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Los viejos botes de madera

 

Sr. Richard Spence Morgan.

Limón, Limón.

 

 

Agoniza un día más como tantos otros.

Se terminan sus horas de vida, concedidas por la bondad del tiempo, desvaneciéndose el esplendor de su juventud.

No presume más de su radiante fulgor.

El cielo se pinta de claroscuras intenciones de un matiz sombrío, melancólico, de luto.

Se apaga la luz natural ante el candil de los artificiales focos del mundo.

Cantan las aves despidiéndose del albor, de la luminiscencia que fallece.

Huyen las sombras de las cosas.

Los callejones de mi ciudad se han vuelto nostálgicos, opacos, ausentes de las pisadas de la concurrencia.

En este atardecer, de un día en mi tierra, se mecen en su costa los viejos botes de madera, ebrios de copas de sal, que siempre invita la marea, cansados de aventurar, cansados de tanto madrugar.

Besa don Pedro a Raquel.

Génesis golpea al extraño que aun no tiene escrito el nombre en él.

Baila Libertad la música, que la luna al mar pone a tocar.

Cuenta El Grande a Esperanza, sus historias de navegar.

Al amanecer de un día en mi tierra.

Pinta el sol las barcas, los viejos botes de madera.

Quieren viajar temprano, quieren nadar a las fronteras,

Ir a la mar a pescar,

Los viejos botes de madera