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Victoriana

 

Sr. Luis Arturo Castro Castro

Arcas.

León Cortés.

 

Nace Victoriana en el mes de las primeras lluvias tropicales, cuando los cafetales se visten como niñas que reciben su primera comunión, perfumadas, llenas de vida, plenas, puras.  Eran los inicios de un siglo marcado por la guerra, por las reformas y por la revoluciones.  Su padre, descendiente lejano de la Gran Muralla, delgado de contextura, cabello negro liso, mirada rasgada y penetrante.  Su madre, descendiente de los pescadores de bacalao, de pelo rojo y piel blanca, trabajadora y sumisa, alegre y risueña.  La niña, mestiza, por naturaleza, heredando de sus progenitores sus caracteres.

 

Crece Victoriana sana, fuerte, sin vacunas, protegida por sus leucocitos, caballeros que juraron defenderla con su vida, como lo hicieron los antepasados en la Muralla.  Se desarrolla, mirando como su papá lee libros y periódicos a la luz de la candela bailarina, acompañado de su pipa.  Le escucha con atención narrando como llegó a este lugar: -Crecí en el poblado de Goicoechea, asistí a la escuela y entré al ejército, con el General Cañas, cumplidos los veinte años se me ofreció la oportunidad de ser nombrado Oficial de Policía en este Distrito.  Cuando después de una larga jornada a pie llegué a este sitio, supe que nunca me iría.  Me cautivó su clima, sus montañas, sus ríos de aguas claras, sus atardeceres de inviernos, cubiertos de la majestuosa niebla que con su manto húmedo se traga los montes, las casas, los potreros y las perezas.  Recuerdo que celebraba La Santa Católica y Romana su fiesta en honor a su Patrono de Tarso, cuando una hermosa joven se dirigió a mí diciéndome: -¿Me compra un número de la rifa?- Con mucho gusto, y compré el 07.  Lo guardé en la bolsa de mi camisa de oficial -en la izquierda, la que está más cerca del corazón-.  Al final de la Misa de Tropa, el clérigo anuncia el numero ganador: el 07.  Me gané una ternerita de raza criolla.  Pero, donde la voy a tener, -¿Se la compro, cuando vale?,-  Es que no quiero venderla.  Por suerte estaba junto a mi don Bernabé, -No se preocupe, oficial, la puede llevar a mi potrero, yo ni le voy a cobrar el pasto, comience así su capital.  Después, en el baile amenizado por la misma banda "Santaneña", que había tocado la misa, me encontré con la joven pelirroja que me trajo la suerte y le di las gracias.  Soltó, la bandida una carcajada y me palmeteó la espalda, que me cruzo el esqueleto, el miocardio, me llegó al bulbo raquídeo y terminó reventando en mil pedazos el botón de la bolsa izquierda de mi chamarra.  No fue cuento, a los quince días estaba sentado en la sala de Ñor Blanco, pidiendo la mano, y a los dos meses: -lo prometo, para toda la vida.

 

Victoriana soñaba, el viejo reía y la pelirroja rodeada de chiquillos que parecía la gallina Francolina, se reía calladamente y sonrojaba sus mejillas de gardenia mientras decía: -Este policía me encarceló el corazón, en su cejas y en sus ojos achinados.  Y luego terminaban las historias.  Sentados en sacos llenos de frijoles y maíz, para el gasto del año, rezaban el Santo Rosario, y cuidado con reírse o quedarse dormido, porque Tata nos hacía iniciar nuevamente el rezo.  Después se disfrutaba un delicioso jarro de aguadulce acompañado con arepas, chistes, canciones y baile del taconazo.  Cuando el Oropopo, repetía su canto, a orinar y acostarse, dando gracias al Creador, cerrar los ojos al presente y abrirlos en los terrenos de Morfeo.

 

Ya es una mujer, tiene la fuerza de un hombre, es valiente, trabajadora, obediente, servicial, le gusta compartir con el padre las tareas del cafetal, no conoce la pereza, no le afloja a nada.  Un Día del Señor, le pregunta al Tata: -¿Me regala ese potro y lo amanso?  -I Cómo se le ocurre!-  Si, por favor, ya le he dado dulce raspado en mi mano, me quiere y se deja tocar.  -¿Estás segura?-  Sí, ya verá.  Las tardes ya tienen sentido, después de cumplir con las tareas del hogar, vemos a la mujer domando el potro, con dulce raspado, cepillándolo, poniéndole riendas, ora un saco, ora la montura, sostenerlo, demostrarle, montarlo, sostenerse, domarlo, hacerlo, sacarle brío, despertarle la nobleza, hacerlo amigo, domesticarlo...

