, resultaba
casi imposible engañarlo, lo tenía muy desarrollado el tacto. Y ni que hablar de Caballero con su
sombrero de paja y su delantal blanco empujaba su carretillo en el cual
portaba su sorbetera, pregonando a todo pulmón: "Hay helado, buen helado,
compra éste, compra más"
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Me
sentaba en las graditas de mi casa, con un vaso en la mano y una peseta (aclaro
al que llevaba el vaso le daba feria) con toda paciencia atisbaba que no se
me pasara; no se crea que ese privilegio era de todos los días, sólo los
domingos a eso de las tres de la tarde.
Mis preferidos eran los de guanábana, ¡los más ricos del mundo!
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También
algunas mujeres lavaban ajeno en sus casas y luego de lavar y aplanchar, se
ponían el motete de ropa en la cabeza, como diríamos hoy en día "Dray Clearing Spress" con su cabeza bien erguida, daban aire de mucho
orgullo, una de ellas se llamó Miss Zetell, que
también leía las cartas y daba los números de la suerte, decía "Juega el 08
usted" va a ganar y póngase perfume de 7 azahares para que encuentre marido"
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Las
costureras, excelentes modistas, les mostraban a sus clientas los figurines
traídos del extranjero con lo último en la moda. Las mejores telas se adquirían en la tienda
Yacoren o en el Comisariato; para los hombres
cortes de casimir inglés.
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Los mejores
trajes se guardaban en un baúl, con bastante naftalina, los cuales se lucían
en momentos especiales, un funeral, una boda o bien para asistir a la
iglesia; pero a decir verdad muchos quedaban impregnados del olor a naftalina
y a humedad, o sea que olían a viejo.
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Los
difuntos se velaban en las salas de las casas, el féretro montado en unas
burras y una palangana con hielo abajo, el muerto vestido con sus mejores
galas. A las embarazadas no se les
permitía verlos y se honraba su memoria jugando dominó o tablero y traguitos
de ron toda la noche. Aún se conversa
acerca de esta costumbre aunque ya no se practica con frecuencia.
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Regresemos
a mi vecindario, yo me sentía feliz, pues como vivía en el puritito centro, no me perdía de nada, desde los borrachos
que recogían y llevaban a pie con los brazos torcidos hacia atrás y dándole
de bastonazos se si ponían un poco rejegos, al día
siguiente los soltaban y habían que verlos! a parte
de la goma moral la chichotas, raspones y encima la garroteada.
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Una
vez entré al cuartel ¡a qué! no me acuerdo.
Colada entre las faldas de una vecina; pero sí me mataba la
curiosidad, vi los reos, guindando de los barrotes y tirando bolsas con
desechos humanos, por muchos días mantuve esa imagen en mi mente, pero creo
que marcó para siempre mi amor a la libertad.
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Mis
hermanos y yo nos fuimos una tarde a la loma de Garrón, eran potreros llenos
de árboles de frutas de pan, cocos, jobos y por supuesto los suculentos
caimitos. En uno bien alto y frondoso
se subió mi hermano y yo también lo hice, a decir verdad subir no me costó,
ahí anduve como quién dice: de rama en rama, mi hermano ya cansado se bajó y
me dejó ahí arriba, ayúdeme a bajar! le decía un poco preocupada, pues ya
estaba oscureciendo, y por más que le suplicaba me decía que no! hasta que
apareció un ángel de la guarda, un negro flaco y alto que en un santiamén
estaba a mi lado, me tomó de la cintura y como muñeca de trapo entre sus
brazos conmigo descendió, ahí no termino todo. Olía tan mal mi rescatista que me impregnó
de su tufo, pero para eso hice uso de la receta más vieja, una restregada con
limón y asunto resuelto, este es el desodorante natural más eficaz que he
conocido.
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Por
fin llegue a la escuela, la Tomás Guardia, albergaba toda la población estudiantil
del momento, los varones y las niñas estábamos en aulas separadas.
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Las
maestras en su mayoría blancas eran un poco racistas y cada vez que podía
metía en una pequeña bodega situada debajo de la escalera a algún
indisciplinado alumno por lo general negro, como quien dice: lo metían al
calabozo.
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Sólo
teníamos tres cuadernos el de vida, el de borrador y el de tareas y como
implementos el lápiz y el borrador. La
maestra contaba con tiza, pizarrón y el metro que cumplía doble función;
señalar las palabras y arriarle al que no ponía atención.
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Las
robadas de lápices no eran jugando, pero para esto también hubo solución,
cargarlo clavado en el pelo, como tesoro en caja fuerte.
