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De sabanero a boyero.
Historia de Vida de Naldo Umaña
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Autor: Francisco
José López Espinoza
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DEL AUTOR
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Para mí ha sido un honor, el recoger la historia de vida de Don Naldo Umaña.
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A través de la conversación que sostuve con él,
es imposible no sentirse trasladado a una época maravillosa, que provocan en
él una profunda nostalgia, pero a su vez un gran orgullo, de haber
pertenecido a dos estirpes, que han sido íconos de la cultura guanacasteca.
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No es cualquiera, que en este tiempo pueda
decir, que ha sido Sabanero o ha sido Boyero por cuarenta y ocho años, el
solo hecho de vivirlos para algunos ya es demasiado, pero para una persona
como Don Naldo, toda una vida de trabajo, dedicada
al sabaneo y al boyeo, no ha sido suficiente, pues
como el dice: "Si volviera a nacer volvería a hacer
exactamente lo mismo"
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CONOZCÁMONOS
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Mi nombre es Osbaldo Umaña todos en Cañas me
conocen como Naldo.
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Quiero contarles la historia de mi vida, aunque
la vida no es para contarla, es para vivirla y vivirla como debe ser, sólo yo
la he vivido.
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Nací en ésta provincia guanacasteca donde las
mujeres paren machos, para envidia de muchos y bien pude haber nacido en otro
lugar, pero yo decidí nacer aquí, porque yo sabía que necesitaban gente como
yo.
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Siempre me he sentido orgulloso de mis orígenes
campesinos, y de la forma en que me criaron. He visitado por invitación
muchísimos lugares del país, donde he dado fe, de la forma de vida de los
sabaneros y de los boyeros de Antaño, pero hoy he decidido que todo quede por
escrito para que las generaciones venideras, se nutran y se enriquezcan con
mis experiencias y que se den cuenta: "Que donde hay un hombre macho, no
muere mujer con ganas".
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MI NIÑEZ
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Mi niñez, transcurrió como todo en ese tiempo,
mis papas no sabían leer, mis vecinos no sabían leer, mis amigos no sabían
leer, así que nadie se preocupaba mucho por aprender.
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A falta de lectura, y tiempo en una escuela, que
por cierto yo creo que ni había, nuestros padres nos inculcaban desde muy
chiquitos, el amor por el trabajo, porque para ellos, la mayor afrenta que un
hijo le podía hacer a un padre, era salirle vago, y si por añadidura era
desobediente, se convertía en una afrenta nacional.
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Quiero dejar claro que aunque no se leer, eso
nunca fue un impedimento para desenvolverme en el mundo de los negocios,
porque a mi nadie me engaña en asuntos de números y
de dinero, y si hay que firmar algo, lo hago sin problema alguno.
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Volvamos a mi niñez, yo con papá aprendí a
desyerbar arroz, frijoles, sembraba maíz, yuca, cuadrado y frutales.
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Aparte de eso, yo me la jugaba haciendo carguitas de leña, que podía
jalar al hombro.
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En Cañas había muy poca luz eléctrica, la
generaban con plantas eléctricas propias y en muy pocos lugares y a las nueve
en punto la quitaban.
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Entonces las viejitas que palmeaban tortillas
para vender, me decían: ¡Hey Papito! Tráigame una
carguita de leña de esas de seis reales (setenta y cinco céntimos) las
carguitas mías para ellas eran buenísimas, porque ardían rápido.
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Otro trabajo que aprendí, fue el de enrejador.
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Trabajé en la finca del finado Lineo Vargas en
Cañas. En ese tiempo se enrejaba directo, el ternero a la pata de la vaca,
nada de esa pendejada de amarrar el ternero a un poste cerca de la vaca.
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Imagínese usté, un
ternero con hambre más una vaca mimosa y yo en medio estorbándoles no crea,
de vez en cuando, me llevaba tremendos sustos, tenía que enrejarles a tres
vaqueros, claro yo le hacía buenos números a los 50 céntimos que me ganaba
por día, y se me iba todo miedo y pereza.
