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Una
carta
(cuento
monologado epistolar)
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Sr.
Humberto Antonio Hernández Ureña.
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Humberant Nandezur.
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Dota.
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San Juan. 5 de Marzo de 1962.
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Estimado Don Jorge:
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Le escribo esta carta pa saludalo en compañía de toda
su familia, esperando que Dios me lo tenga con salud. También quiero contale
que nosotros nos encontramos pues mas o menos... la doña yo y los muchachos.
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Estamos alguillo
preocupados pensando irnos a San Isidro, a La Zona o aunque sea a San
José. Es que aquí ya no alcanza pá vivir. Mejor
déjeme contale desde el principio: Yo me vine pa este lugar con los dos güilillas que ya estaban
grandecitos y me ayudaban a botar la montaña.
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Teníamos que cuidanos
del tigre, que no nos hacía nada, pero rondaba mucho por aquí. Yo maté dos o tres y después ya nunca se
volvieron a ver. También matábamos
danta venados y tepezcuintle pa
comer. ¡Y viera que culebrero,
carajo!: terciopelo, cascabel y una vez tuve que sacar dos matabuey que se bían metió debajo de un camastro en el rancho.
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El primer año sembramos una milpa y en
la parte del altillo regamos frijoles.
Ese año fue una cosecha bárbara
El maíz nos alcanzó hasta pa engordar un
chanchito que compró Inés. Apiamos algunos pochotes pa
hacer el ranchillo y aunque me costó mucho aserrar la madera lo que sobraba
lo menudiábamos con el hacha, pa
que la mujer se lo empujara al fogón; cuando se acababa cortábamos más
palos... y así por el estilo.
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¡Ah! casi se me olvida decile que qué agua mas buena en el verano y en el
invierno ni pa que le cuento.
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Mi mujer y yo seguimos fajados con más
familia Inesita y los gemelos, se llaman Juan y José, como los agüelos. Ya éramos siete, imagínese, y si que nos
jodíamos pa llenar siete barrigas.
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Un año, no recuerdo cuál, un temporal
fregó los frijoles y el maíz no se pegó bien.
La quebradilla donde cogemos el agua se desbordó y casi se lleva una
parte del ranchillo. Tuvimos que
voltear mas montaña pa
sembrar y cortar algunos palos buenos pa remendar
la vaina que le hizo el temporal al rancho; entonces aproveché pa hacelo más grandecillo.
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Ahí la fuimos pasando. Vimos que la tierra era buena pero se
estaba lavando con los fuertes aguaceros y todo iba a parar al río, que se
ponía todo chocolatoso... Eso no pasaba en la montaña solo donde
cortábamos pa sembrar.
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Otra vez, don Jorge, se soltó una
plaga de monos y guatuzas, que casi se mandan tuitico el maicillo.
Tuvimos que conseguir un veneno pa' matalos. Así se
espantaron un buen tiempo.
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Pasaron varios años, ya ni me acuerdo
cuantos. Un día vino un señor de los
de ajuera que dijo que él botaba la montaña pa nosotros
sembrar, pero si él se llevaba la madera.
Yo le dije que sí, de por sí, a veces quedaban palencones
que nos estorbaban pa sembrar. Con tanto campo, Inés dijo un día que por
qué no regaba un poquillo de pasto y conseguía una vaca pa
tener leche pa los chacalines. Compré una novilla y cuando trajo cría, no
nos faltaba la leche.
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Ah bueno, pa
seguile contando, después que el señor se llevó la
madera quedaron unos barriales que ese año casi ni pudimos sembrar. Después pasó algo, viera que raro, hacía
unos calores y el invierno fue mas seco.
La quebrada se convirtió en un chorrillo; entonces teníamos que traer
el agua de mas arriba y además se llenaba de barro cada vez que llovía. Usté no s’imagina las que pasábamos.
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Si acaso seguimos aquí, voy a tener
que comprar madera pa arreglar el ranchillo, porque
ahora es difícil conseguila por aquí. Los gemelillos está en la escuela, pero
seguro los vamos atener que sacar porque tienen que caminar mucho y cuando el
río se crece, les coge la noche pa llegar al
rancho. De por sí, pa
que sirven toas esas vainas que les enseñan...?
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Bueno don Jorge, me alegro mucho de
salúdalo; ya no lo canso más con mis penas, ay disculpe. Ojalá y Dios quiera que un día pueda venir
por estos lados pa que conozca más de cerca las que
pasamos. Reciba un caluroso abrazo de
parte de Inés, los muchachos y yo.
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Atentamente
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Humberto.
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Ah. y
tráigase a doña Rosa y las muchachas. Así
me cuenta como le va en sus negados allá en Alajuela
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