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La ley entra por casa
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Sr. Asdrúbal Quesada Castro.
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Guápiles, Pococí.
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El
cielo estaba hosco, atiborrado de múltiples nubarrones opacos que advertían
animosos chaparrones por la tarde.
Vientos de considerable intensidad empujaban las nubes de este a
oeste, como si quisieran dirigirse a otros lugares celestiales. A la distancia, a un costado de la agreste
montaña, se observa el gris claro del agua que empezaba a caer, acariciando
el verde musgo de la pradera. De tanto
en tanto, el brillo de un fugaz relámpago acompañado del ruido leve de un
trueno, se hacían sentir en el infinito.
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En un
pueblito, muy chiquito y bonito, llamado la Marina de Guápiles, cerca del Rio
Toro Amarillo, allá por los años ochenta, vivía un Negro en una finca, cuya
extensión dependía de las crecidas del Rio.
Por ser tan planas las tierras de por allí, el caudaloso riachuelo se
desplazaba, un día hacia la izquierda y la propiedad del Negro se reducía en
muchas hectáreas; al otro día, se desbordaba por la derecha y la finca se
extendía muchos acres mas.
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El
Negro tenía varios hijos grandes y entre todos cultivaban la tierra,
explotaban la madera, criaban ganado, cerdos, caballos, gallinas, patos, chompipes y perros de cacería.
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Con
los prolongados y tediosos temporales, que con frecuencia, azotaban la Zona,
a menudo se inundaba el área donde tenían la casa y se veían obligados a
desplazarse, con los hijos, los animales y sus haberes, a otros sitios más
altos y seguros.
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El
Negro era un hombre robusto, ancho de espalda, esbelto y distinguido a quien
resultaba difícil diagnosticarle la edad.
Era fuerte como un níspero, agradable y ameno al conversar. Siempre se distinguía, porque a pesar de lo
poco letrado que era, tenia amplios conocimientos
de la vida y, sobre todo, de los quehaceres diarios del campo. El Negro no sabía de escuelas, colegios y
universidades, pero siempre unía la fuerza física, a las enseñanzas de la
vida y a las destrezas aprendidas en el quehacer de la calle. Su única fuente de información de lo que
sucedía en el mundo eran las noticas y Escuela para Todos, programas que con
frecuencia escuchaba en la radio.
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La
caza y la pesca eran dos actividades en las cuales, el Negro era un pozo de
sabiduría, sometidas a su total y absoluto dominio, y a menudo las
consideraba sus actividades deportivas favoritas.
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El
Negro era una persona muy apreciada en el pueblo. Quizá era, por ese entones, el único negro
querido en Guápiles; por su honradez, su transparencia, su dedicación al
trabajo, su participación en el Club de Leones y su desprendimiento
comunal. Por ello llego a ser miembro
activo de la Municipalidad, donde realizo una labor, bastante aceptable, para
la época.
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Una
persona muy cercana a él y que lo imitaba muy bien en su forma de hablar, era
su amigo Nuñez; un guapileño
de pura cepa, que compartió con el Negro en muchas oportunidades. El era muy
apreciador de la familia del Negro.
Tomo muchos whiskys con él, y conoció varias
e interesantes anécdotas suyas.
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El día
estaba encapotado, oscuro, lluvioso y una tenue brisa, helada como una mala
noticia de la mañana, anunciaba fuertes chaparrones para la tarde y la noche.
Relampagueantes culebrinas, de vez en cuando, iluminaban el fondo oscuro del
infinito, y en la lejanía, se escuchaba el tenue ruido de algunos truenos.
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Ese
día, Núñez se dirigía a San José a realizar una gestión personal y, al pasar
frente al Restaurante Los Sukias, se encontró al
Negro, con botas de hule colibrí, en short y sin camisa, con un largo machete
en la mano, caminando de un lado a otro, como si en su mente anidara una gran
preocupación.
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Viéndolo
en esa angustiosa situación, Núñez detuvo su automóvil y se bajo para saludar al Negro y de paso, averiguar qué
diablos le pasaba.
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El
Negro, cuando vio acercarse a su amigo del alma, se adelanto
y le extendió, cordialmente, la gran manota negra, y después de darle un
efusivo abrazo le dijo:
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"Como estaaas, camaraaada_
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_ "Yai
Maje, pura vida -respondió el recién llegado_.
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"Yai" Voy para San José -respondió
Núñez_ Porque te veo tan preocupado,
Negro_ Lo miro un poco raro.
