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Mi
Mascota
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(Anécdota)
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Juan
Rolando Rodríguez Paniagua
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Su cara debieron
de haberla utilizado para modelar los angelitos de los portales navideños
pobres, pues su belleza no la ocultaban las costras ni los caminitos de babas
secas, con los que despertaba todos los días.
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Ya iban a ser las
4 de la mañana, faltaba mucho para que los primeros resplandores del sol,
iluminaran el pequeño y húmedo tugurio de Gabi,
como le decía su mamá Guadalupe, Nicaragüense sin
papeles, sin marido y sin futuro, cuando esporádicamente se encontraba de
buen humor.
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Era un nuevo día,
igual a los demás, la misma rutina de miseria, dolor, abandono, tristeza,
enfermedad, y hambre, sobretodo hambre, que es la más dura de soportar,
porque como las chicharras de verano grita con la fuerza de mil trompetas; su
presencia ensordecedora, que solo se aplaca un poco al conciliar el sueño,
cuando Gabi prefería utilizar su pequeña almohada
de trapos viejos, para hacer compresión en su abdomen lleno de parásitos,
engañando su mente, haciéndola pensar que había comido algo. El dolor del
triste lamento del hambre se disipaba.
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La ausencia de un
Padre que nunca conoció; el abuso de un hermano mayor que la aventajaba en
fuerza y habilidad, quitándole siempre los mejores bocados que ella
encontraba, como aquellas deliciosas hilachas de pollo que todavía quedaban
prendidas de una huesuda chincaca de pollo y unas ocho
tiritas de papilas que una vez fueron fritas, encontradas en una bolsa de
desechos de un Restaurante de comidas rápidas de la Ciudad de Nicoya; las
largas horas diarias que padecía cargando a su hermanita menor de menos de un
año, o los constantes gritos y jaladas de orejas y mechas por parte de su
madre, ante injustificadas razones; le eran insignificantes en comparación a
la difícil tarea de comprimir su estómago para vencer al fiero animal llamado
hambre, que no la dejaba dormir en las noches.
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En la madrugada a
los primeros gritos de su madre sabía que debía encargarse de su hermanita,
quitarle las mantillas de trapos también viejos, ajados y orinados, con un
premio de caca incluido, era toda la ropa, curtida, tiesa pues no había plata
para el jabón, tampoco conocían la tersura y fragancia del Suavitel; esto le daba el derecho de una tasa de café ralo, con poca azúcar cuando había, pues
debía rendirse, y un pedazo de tortilla untada con manteca de chancho y sal.
El calor del cafecito no solo daba energía para soportar el trabajo del día,
sino que quitaba el frío intenso de la noche y el triste despertar cuando
ponía sus piecitos descalzos en la tierra húmeda y embarrialada de aquel
ranchito de una sola pieza, conformada, por un solo camón de madera rolliza,
de colchón de costillas de madera algo retorcidas he irregulares y de un
fogón que lo conformaban dos piedras y un pedazo de block quebrado. Si había
sido una noche de lluvia intensa, era imposible prender fuego a las ramas
secas que ella misma había recolectado en el mismo basurero Municipal, lugar
de trabajo familiar, pues con seguridad el piso del rancho no solo estaba
húmedo, sino inundado por el agua que había, empapado la leña, también la
cama y la ropa, aunque no era mucha.
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A fin de cuentas
no importaba si se desayunaba o no, era más importante salir de ese claustro
y caminar los cuatro kilómetros, al lugar de trabajo por supuesto con su
hermanita alzada a pura mano, pues no había aparecido todavía, en los
escombros y basura, un carga bebes tipo canguro, como los que usan los papás
orgullosos para sacar a pasear los bebes junto a su pecho. Su mamá y su
hermano no iban con las manos vacías; cargaban igual que todos los días el
agua, más café, algunos trastos, algo de leña para prender otro fogón, aunque
estuviera mojada, pues a medio día con los soles Guanacastecos, era seguro
que se secaría, y por supuesto, varios sacos viejos o bolsas de basura
reutilizadas, en la que guardarían el preciado tesoro de desechos, hasta
llegar la noche cuando el sol con su flagelo ardoroso de calor, no les
colaborara ya con su luz.