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En el ambiente que me crié, yo sentía que los
animales eran como de mi propia familia, vieran que vacilón, era cuando se
devolvía alguna vaca brava, que ya ordeñada tenía que buscar potrero, los
vaqueros me gritaban: ¡Hey! Ay va la vaca, yo me
quitaba un saco que andaba amarrado a la cintura, y la jalaba.
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¡Juy! Vaquita briosa.
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aquí está su enrejador
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yo no la jalo por valor
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yo la jalo por sabrosa
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DE CÓMO ME HICE SABANERO
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Habiéndome criado en ese ambiente de ganado y
animales, era justo y necesario que quisiera terminar siendo sabanero. Me
consideraba bueno a la pierna, y me encantaba trabajar de a caballo, así que
busqué la Hacienda
Paso Hondo.
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Esta hacienda abarcaba prácticamente desde Cañas
hasta Bebedero, a los dos lados de la calle principal. Me presenté ante el
mandador, que era Andrés Campos, y le pedí la oportunidad, primero me dijo
que estaba muy nuevo, que no aguantaba las jornadas de trabajo, pero al ver
que yo no me movía del mismo lugar, seguro le caí bien y se resolvió, bueno
agarre sus chunches y busque el barracón de los sabaneros.
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Sentí como que había pegado la lotería, usted
sabe, trabajar de sabanero y a la par de Andrés Campos, era doble el honor,
así que a portarse bien, y ser diligente y sobre todo no aflojar.
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Yo era decidido, y eso
me ayudó mucho en todo, ahí me la tiré un tiempo, como quien dice echando espuelas, hasta que me aburrí y decidí
buscar nuevos rumbos. Así que resolví buscar trabajo en la Hacienda de los Wilson,
que como quien dice, ya eran palabras mayores.
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Apenas llegué me presenté al mandador, me pidió
referencias de donde había trabajado antes y yo ni lerdo ni perezoso le
contesté que me había hecho bajo la escuela de Andrés Campos, en la Hacienda Paso
Hondo, entonces fue como ganar un examen para entrar, sin embargo me dijo que
tenía que probarme.
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Yo me le adelanté y le dije: Déme
quince días de tiempo, si en ese tiempo yo no le demuestro nada, yo mismo me
voy, sin que usted me diga nada, seguro eso le gustó, pues inmediatamente me
mandó para el barracón de los sabaneros.
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En ésta hacienda
tenían un caballo que le decían amarga las horas, con él probaban á todo sabanero nuevo, era un caballo melao grandísimo y mañoso, apenas para lo que lo tenían,
esa mañana el mandador mandó a ensillarlo para mí, yo no le eché pa' atrás y le dije: ¡Tráigalo! Yo estoy tan acostumbrado
a perder que cuando gano me asusto. Hombre eso fue lo que el mandador
necesitaba oír para aceptarme definitivamente, mandó a desensillar el
caballo, me palmeteó el hombro y me mandó a buscar
comida onde las cocineras, vaya cuñadito apretóse bien, después ahí nos vamos entendiendo.
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Como a la semana viene el mandador y me dice:
cuñadito, porqué no me zocatea ese caballo que está ahí, el caballo era un
moro grandísimo que asustaba sólo de verlo, entonces le pregunto ¿De que albarda es? El respondió es de la mía, es que yo
estoy muy viejo y usted está nuevito, le perdoné que montara el amarga las
horas, pero zocatéeme este a mí, le respondí: claro que sí.
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Zocatearlo era, que cuando los caballos venían
descansados de los sitios, no querían ni oler el mecate, entonces se
amarraban en una plazoleta, para que durmieran amarrados y en la tarde del
día siguiente había que ensillarlo.
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Lo ensillé y me le enjorqueté, que va papá me
llevó puta, me salió peor que amarga las horas, viejo chancho, me perdonó uno
para dejarme el peor, pero se jodió,
porque no pudo conmigo, después de jugarlo un rato, se lo dejé suavecito de
rienda, que era lo que el viejo chancho quería, se acercó riéndose a
carcajadas y me dijo: Ahora sí me convenciste muchacho. Bienvenido a la Hacienda Catalina
de Los Wilson.
