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José

 

Sr. Rony Durán Mora.

Rydum.

León Cortés.

 

La vista en el suelo para no mirar a los lados.  Crujen los árboles al pasar el viento entre sus ramas, interminable lamento con olor a encino.  Una eternidad de sombras le envuelve.  Los pies descalzos entre el barro retrazan su marcha.  Con el viejo paraguas que una vez compró usado se cubre de la fría lluvia.  La llama de una cabo de candela entre un tarro cincela la oscuridad.

 

El frío le llega hasta los huesos.  El hambre estruja su estómago.  Camina, camina, entre los charcos del invierno, deseando sentir bajo las plantas de los pies hojas secas del verano.

 

Camina, camina, entre sueños y pesadillas, entre risas y llanto, entre luz y espanto.  Peregrino solitario de la madrugada, lleno de ilusión y miedo, cruza a como puede el bosque de la "Fila", la montaña de la "Fila", dirían sus labios.

 

La montaña de la "Fila", le respeta, le teme, la ve femenina.  La "Fila".  Musa dormida, apacible de día y de lejos.  Infierno de sombras de noche y de cerca.  Mil historias de horror ha escuchado desde que tiene memoria.  El dueño del Monte, la Segua, luces de muertos que siguen a los viajantes, el tigre asechando por allí.

 

Miedo y más miedo, desprecio, hambre y soledad, es el precio de estudiar, de vivir en una época donde manda el ron, el puño y el machete; tiempos de los hombres que no lloran.  Todo pasa por su mente, su situación, los fantasmas.  Sueña con ser mejor, diferente al menos.  Romper el molde chueco de generaciones.  Y en la "Fila" fantasía, dolor, pasado y presente se mezclan con la oscuridad formando un teatro infernal.

 

Cruje una rama.  Sus ojos temen mirar.  Brujas, demonios, espectros, pasan por su mente atormentada por el miedo.  Divisa en los deformes troncos caras del mas allá.  Lucha contra el barro que ata sus pies desnudos.

 

Un culleo canta entre la arbolada.  -¡No lo sigas porque te pierde!- se dice a si mismo.  -¡Maldita, maldita montaña te odio!- piensa con furia.

 

Los relámpagos dibujan monstruos en los árboles retorcidos.  Los truenos se confunden con quejidos y voces tenebrosas.  Cierra los ojos.  Corre.  Alejándose, siente garras demoníacas en su cuello.

 

Aun falta tres horas para que el sol ilumine su marcha.  Las nubes cubren el cielo.  Un velo gris cara de muerto se cíeme sobre el horizonte.  Suspira.  El viento le lanza la lluvia de frente.  Su pantalón remendado se empapa.  -¿Algún día terminará esto?- se pregunta.

 

Llega con el alba a su destino.  Montado en autobús la travesía es menos penosa.  Piensa en libros, en letras, en Cervantes y Verne, en sabiduría.  Olvida por un rato las amargas caricias de la "Fila". Aprende de sabios que forman el futuro con tinta, no con ron.  Escucha a maestros que luchan con la mente no con machetes salpicados de sangre.  Sobre todo graba en su pensamiento que los grandes hombres son valientes cuando lloran, cuando su corazón colmado de sentimientos, rompe en ríos de lágrimas diciendo: ¡Soy humano!.

 

Pero el terror puede más, los dedos tenebrosos de la "Fila" recorren su columna y mutilan su valor.

 

Termina el día y le espera la montaña, la misma caminata, la misma desdicha paso a paso en la noche.  El miedo puebla sus nervios.  -¡Maldita, maldita montaña, te aborrezco!- piensa con rabia.

 

Entra en su cama cansado.  Siente la tarea de Atlas en sus hombros.  Duerme inquieto.  La vida del jornalero espera mañana.  Palazo tras palazo remueve la tierra para arrancarle frutos.  Sus manos callosas, ásperas pasan las horas bajo sol ardiente o debajo del gélido aguacero, cortando hierba, sembrando café, moliendo caña.

 

En la noche, fatigado de trabajar, a la luz de la vela, quema sus pupilas repasando su cuaderno lleno de letras, es su tesoro.  Afuera los gritos de su padre borracho le clavan agujas en el alma.  Lo crucifican con injustos reclamos por el simple hecho de instruirse.  Por soñar en ser maestro y regalarles lápices y cuadernos a los niños de caras curtidas de su pueblo.  Le humillan.  Una voz en su interior le insta a seguir aunque su cuerpo y espíritu no lo deseen.

 

Otra vez a los dos de la madrugada, sus pies descalzos caminan la senda de unos días atrás.  Semana a semana, mes a mes, año tras año el mismo caminar, el mismo miedo.

 

Sufre la pobreza, el rechazo hacia los vagos que estudian, la soledad...

 

Camina, camina, entre los charcos que frenan su romería sin fin.  Y la "Fila" hule a moho, a invierno.  Más cruel, más fría.  Pero continúa...