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Lo importante del
amanecer era la aventura que generaba el abrir una a una las bolsas, cajas o
camiones completos cargados a granel de basura. Para los adultos el premio
era encontrar objetos de mucho valor como ya había ocurrido, eran historias
famosas, de joyas y dinero que por error habían ido a parar al botadero de
basura. Paro los menores el encargo eran los plásticos, los metales como el
aluminio de las latas de cerveza y refrescos, el cobre y bronce que se
sacaban directamente de los motores viejos y algunos otros artículos de
desecho principalmente cables eléctricos.
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Para Gabi, además de seguir cuidando a la bebé, cuando esta conciliaba
un poco el sueño entre la nube de moscas y zancudos que la asediaban o su
mamá le daba un sumo de leche de sus lánguida y
tristes tetas, tenía el mismo encargo que todos los niños y jóvenes,
localizar el sustento diario y algún juguete; pero su mente no divagaba en
encontrar alguna barby aunque sin brazos o charraspiada por el fuego; su aventura, su ilusión era
encontrar comida antes que cualquiera, pues tenía muy pocos minutos antes que
otro mas grande se la arrebatara, pues la
vigilancia era celosa y constante, el código de solidaridad entre los
recolectores-buzos, es tan escaso como su suerte, y la envidia tan grande
como su miseria.
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Cuando la comida
era mucha, o se encontraba
descompuesta, sí podía disponer de ella, pudiendo compartirla con sus fieles
amigos los zopilotes, que la seguían constantemente, no solo esperando las
migajas de las migajas, sino compartiendo con ellas las conversaciones de una
niña de 6 años, madurada por la vida como pocas ancianas, con sus pequeños
pensamientos y deseos, que le comunicaba a su mascota "cenizo", uno de los
zopilotes más viejos, sin fuerza para luchar contra sus semejantes, los de su
manada, por algún banquete; también había perdido "cenizo" la habilidad para
huirle a las patadas y pedradas que los niños y adultos les tiraban para
imponer su fuerza sobre el botín de la nueva basura que a cada rato llegan a
dejar.
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En la entrada un
kilómetro antes del Botadero de Basura de Nicoya están apostados como
centinelas una gavilla de al menos una docena de niños varones, que saltan
sobre los cajones de los camiones, aún en marcha, para escudriñar entre las
bolsas, el valor de su contenido. Si es importante lo escoltan hasta el vertedero,
teniendo ya un derecho sobre la carga, de lo contrario saltan fuera del carro
siempre en movimiento. Gabi y doña Lupe eran
dichosas, tenían su centinela lo que les garantizaba bolsas vírgenes para
esculcar, no sin pagar el precio, pues si salía con una excelente botija el
hermano de Gabi era pasado por los golpes de alguno
de sus compañeros, alegando que él se había subido primero al camión.
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El zopilote,
viejo, amigo y protector de Gabi, transcurría el
día entero como fiel mascota, siguiéndola, escuchando las palabras
inteligibles, de su amiga, pero llenas de afecto, dulzura y cariño para él.
Compartían las buenas y las malas, el sol quemante, la lluvia gélida, la
comida mala y el hambre más mala aún.
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Tuvo que ser
incomprensible, para "Cenizo" el verla devolverse sola, cuando iba casi de
última en la fila que hacen los recolectores de desechos al final de la
tarde, cayendo la noche, de camino hacia sus covachas, cargando en sacos los
objetos encontrados, pues no podían dejar nada para el día siguiente, ya que
de seguro tendría nuevo dueño. Pensó que al igual que en incontables
ocasiones le iba a dar un pequeño bocado de comida en su tierna mano. Fue a
toparla, no había alimento, pero igual, la acompañó.