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Esta Hacienda de los Wilson era tan grande, que
había cinco haciendas adentro. Hacienda Palo Verde, Hacienda Ciruelas,
Hacienda Tamarindo, Hacienda Catalina y Hacienda Mojica.
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Era desde el río Bebedero hasta Bagaces y desde
el Río Tempisque hasta Guayabo de Bagaces.
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Los precaristas se le metieron en Guayabo y el
gobierno les fue expropiando para dárselos a ésta gente.
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Volvamos a mi vida como Sabanero. Uno se
levantaba a las tres de la mañana, se desayunaba una burra, que nos daban las
cocineras un pinto no tan pinto, un cuadrado sancochado y una media de café,
nos comíamos estos por hambre, porque no era apto para hombres y menos para
nosotros que pasábamos todo el día a caballo, era curioso que en la cocina
era que aguantábamos hambre, porque ya en el campo sobraba la carne, carne de
venado, sahíno, garrobos, cusucos y pavones. La
finca nos mataba una res, cada quince días y a fin de mes nos mataban, dos
chanchos por cada hacienda, pero para qué carne fina, si siempre nos la daban
sancochada con sal.
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Un día a un compañero se le ocurrió una idea,
como todos teníamos salida, cada quince días cuando volviéramos, tendríamos
que traer; manteca, achiote, olores, café y azúcar. Así lo hicimos y se lo
dimos a la cocineras, que un poco avergonzadas por
la comida que las obligaban a darnos, nos hacían unas comidas que solo se
comían en los mejores hoteles.
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Ellas nos llegaron a decir, que hasta los
patrones arrimaban a la cocina, después de pasar cerca y sentir aquella
comida tan olorosa, los muy pendejos se comían lo que llevamos, pero ni a
puta mejoraban los sancochos que ordenaban nos dieran.
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Las otras haciendas se dieron cuenta del sistema
de nosotros y lo aplicaron, por eso la cuchara de las cocineras de hacienda
se hizo tan famosa, más por los sabaneros que por los propios dueños de las
haciendas.
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Pero sería injusto no decir que ellos en lo que
a leche se refiere no nos ponían ninguna traba, nosotros ordeñábamos las
vacas que quisiéramos, y el queso, la leche agria, las cuajadas y la leche
fresca nunca faltó.
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Uno mismo compone la situación, todo es no tener
pereza, a las tres de la mañana ya estábamos a un puro grito, buscando las
vacas de ordeño, éramos ocho sabaneros por hacienda, nos turnábamos la
ordeñada y ni se sentía.
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"Sabanero resbaloso
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con su caballo chalán
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para los pleitos sabroso
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y pa' las mujeres
galán"
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LA LLEGADA DE IMELDA A MI VIDA
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Cañas era un huevito, los domingos en las
tardes, dábamos vueltas al parque, para tratar de encontrarse de frente con
las muchachas.
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El rollo es que ni siquiera, les decíamos nada,
solo risitas agachadas, piedritas o palitos para que volvieran a ver,
miradillas retorcidas, y el más atrevido, paraba a una de ellas y le mandaba
saludes a la otra, de esa forma transcurría todo, hasta que una pareja
decidida dejaba de dar vueltas se acurrucaban en un poyo a bajar estrellas y
subir promesas para terminar a los pies de un cura, bajo el techo de una
iglesia.
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La verdad es que somos como caballos fiesteros: solitos buscamos la soga.
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Vea compañero yo le voy a hablar con la pura y
santa verdad, los sabaneros no éramos castas palomas, pero tampoco diablos pa' perseguir.
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Cuando salíamos al pueblo, nos ganábamos las
miradas de las muchachas, las invitaciones de los borrachos y uno que otro
reto de los peleadores del pueblo, que querían medir su fuerza y destreza con
nosotros, los domadores de la breña bajureña, así
que no desaprovechábamos cuanta fiesta hacían, eran redondeles de bambú pero
con toriles, corrales y mangas de Pilón.