 

La oscuridad le abruma el cerebro.  Escucha pasos, cadenas arrastrándose en el suelo.  Aprieta los párpados para no mirar.  Una piedra golpea su pie desnudo.  Cae de bruces entre el barrial arcilloso.  Su boca sabe a barro, a tristeza amarga.  Por sus mejillas corren gotas de lluvia tibia y salada.  Su llanto hace surcos en el lodo de su rostro mientras contempla su cuaderno en medio del agua turbia.  Mojado.  Arruinado su tesoro...

 

El dolor de su alma lo ahoga.  -¡No puedo más!- piensa.  -Pero no quiero lo que dejo atrás- solloza mientras escupe un poco de barro.

 

Respira lento.  Escucha la lluvia estrellarse en su espalda.  Dagas líquidas provenientes del cielo.  Los chorros de las honduras suenan burlones a su alrededor.  No quiere seguir, pero tampoco desea regresar.  En su casa no lo reciben.  Solo tiene su cuaderno y su mente, no más.

 

Desea dormir seco en su cama.  Pero sueña mojarse en saber.  Suspira al pensar que canta en la cantina.  Pero añora aprender a componer una canción.

 

Piensa de nuevo.  Respira aire oloroso a lluvia, a encino.  Olvida que esta entre el lodo.  Recuerda a los hombres en las cantinas tomando vasos de ron como si fuesen agua, dormidos en las mesas, entre los caños bañador en vómito.  Recuerda las peleas con machetes, a sus hermanos ensangrentados y los rezos angustiosos de su madre.  Casi puede verla al frente de una imagen del Corazón de Jesús con los dedos huecos por frotar mil veces las cuentas del rosario.

 

Se escalofría, no del frío o de la lluvia, ni siquiera de los espantos de la "Fila", de sino de su vida.

 

Su mente es un remolino.  Odio, miedo, soledad, tristeza.  Pero un leve calor recorre su corazón.  Un hilo de esperanza, una pizca de ilusión.  -¡Los grandes hombres no pelean, escriben!  ¡Los grandes hombres lloran!  ¡Este simple hombre necesita llorar!- dijo.  Su llanto silenció la "Fila".  Por un momento no pensó en nada más solo mojar un poco más el suelo de la "Fila" con sus lágrimas.

 

Gira y gira el viento en su espalda, lo mismo su pensamiento.  - ¡Maldita, maldita montaña!- dice.  Sus fuerza perdidas en la caída, su corazón minado por la soledad, se reavivan.  Salta del charco, saca su cuaderno embarrialado.  -¡No me das miedo!- grita a todo pulmón.  -¡No me vencerás!-  Le dijo a la "Fila", le dijo a la vida.

 

Se lava la cara en el ojo de agua.  No le importa ya el barro que atrapa sus pies desnudos, ni las brujas, ni las luces.  Solo piensa en llegar a su pupitre, escuchar de números, pensar en verso.

 

Hoy su cabello es del color de las nubes que lo vigilaban en las madrugadas de sus años de joven.  De su casa se ve lo que queda de la "Fila".  Sus ojos cansados ya por los días y las noches, por miles de hojas leídas, la miran con amor, la musa dormida que tanto temió.

 

-Ya no le tengo miedo- pensó.

 

De vez en cuando la visita.  Sentado en la hierba escucho la canción del viento, ahora no le corta el aliento de miedo.  Se quitó los zapatos y metió sus pies descalzos entre el barrio y sonrió.

 

-No te odio, no eres maldita- le dijo en un mormullo, aspirando él fresco aire con aroma a encino.  -Fuiste mi compañía más fiel en todos aquellos años que ahora son solo un recuerdo.  Gracias!!! -le dijo a la "Fila".

 

Se alejo por le camino que tantas veces recorrió con frío y con terror, cantado una canción que compuso un día con sus alumnos.  Y cruzo la vieja senda feliz de saber que la "Fila", la montaña de la "Fila" siempre le acompañó.

 

La "Fila"

 

Hoy la "Fila" es solamente una pequeña parte del bosque que fue hace unos cuarenta años atrás.  En esa época inicia el asentamiento de personas en Llano Bonito de León Cortés.  Los pobladores de este distrito debían pasar este bosque a pie o a caballo para llegar a la Legua de Aserrí.  En esta comunidad se toma el trasporte para llegar a San José.

 

La anécdota llamada José, narra la travesía de una de esas personas que a pesar de las circunstancias adversas luchan por ser mejores y por el desarrollo de sus comunidades.

 

José Alberto Duran Camacho conoció la "Fila" de una manera muy intima, sintió miedo, tristeza y mucho dolor.  Todo ello cuando se dirigía hacia San José para estudiar.

 

Hoy en su pueblo Llano Bonito, la gente lo reconoce como alguien que no tiene límites a la hora de ayudar a su querida comunidad.  Pero muchos desconocen su pasado y también el de muchos otros hombres y mujeres que hombro a hombro forjan el destino con sacrificio personal en bien de su prójimo.