 

Sale a pasear un día de verano al poblado, orgullosa, montando su bello corcel.  Entra en la pulpería a comprar unos confites de mora, se topa con una mirada rasgada, de un origen común.  Siente en su estómago unas mariposas que salieron de su capullo después de completar su metamorfosis.  ¿Qué es esto?, ¿Porqué siento calor?  ¿Qué les pasa a estas piernas?  ¿Acaso son de gelatina?  Con la boca seca sale al corredor de la vieja casona y se sienta en un escaño viejo porque siente que ya cae.  El mozuelo ha salido a saludar, se presenta y pregunta por la salud.  Ella lo mira y baja la mirada, la oculta en la crin de su caballo.  El pregunta si volverá otro día, mejor no responde, se levanta y se aleja.  Toma el caballo por las riendas y camina despacio.

 

-Ya no hay candelas, ¿quién puede ir al comisariato de "los chinos" a comprar?  - Que vaya Victoriana, dice una voz, -para eso tiene caballo propio.  Las palabras se pierden en la construcción de Dédalo y no puede contestar.  Ensilla su alazán y se marcha.  -Una peseta de candelas, por favor.  -¿Le molesta si le invito una melcocha?  -Está bien, gracias. ¿Usted cree que puedo ir un día de estos a hablar con su papá?  El caballo regresó a todo galope.  -Que muchacha, tenga cuidado, se puede caer del caballo, lo mejor será no volverla a mandar a hacer ninguna diligencia.  Pasaron aguaceros, temporales, ventoleros, polvazales y el asiático se marchó con su familia a otro pueblo.

 

Todas las noches, para el rosario, llegaban los vecinos jóvenes con guitarras, mandolinas, violines y voces a cantar oraciones, boleros, corridos y tangos.  Luis venía con ellos, era pequeñito, renco por efecto de la poliomielitis infantil, de ojillos azules, risilla picaresca, sombrerillo de medio lado, pantaloncillos con quiebres bien aplanchados, camisillas de mangas y cuello almidonado: "fáchento el bandido".

 

Una noche después del rezo a los Santos Arcángeles, con un fuerte aguacero como testigo, le propone Luis: -oiga, Victoriana, ¿se casaría conmigo?  -Hable con papá.  Cuando rompían los nortes, recibían la bendición del padre Jiménez, e iniciaba la joven pareja, una vida de trabajo y aventuras, sueños y aspiraciones.

 

Parir hijos, cuidar cerdos, coser ajeno, atender comensales, coger caté, fatigas comunes de aquellos días.  La situación económica difícil, las noticias que llegaban de la tierra de progreso, cruzando el macizo de la muerte, siguiendo la "Picada Calderón".  Una mañana, en la Pascua Florida, Luis le propone que se animen, que vayan "al General".  Pero, Victoriana no lo apoya, tiene su padre enfermo, el cangrejo se lo está comiendo por dentro, le cuesta orinar, lo tienen sondeado, se queja, las medicinas no hacen mucho efecto.  Un día estando al lado de su padre, este le pregunta: -¿Por qué repican las campanas?  -Porque hoy es la misa en honor a la Virgen del Carmen.  -Gracias a Dios, con Ella, me voy.  Y así fue.  Pasaron los nueve rosarios y el hermano mayor propuso vender la finquilla.  En un abrir y cerrar de ojos, se vio sin nada, sin casa, sin herencia, buscando donde vivir.  -Tome estos mil pesos como herencia  -le dijo su hermano mayor.  Y con ese dinero, iniciar la aventura del Valle del Chirripó.  El camino es largo, se debe ir a pie, se sale de San Pablo, se pasa por San Marcos, luego Santa María, subiendo hasta Copey, de ahí al Cerro de la Muerte, soportar el tremendo frío, continuar hasta División, recuperar el ánimo y llegar al lugar protegido por las oraciones del Santo de Madrid.  Tenía la joven familia para ese entonces dos hijas y esperaban, ya de ocho meses, el tercer miembro.  Llegaron donde un tío, que años atrás se había aventurado con su familia y tenía las abras produciendo.  -escúcheme, Luis, quédese aquí con nosotros, hay espacio para que siembre, trabaje conmigo, viva en esa casita, no se meta a la montaña con esa familia tan pequeñita.  Sin embargo, Luis no atendía consejo, esperó el nacimiento del nuevo miembro, pasó la cuarentena y fue un par de días verse en medio de una espesa montaña, construir un rancho, comenzar a hacer carrilles para deslindar la propiedad, jalar el agua al rancho, dormir en el suelo, cocinar sobre tinamastes, cuidarse de las serpientes, del puma, de la montaña que todo lo devora.  Abrir el terreno, sembrar la semilla, caminar dos horas para ir a traer candelas, soportar la incertidumbre, ver enfermos los hijos, tener que dejar todo y regresar.