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Nosotros nos pavoneábamos, porque sabíamos que
había muchachas de todas partes, aquí pongo un punto y aparte porque quiero
relatarles como fue que conocí a Imeldita, la que
llegaría a ser mi pareja y compañera hasta que la muerte ingrata se me la llevó.
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Yo conocí a mi Imelda para unas fiestas de
Cañas, tenía un compromiso con Andrés Campos para montar un toro cada uno.
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Andrés escogió un toro hosco careta creyó que le
haría la pega fácilmente, y de una vez le caí encima y le adelanté, Andrés
las veces que montes ese toro te bota. En cambio yo busqué un toro chivo,
hosco también, pero sentía que ese día no conocería el suelo. En la gradería
había un señor negrito con una muchacha a la par, ella no me soltaba la vista
y yo me percaté y me dije: le llamé la atención a la negrita, a Andrés ya lo
había botado el toro, que al final le pusieron su nombre. Yo me estaba
preparando para la jugada, pero sin soltarle la vista a la chiquilla, me
encaramé al bicho, me amarré un barriguero, me
quité el sombrero y amarré un pañuelo a mi cabeza, la busqué como para
dedicarle la montada, pero se había ido para otro lado, al tiempo me di
cuenta, que ella tenia miedo que ese toro me
matara, bueno la cosa es que me le quedé al animal, pero eso ya no me
interesaba tanto, estaba más preocupado, por saber quien
era esa muchacha, que me había regalado aquellas miraditas.
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En ese tiempo, después de hacerle la pega a un
toro, se arrimaban onde uno y le llevaban un
vergazo de guaro de charral, en un cacho carbolinero,
hasta que me hervía la sangre y las orejas se me pusieron calientes. Por eso
uno empezaba a beber guaro muy joven, metido en ese ambiente ni cuenta te
das, cuanto tomas.
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Bueno la cosa es que anduve preguntando por la
chiquilla, hasta que alguien me dio razón.
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En casa de Doña Tiburcia
vive esa muchacha, y de una vez me dicen, el papá es bien bravo y respondí: que importa que sea bravo, lo juego, y no hombre, el
señor no se puso muy feo, mas bien me dijo: yo se
que ustedes son buenos hombres, son gente de trabajo, lo único que no me
gusta es que usted sea sabanero y tienen fama de mujeriegos y torteros.
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Vea Don Efraín, yo no puedo cargar con la fama
que tienen los sabaneros, yo le aseguro que Imelda conmigo no va a tener
ningún problema por licor o mujer. Está bien Naldo
para mí Imelda es una muchacha casera y de oficio, ella es para mí como un
tesoro y no me gustaría que sufriera por una mala decisión mía. Don Efraín,
démela y usted verá con el tiempo que fue una buena decisión.
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No se habló más y saqué a Imeldita vestida de
Blanco, hasta que Dios quiso separamos. Don Efraín después iba donde nosotros
y se llevaba pa' atrás una yegua cargada de elotes,
gallinas, yuca, y cuanto le alcanzaba en las alforjas de la albarda.
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Hombre el señor terminó queriendo a este sabanero, que se le llevó su
tesoro.
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Lo que es la vida, el me conoció como sabanero y
todavía vivió para conocerme como boyero, pues hasta me herró unas rueda de
carreta, el era herrador, ese señor herraba tan bien que la madera de las
ruedas se podría y no se le caía un solo clavo.
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Las ruedas herradas eran una sola pieza de
madera, con una faja de hierro alrededor que servía de rodaje, se pegaba a la
madera con clavos cada cuatro pulgadas y esta madera se ajustaba a pura
suela, que era un tipo de hacha corta, pero curva y plana para usarse de
frente.
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Bueno la cosa es que me quedé con Imeldita y
ocho hijos que fueron una bendición para nuestra casa.