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Que le
pasa. Le duele el corazón. Insistió su amigo.
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_Veraaa¨ Estoy que
me lleva la graaan puuu...,
_Dijo el Negro_.
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_Porque,
huevón_ Con ese machete en la mano, _amigo_ hoy soy capaz de mataaar a cualquier hijo de puuu...
que se me atraviese. -Respondió el
Negro_
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_Pero,
Por que Que te sucede -Pregunto su aliado_
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_ ¡Yaaai! ¡Miraaá!
Núñez. Acaba de irse Alonso, mi
hijo mayor, en el pick up de la casa, a hacer un mandado al centro de
Guápiles y no lo va parando un tráfico.
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_ ¿Y qué tiene que ver eso, Negro’ -Preguntó Núñez_.
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_ ¡Yaaai! ¡No es mi
hijo menor, el que está paraaando a todo el mundo! Mi hijo, Núñez. Núñez, mi hiiijo. El que hice tráfico ad_honooor.
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_ ¿Quién? ¿Alejandro? -Preguntó
su amigo_.
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_ ¡Claaaro!
Alejandro. Le hizo la señal de
alto al carro de la casa, conociendo el cabrooón
ese, el pick_up de la familia.
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_ ¿Y qué? -Preguntó
Núñez_.
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_ ¡Yaai!
Sencillamente lo paaara y Alonso, como es
muy educado y de buenos modales, al ver la figura impecable del tráfico, con
su uniforme y todo, que le estaba haciendo la señal de alto, se le arrimooó y le preguntooó:
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_ ¿Qué pasooó, hermanooo?
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_Y,
Alejandro no se digna responderle. Se
va directamente a la puerta del carro y le dice: Liiicencia,
Núñez, Núñez, liiicencia.
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Sabiendo
el cabrooón ese que Alonso, su hermano mayor, anda
trabajando y que además, tiene permiso pa’
conducir.
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_ ¿Y qué
pasó? -Preguntó su amigo, muy intrigado_.
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_ ¡Yaaai! Aparte de
todo eso, el cabrooón de Alejandro, envalentonado
con el uniforme nuevo de aprendiz de Inspector de Tránsito, le dice a Alonso
que tiene que cambiarle el stop izquierdo y arreglarle las direccionales al
pick up, sabiendo que ni él mismo las ha podido arreglar.
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¿Y qué
más sucedió, huevón? -Indagó Núñez, muy interesado en el
asunto_
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_ ¡Yaaai! No ve que
el cabrooón de Alejandro, con la libreta de hacer
partes de tránsito en la mano, le dice a Alonso que también tiene que
arreglarle los frenos al carro de la casa, cuando él mismo ha tratado de
arreglárselos en varias oportunidades y no ha podido.
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_ ¡Miraaá, amigo!
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A ese
hijo de puuu...muchacho, sólo le faltó tomarle la
presión a las llantas.
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Pa’mí, camaraaada,
que ese muchacho está mal de la sesera.
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Se atontooó, Núñez.
Núñez, se atontooó, al ponerse el uniforme
de Inspector de Transito.
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Y, de
seguido, el Negro rubrica lo dicho, con una sonorísima y amplia carcajada
blanca.
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_ ¿Y qué,
Negro?
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¿En qué
terminó la bronca? -Inquirió su amigo_.
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_ ¡Miraaá! Aquí está
Alonso, en el potrero, muy cabreado, con un gaaarrote
en la mano, esperándolo que llegue.
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De
seguro que lo va a mataaar, Núñez. Núñez, hoy lo va a mataaar.
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_ ¿Entonces,
le hizo un parte enorme? Preguntó
su aliado_.
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_ ¡Miraaá! Ese hijo
de puuu... si sigue procediendo de esa manera, nos va
a arruinar, Núñez. Núñez nos va a arruinaaar.
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Yo
aquí, lo estoy espeeerando -dijo el Negro_.
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Y Uuulieta, también está pálida de brava que estaaá. Seguro que
ella, también, lo va a mataaar.
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Su
amigo, después de escuchar la historia del aprendiz de Tráfico, se fue para
San José a realizar unos mandados personales.
Cuando venía de regreso, ya tarde de la noche, vio la figura
monumental del Negro, de negro hasta los pies vestido, plácidamente sentado
en el Restaurante, con los achocolatados párpados entreabiertos y con las
quijadas apoyadas en el puño izquierdo, con el pulso más tranquilo y el
espíritu más sereno, tomándose un trago.