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Gabi había sido convencida por dos de los muchachos recolectores, esa misma
tarde de que la convidarían a comer pizza de dos cajas enteras, que
encontraron, con la condición de que no le contara a nadie, menos a su
hermano o mamá, que después le ayudaban a cargar su saco, de ida.
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La niña, se fue
quedando de última, en la vuelta bajando la primera quebrada, puso su carga
en el paredón sin ser notada, y se devolvió buscando sus benefactores, y el
sabroso pedazo de comida prometido, que le garantizaría poder usar su
almohada debajo de la cabeza como correspondía y no como paliativo, contra el
tormento del hambre. Le habían dicho que se metiera por el árbol de jiñote, justo donde las hebras de alambre están rotas,
ella los había acompañado días antes, junto a su hermano, y otra jauría de
niños, en la cacería de unas palomas codornices, de las que poco vuelan y
ponen sus huevos en la tierra, detrás de los matorrales. Allí la esperaban
sus dos amigos, compañeros de muchos juegos y aventuras, se veían como
compañeros casi hermanos, la protegían como es común que en las manadas se
protegen las crías pequeñas, sin mucho ahínco, pero con celo; caminaron un
trecho de casi cien metros, cerca de la nacencia del la quebrada el Nance,
donde el agua es poca pero pura y cristalina, allí estaba otro de sus amigos
"buzos", que los esperaba para el banquete; "zanate" que así le llamaban,
pues le había dado la moda de vestir de negro, con cadenas, calaveras, muñequeras,
guindajos estrafalarios y tatuajes criollos de pocos colores y ninguna
calidad artística; con 19 años y un par de arrestos y estancias menores en el
Sistema Penal Juvenil, era también el proveedor de marihuana y piedra crack
del barrio, profesor en su uso, hábil comerciante y esclavisador
sexual de sus mismos amigos y clientes cuando estos no podían pagar el mortal
veneno.
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Ya reunidos le
dieron a Gabi un pedazo de Pizza vieja, que era lo
único que había, para entretenerla, mientras los tres jóvenes, vaciaban unas
pachitas de Guaro, aspiraban el ácido humo de unas piedras de Crack, y le
daban fin a unas "tocolas" de marihuana.
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"Cenizo" observó
en detalle hasta el final, la barbarie infernal, que ocurrió al caer la
noche. Ni ellos como "zonchos" ubicados al final de la degradante cadena
alimenticia, son capaces de hacerle eso a un semejante, menos a una cría.
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Como siempre,
siguió el cuerpo de Gabi, por todos los recovecos
del trillo hasta llegar nuevamente al Basurero. La única diferencia que notó
era que la llevaban como dormida. Los responsables de quitarle por siempre el
hambre y todas sus miserias, la depositaron en un zanjo grande que ardía con
grandes cantidades de ramas de mango, algo secas. Durante horas atizaron con
llantas y mas leña, el holocausto infame de su
degradación.
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Se presentó la
denuncia correspondiente de la desaparición de Gabi,
por parte de su indocumentada Madre. Nuestras autoridades y nuestra sociedad
también enferma, no busca niñas pobres extranjeras perdidas, aunque tengan
carita de Ángel, desea por el contrario desaparecer la etnia completa.
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Al día siguiente,
más de madrugada que siempre, toda la comunidad de Buzos incluyendo a
"Zanate", peinaron el Basurero y los alrededores. No encontraron nada, nunca
encontraron nada.
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En el ajetreo y
desconsuelo, nadie se percató, de ver a un zopilote enfermo viendo
permanentemente el zanjo de incineración, duró varios días, sin comer ni
beber agua, esperando el encuentro con su amiga Gabi.
En el último frío amanecer que "Cenizo" tendría que soportar, cuando cerraba
sus cansados ojos, sintió las calidas y dulces
manitas de su fiel amiga, no dándole comida sino cobijo y paz. Notó con
extrañeza que Gabi, tenía un ropaje diferente, muy
similar al suyo, pero blanco y resplandeciente como la luz.
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