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"El sabanero que se casa
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gana brió y pierde
fama
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y si en la cama se compasa
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lo puede joder la brama"
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DE SABANERO A BOYERO
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En ese afán mío de ir mejorando de trabajo, me
había venido a la
Hacienda Mojica pues ya me había cambiado de Catalina.
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En las Haciendas de los Wilson todos los
sabaneros ganaban ciento tres colones por mes, me cambié a la hacienda de los
Rojas por cuarenta y ocho colones por semana, ya tenía a Imeldita y a tres de
mis hijos, un día viene un amigo mío llamado Máximo Espinoza y me dice: "Mira
Naldo, ya está bueno que dejes esa vida de sabanero
y te busques un par de bueyes, eso es lo que vos necesitas para darle mejor
vida a tu familia".
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Hombre como que agarré valor y me decidí a
hablar con el patrón. Don Joaquín Rojas, era un señor de Tacares de Grecia y
había comprado lo que es hoy Aqua Corporación.
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Me fui directo donde él y le dije: Don Joaquín
yo tengo, una vaca parida con ternero en sus potreros y se la cambio taco a
taco por un par de novillos alazanes que usted tiene ahí, es que quisiera
jugármela diferente.
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Don Joaquín era sabroso pa'
la palabra y los negocios y me dijo: "Idiay, si le
sirven los novillos no se hable más, pero eso sí, no se me vaya a ir de
aquí."
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¡Ah no! Esa es la idea mía Don Joaquín.
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Esta bien Naldo, la verdad
es que, ya bastante me ayudaste y si ves que podes jugártela mejor pues yo no
te voy a estorbar, eso sí, hérreme el ternero y la
vaca con el fierro mío para cerrar el trato.
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Herré los animales y de una vez busqué los
novillos para amarrarlos a un palo y cabrestiarlos,
y cuando las cosas tienen que salir, salen, a la finca llegó un señor que se
llamaba José Mata y me dice:
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"Naldo déme esos novillos para amansarlos, me los llevo para
Cañas y allá se los pongo de tiro".
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Claro era eso,
precisamente lo que yo necesitaba.
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Llévatelos y apúrate con ellos que mientras no
puedan trabajar, tengo que aguantarme en esta Finca, a los días llega José
Mata, y me dice que ya los bueyes jalan arena y piedra y que podía irlos a
ver trabajar si quería, me entró un alegrón en todo el cuerpo, le pagué los
dieciséis colones que me había cobrado y me los llevé para una ranchilla que había comprado en mil colones en lo que es
hoy Barrio Unión.
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Don Joaquín ahora sí me voy, ahí le dejo mis
diez años de trabajo y gracias por todo lo que me ayudó.
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De ese momento en adelante yo sentí que mi vida
cambió. Talvez los bueyes sintieron mi coraje,
porque rapidito nos conchabamos, tuve tanta suerte que en una de esas andadas
me topé con un amigo que me dijo: "Naldo,
yo ya no quiero andar con bueyes, te vendo en dos mil quinientos, todos los
aperos, llévate todo yugo, fajas, carreta, todo, yo tenía mis chiquitos
guardados, y le entré al negocio, no eran ni seis meses y ya andaba con dos
yuntas de bueyes y hágale papá, de sol a sol, hasta contraté un muchacho para
que me echara una mano, metí carretas de volanta, hice mi empresita de bueyes
y hasta la fecha sigo tirándole como el primer día.
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"Boyero que jalas carga
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con tu chuzo y tu carreta
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y si la pobreza apreta
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con trabajo un buey la larga"
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MI VIDA COMO BOYERO
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La jalada de cargas con bueyes es un cuento de
nunca acabar, arena, piedra, leña, tierra, gente, chunches de la gente,
madera en tucas, madera aserrada, productos del campo como maíz, arroz,
frijoles, bueno, de todo.
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Pero cuando empecé la maderiada
se puso buena, habían montado el primer aserradero en Cañas de un señor de
Barva de Heredia que se llamó Pedro Montero, entonces tuve que hacerme una
cureña pa’ maderiar y un
buen par de bueyes, esto me dejó cualquier cantidad de plata, que hasta metí
volantas, carretas de bueyes, que traían desde los Estados Unidos.