Entonces, decidió entrar para indagar sobre el incidente suscitado en
la mañana.
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_ ¿Qué,
Negro, qué pasó?
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_ ¡Yaaai! Sí. Yo aquí estoy con un Ooold
Paaark, tomándome un traguito, porque las cooosas que han pasado hoy, amigo, no se me pueden olvidaaar.
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_
¡Yai! Tomémonos un traguito -dijo
Núñez_.
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_Tómate
lo que querrraaás, Núñez. Núñez, tómate lo que querrraaás
-dijo el Negro_.
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_ ¡Y usted, que está tomando? -Preguntó
su amigo_.
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_Al chanchoooo con lo que lo criiían,
amigo. El Negro sólo toma Ooold Paaark.
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_ ¡Mirá, Negro! ¡Cómo te fue con el problema de la mañana? _Insistió
el visitante_.
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_ ¡Miraaá! Nuñez. Esas
cuestiones son muy profuuundas -dijo el Negro_.
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_ ¡Porqué, huevón?
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_ ¡Miraaá! Llegó
Alejandro.
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Habíamos
acabado de calmar a Alonso.
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Alejandro,
yo me lo llevé pa’ debajo del palo de mamei, detrás de la
casa, para averiguar cuáles eran sus intensiones.
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Uuulieta ya está más tranquila. Por lo menos ya se le quitó la palidez de
la cara.
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Pero,
¡Yaaai!
Núñez. El cabrooón
de Alejandro me dice, muy claramente, que La ley entra por casay que tenemos que arreglar pronto el pick
up porque si no, donde quiera que vea el carro de la casa, nos va a hacer
otro parte.
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Me matooó, Núñez, Núñez, ese hijo de puuu...me
matooó.
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¡Bueno, sí!, pero tiene razón Alejandro.
-Balbuceó Núñez_.
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_ ¡Siií! Pero a ese cabrooón hoy le queeemo el
uniforme.
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¡No veee, mi amigo!
Que yo tuve que vender una de mis mejores vacas, pa’
comprarle el uniforme de tráfico ad_honooor a ese
hijo de puuu...muchacho.
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Viera
usted, lo que me costooó deshacerme de mi vaquita muca. ¡Yaaai! Era muy
buena pa’ la leche.
Yo le sacaba un balde lleno, todas las mañanas.
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_ ¿Y
ahora, qué piensa hacer con Alejandro? -Preguntó Núñez_.
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_ ¡Yaaai! ¡Miraaá! A ese cabrooón, primero le voy a quitar el uniforme y lo dejo chingooo, para ver si se atreve a salir a la calle a
hacer altos y partes, y segundo, lo voy a meteeer a
un curso intensivo, aunque sea de hacer cercas.
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De lo
que sea, Núñez. Núñez, de lo que seeea. Pero de traaáfico ni un día maaás. Un día más de traaáfico
y nos arruiiina a todos ese trafiquillo de mierda.
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A lo mejooor, un día se le ocurre a ese cabrooón,
poner una casetilla a la entrada de la finca, para hacernos partes a la
familia, cada vez que salimos o entramos.
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¡Nooo! Hoy le queeemo el uniforme, a ese hijo de puuu.... Mi querido amigo. ¡Se lo queeemo,
porque se lo queeemo!
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Yo nuuunca me imaginé que la estupidez humana alcanzara
proporciones inusitadas. Nuuunca, Núñez.
Núñez, nuuunca.
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La
frente del Negro estaba perlada de sudor espeso y algunas grandes gotas
empezaban a rodar sobre su faz.
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_efectivamente,
unos días después, me enteré de que el Negro le había quemado el uniforme de
tráfico ad_honooor a Alejandro -dice Núñez_.
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Este cuentoque
hoy publicamos con tanto cariño y satisfacción, como homenaje póstumo al
Negro más querido de Guápiles, tiene como único fin, contribuir a que el Negro no muera; sobre todo, para los que tuvimos la inmensa dicha, de
compartir con él muchos años.
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El Negro,
cuando murió, no recibió ningún reconocimiento póstumo, ni siquiera un menemento a o una estuata -como
él decía_ colocada en algún insignificante rincón del pueblo; pero su memoria
perdurará como una leyenda convertida en historia, en el corazón de todos los
guapileños que tuvimos la dicha de conocerlo bien.
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¡Qué
Dios lo tenga a su diestra!
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¡Y que
en Guápiles, el Negro Campbell no
muera!
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¡Que
así sea!
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