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Los
estudiantes de color eran los más sobresalientes, principalmente en
matemáticas, en las escuelas ingles aprendí a sumar, restar, dividir y no qué
se diga de las tablas de multiplicar aquello de " One bay one, one" entre otras también a
ejercitar la memoria repitiendo los textos de las cartillas The pig is big.
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Los
nombres de mis compañeros era muy particulares, les ponían nombres de
personas importantes, científicos, presidentes extranjeros - Benjamín, Delano, Thomás, Franclik, Martín, Marcus, Luter
por citar algunos.
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Cuando
llegué por fin a la escuela tuve un problema; en el recreo me acercaba a mis
compañeras de color, dejaban de hablar en español y continuaban haciéndolo en
Inglés yo me quedaba un poco fuera de la tertulia, así que decidí ir a la
escuela inglés.
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Las
lecciones las daba una negrita en la sala de su casa, en su escritorio tenía
una campana, una faja de cuero y un sacapuntas. Al iniciar las lecciones se saludaba a la
maestra de pie y en coro decíamos" Good afternum Teacher y así de pie
empezábamos a decir los números de uno al cien, el abecedario, las tablas de
multiplicar, las silabas para entonces yo ya me había dormido sobre el
pupitre, pero un día un compañero cometió una falta y se lo llevó para la
cocina y al escuchar los gritos, me fui a ver que
pasaba, a mi pobre compañero le hacía extender sus brazos y con las palmas de
sus manos hacia arriba y con el metro que les hable le daba fuertemente, esa
fue la última vez que asistí. Aún
tengo presente su rostro y su nombre Miss Carnegi. Con el tiempo supe que termino pidiendo un daim para comprar licor.
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Cerca
de la casa de mi tía estaba la de Miss Blanch, famosa por sus comidas, el
bochinche casado era ¡Único! hasta la fecha no he probado otro igual! Por un zaguán se llegaba
hasta la puerta de su casa, ahí unas cuantas mesitas con sus respectivas
sillas, cubiertas la mesa con carpeta floreada y el chilero en el centro
(vinagre de banano, chile picante, granos de pimienta) y el radio con el
programa de Sidney Walthers
en Casino. Iban llegando sus
clientes. El "Bochinche" llevaba
macarrones fritos en achiote, espolvoreado con queso rallado, ensalada de
repollo y tomate, frijoles arreglados, papas fritas y el bistec bien
cocinadito con cebolla acompañada de un buen vaso con hiel, popularmente
conocida como agua de sapo.
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Por
fin llegue al colegio! lugar de vivencias y grandes
acontecimientos. Una de tantas la del
profesor de inglés un negrito y gordito llamado Don Eloy Prottchar,
muy exigente, regañón y bueno para bajar notas! Se gano más de un
enemigo entre sus alumnos. Se compro un carrito, su gran orgullo, un lunes cuando mis
compañeros, subían al colegio se les ocurrió echarle arena al tanque del
carro del profesor, este muy orondo se montó y en media cuesta se varó, hasta
ahí le duró su carro, nunca supo quién fue el causante.
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El
colegio con su salón de actos y su escenario con cortinas de color morado,
era idónea para las grandes veladas.
Para toda celebración me vestía de negra y con mis amigas bailábamos
calipso, casi siempre "tarimita, tarimita, calin mi
banana".
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Transportarse
en el tiempo remontarse al pasado, hay quién lo hace en velero a través de
los mares, hay quién remonta el vuelo surcando los cielos. Nací oyendo el pito del tren, sintiendo
como cimbraba la casa cuando éste pasaba, toda la vida del limonense giraba
en torno a él hasta los funerales se hacían en tren.
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¿Por
qué en vagón? Después
de la máquina venían los coches de pasajeros.
Me he remontado a mi infancia, sentada en el tren, fui recorriendo
cada esquina, cada rincón, cada esquina.
Vivencias hermosas, mi herencia étnica de la que me siento orgullosa y
me ha permitido encontrarme con la esencia misma de mi ser.
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Viajar
en tren, es la experiencia más maravillosa, te llena de emociones,
pensamientos que se agolpan en la mente y que por los rieles también viajan a
manera de equipaje, una maleta llena de sueños, fantasías, ilusiones,
progreso, esperanza, amor, pobreza y trabajo.
El producto del finquero; sacos llenos de cocos, cacao, yuca, ñampi, plátano y banano.
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La
vida al igual que el tren con su chucu_ chucú marcha hacia delante, sin detenerse hasta llegar a
la estación.
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Nacer
en esta tierra, es estar muy cerca del cielo, ¡La Amo tanto como amo a Dios!
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