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Mi día de trabajo empezaba desde las dos de la
mañana, mi mujer era muy activa, en lo que yo iba por los bueyes, cuando
llegaba a la casa ya había pinto, tortillas palmeadas y el infaltable café,
además del aliño para el trabajo.
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Recuerdo que se había puesto de moda el llevar
madera aserrada a Bebedero, salía a las dos de la mañana y llegaba a las
nueve, bien mecateado, tal vez estaba descargando el flete, cuando aparecía
alguien y me decía: "Naldo porqué no me llevás un palo al Aserradero de Cañas".
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Yo que iba a decir, si en eso andaba pues
hombre, móntemelos y para Cañas, a veces lo que costaba no era echarlo sino
cobrarlo, se me ponían rejegos porque lo mismo que había cobrado de ida los
cobraba de vuelta, el tiro era no aflojar, y al final me salía con las mías,
veinticinco colones de ida y veinticinco colones de venida, el sueldo de un
sabanero en una semana.
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Cuando íbamos a Bebedero, nunca nos veníamos
vacíos, éramos varios los que dábamos ese servido, es más Pedro Ferrandino, tenía una Flota de Carretas, Lucas Alvarado
también, más todos los independientes como nosotros.
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Eso era un ir y venir de bueyes por ese camino.
Las mercaderías ya puestas en Cañas había que distribuirlas a lugares
aledaños como: Palmira, Barrio Jesús, El Líbano, Sandillal,
Tenorio, Los Ángeles y nunca veníamos vacíos pa'
atrás.
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Incluso Goyo Valdés tenía carretas volantas que
solo jalaban gente, y nos jodía pues si se pegaba de camino, solo bajaba la
gente, salía y seguía, pero nosotros talvez con una
tuca de dos cúbicos y medio como íbamos a bajarla.
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No crean el viejillo se la jugaba, pero igual
había campo para todos y hacíamos la plata que queríamos, pero esto de la
plata era engañoso, porque si no la tenés te desesperás por buscarla, y si la tenés,
te agarra un desatino por gastarla.
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Imagínese, uno joven, sobraba en que gastarla y
aun así alcanzaba para tener la casa bien y sin necesidad alguna.
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"No soy boyero por Plata
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y no me acuesto con hambre
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lo llevo aquí en la sangre
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de la cabeza a las patas"
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EL CAÑAS QUE YO RECUERDO
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Con esto de la boyada, yo no sentí la crianza de
la familia, siempre había algo que comer, en Cañas, había tres carniceros, se
turnaban entre ellos para matar una res por día y les sobraba la carne, yo
llegaba donde Don Félix Mora y le pedía seis reales de carne, agarraba un
hacha y cortaba un pedazo de paleta, la envolvía y a la casa, nada de romana,
el peso no importaba.
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Salíamos a los bailes de marimbas de Lucas
Briceño, Carlos Ocaña, Coyotillo, Cristerno, Ofelia
y otros. Nos hacían sacar polvo de las calles, se pagaba una peseta por cinco
piezas, te rodeaban con un mecate para cobrarte, pero aquella carajada era
algo alegre.
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El parque estaba rodeado de unos barrotes de
hierro retorcido, en el centro habían palos de coyolillo, rosas y enredaderas, los poyos de las orillas
y nada más.
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"A Cañas vine a buscarte
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pues mi vida estaba en vilo
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para que voy a dejarte
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si yo aquí vivo tranquilo"
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COMO VISLUMBRO EL FUTURO DEL BOYERO CAÑERO
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Vea compañero yo nunca tuve jaranas, yo siempre
he vivido de contado. Si yo vendía una yunta era para mejorar, para invertir,
pero jamás para empeorar.
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Le digo esto porque más de un boyero quebró, por
cabezones, vendían y se quedaban a pie, yo hice plata boyando, saqué adelante
a mi familia.