 

Haciendo mil esfuerzos, logró Victoriana comprar una máquina de coser un poquito mejor.  Y por las noches, terminados los oficios de la casa, acostados los hijos, se disponía a coser los vestidos que estrenarían las mujeres en las próximas fiestas patronales, a la luz de una canfinera humeante, le robaba muchas horas al sueño para cumplir con los compromisos y de esa forma, ayudar un poco a su familia.  Trabajos y fatigas, Luis jornaleando en fincas, como palero, apenas lograba comprar lo necesario para no morir de hambre, y para empeorar la situación, le quitaba dinero al diario para visitar la cantina y traer problemas a la casa.

 

Pasaron lluvias de octubre y soles de marzo, para que Luis propusiera, nuevamente, marchar al Sur.  Esta vez el viaje era más complicado, con más hijos, con la máquina de coser al hombro, con la obediencia al marido sobre la espalda.  Soportar cansancio y hambre durante el viaje, llegar donde el tío, escuchar el sermón de la imprudencia nuevamente cometida, dirigirse al "denuncio", reparar el rancho, repetir la historia.

 

Esa mañana Victoriana se levantó más temprano que de costumbre, preparó comida, palmeó tortillas, guardó la ropa en el saco, desmontó la maquina, despertó a Luis y a los chiquillos y les dijo:  -Hoy mismo nos regresamos a San Pablo, si usted quiere, puede quedarse.  Luis no pudo más que contestar:  -Voy a quedarme a ver si puedo vender este terreno.  Victoriana se encaminó a San Isidro y de ahí viajó en avioneta hasta San José, y en "casadora" hasta su adorado San Pablo.

 

Corrían en esos días, tiempos de reformas sociales en la Patria, luchas partidarias, fraudes electorales, reventó la guerra civil.  Luis fue detenido en San Isidro, lugar del grito de Liberación del señor Figueres, le quitaron los quinientos pesos que había recibido como pago del terreno.  Victoriana sola y desamparada, en este pueblo sitiado por tos levantados.  El hermano mayor le propuso que se fuera a vivir con él mientras pasaba la "revolución".  En la casa del hermano, otras familias se habían refugiado, por miedo a la persecución por el color político.  Estaba esta finquilla, a unos tres kilómetros del centro del poblado, lo que ofrecía, según ellos, protección contra actos vandálicos de los soldados de ambos bandos.  Los víveres escaseaban, los productos de la finca se acabaron,  el miedo acechaba a cada momento, las noticias se exageraban, por fin terminó el conflicto firmando el pacto en la Embajada de México.

 

Regresó Victoriana a su humilde casa a esperar noticias de Luis, que al poco tiempo regresó, sin dinero, sin esperanza y sin tierras al Sur.  Siempre callada, trabajadora, sin renegar por la vida, haciendo frente a los problemas, domando el destino, venciendo la enfermedad, ahuyentando la muerte, logró criar a su descendencia, soportó el sufrimiento del hijo muerto en una tragedia, del otro hijo que lo persiguen los accidentes, de las hijas que les resultó fracasado sus matrimonios, enviudó y continúo con sus trabajos, sus oficios, su rezos, sus imágenes, sus nietos, biznietos y tataranietos.

 

Hoy anciana, cuenta las historias de su vida a los que quieran escucharla, se ríe con ganas, supera enfermedades, espera con ansias la navidad, ver el portalito, comerse unos tamales, rezar por la familia, que siempre ha sido su fortaleza y estar alerta por si ve acercarse "la pelona" ¡apeársela de un escobazo!