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Pero ahora siento que he perdido mi ilusión, ya
no amanso novillos nuevos, antes mi mayor orgullo era ver aquellos grandes
bueyes con un palo a cuestas y que no echaban un pesuñazo
pa’ tras, ahora mis hijos trabajan en otras cosas y
solo boyean si yo se los pido, estoy seguro que
muriendo yo, ellos venden todo. El solo pensarlo me da tristeza.
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Me alegra cuando me invitan a reuniones de
boyeros, porque veo que la tradición se niega a morir.
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"Cuando yo deje ésta
tierra
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que se olviden de las
leyes
|
que me entierren en la
sierra
|
pegadito con mis bueyes"
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|
MI LEGADO
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Es inevitable sentir que soy uno de los últimos
varones, que se hicieron sentir en éste pueblo. Cañas, puede sentirse
orgullosa y decir que Naldo Umaña nació aquí!
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Mis bueyes llevaron piedra, madera y arena para
construir las casas que ahora vemos, pero lo que nunca veremos, será el sudor
y el trabajo que los boyeros hemos dejado en éstas calles cañeras, y si
tuviera que dejar mi sangre, con gusto la regaría.
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|
Les dejo a mis hijos, que sean portadores de mi
herencia boyera y ojalá sepan mantener el orgullo que su madre y yo siempre
quisimos que sintieran por este oficio, por esos animales que nos dieron más
que COMODIDAD, nos dieron SU PROPIA VIDA.
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"Se que tengo una
cita
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se que se me arrala el viento
|
cada día más me siento
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a la par de mi Imeldita"
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REMEMBRANZAS
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Mis doce años llegaron de golpe
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de golpe de garabato y machete
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fue el regalo e' mi tata y un crucifijo de lata
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yo sentía cuando cortaba el monte
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que cortaba uno a uno mis sueños
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yo miraba al horizonte y me despertaban con leño
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solo el hijo del patrón conocía la maestra.
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Si nacimos pa' peón
del cielo cae el molejón
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y me veía grande y buen mozo sin levantarme
temprano
|
agua en la cara del pozo
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y siempre el machete en la mano.
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***
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Pero no todo fue tristeza
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aún me ronda en la cabeza los
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chapuzones en el río
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las aguantadas de frío
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cuando salíamos del agua
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Imeldita sin enagua lavando con su mama
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escondidos en las ramas
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tratábamos de verla
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costaba como perla
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pues no salía de su concha
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los zancudos y las ronchas
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nos quitaban la ilusión
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detrás de un caballo viejo
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candidato a salchichón
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había que montarlo a rejo
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para aumentar la vagancia
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y soltaba tal fragancia
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que ya nadie repetía
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se hacían cortos los días
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esperando aquellas fiestas
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calculadas por florestas
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por el roble amarillento
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me ponía tan contento
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mi camisita de manta
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huyéndole a la giganta
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mis compinches y sus bromas
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y la alegre cimarrona.
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Con solo pensarlo me canso agarrar un ternero
manso y buscar alguna horqueta un saco viejo de baqueta pa'
completar la corrida alguna soga podrida nos servía de pretal y al soltar el
animal a contar todos los brincos nunca llegábamos a cinco y nos sentíamos
montadores a puñado de soñadores con un torito de ordeño a correr si viene el
dueño por en medio del potrero si se caía algún sombrero nadie se devolvía y
entre risas, miedo y algarabía nos metíamos en la montaña y en un descuido
del finquero buscábamos algún cuero y repetíamos la hazaña. Me hice boyero
por mi tata el crucifijo de lata y la insistencia de mi mama buscando siempre
la fama y pulseando ser el mejor hacerse fuerte al calor y compañero de los
bueyes tratarlos a cuerpo de reyes como si fueran tus hijos ya tienes trabajo
fijo cuando despiertes cada mañana al fin se acabó la brama ya no hay vida
suavecita después de pedir visita me quedé......... con Imeldita.
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Dedicado a Naldo Umaña
por toda una vida de trabajo dedicada al sabaneo y al boyeo
para orgullo de este pueblo guanacasteco.
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