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Historia de
una vida.
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Sr. Alejandro Rojas Barrantes.
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su nacimiento hasta la actualidad ha sido residente en el caserío de Jaris de Mora, es el menor de los diez hijos de Belisario
Rojas Retana y Cleotilde Barrantes Herrera. Desde su infancia, al igual que sus
hermanos, fue educado en las labores de la agricultura, tradiciones y valores
propios de su familia, sobresaliendo entre ellos la religión y los muy
famosos mitos y leyendas de aquellos años de 1965.
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A la
edad de 10 años, Alejandro respetaba y temía a estos mitos y leyendas, ya que
en ese tiempo se consideraban como fuertes y tormentosos castigos que
sucedían cuando alguien no respetaba debidamente la religión.
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En muchas ocasiones, las
personas que antes vivían aquí comentaban si a alguna persona
desgraciadamente se encontraba con personajes como: El Dueño del Monte, El
Cadejo, Los Duendes, La Llorona, La carreta sin bueyes, El Padre sin Cabeza,
La Tule Vieja, La Segua, El Perro Blanco o algún
otro de tantos representantes de estas leyendas que sea como sea atormentaban
a aquellas personas que se salían de los buenos caminos, o sea, los caminos
de Dios.
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Alrededor
de los años 1971 y 1972, Alejandro con la edad de 17 años trabajaba en el
campo con su padre, procesando caña de azúcar en el trapiche de bueyes o
sembrando y cosechando café en un apartado de tierra para la venta y consumo
de su familia.
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Un día
trabajando en su cafetal, haciendo la limpieza del mismo y dándole
mantenimiento, escuchó unos ruidos extraños, esto le pareció muy raro porque
estaba sólo en el lugar. Al rato de
estar en su oficio divisó a lo lejos un bulto pequeño, oscuro pero con un
poco de blanco grisáceo que se dispersaba por el lugar. En un momento la forma desapareció de su
vista, pero de pronto se percató que una cosa mediana que le llegaba a la
altura su cintura, con cabellos grises y ropajes rotos y sucios, arrastrados
por el suelo, manos sucias, piel arrugada y un gesto de muerte, estaba junto
a él, gimiendo y tratando de tocarle.
Alejandro al ver a la famosa y temida Tule Vieja casi ni pudo moverse
del susto. Sin embargo así como esta
llegó, así desapareció.
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Fue un
momento aterrador para Alejandro, quien hasta pocos minutos después fue que
recuperó el aliento y se marchó del lugar rogándole a Dios nunca más
encontrarse con dicha señora. En esos
momentos Alejandro no se imaginó lo que años más adelante le sucedería.
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En los años
1977 y 1978, ya él tenía de 22 a 23 años.
Él y su hermano mayor Isaías, comenzaron a visitar algunas amistades
en el centro de Jaris, pero ellos ya sabían que
tenían una hora fija para estar en la casa; ya que su padre era muy estricto
y si no llegaban a esa hora impuesta el castigo que les esperaría no era muy
grato, aunque ellos ya fueran mayores de edad, no la pasarían muy bien si no
cumplían con lo estipulado por su padre.
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En este
mismo año, en la pulpería de Doña Rosario, se comenzó a jugar caratas
apostadas entre los vecinos, amigos y conocidos de los alrededores del barrio
El Pito, donde vive Alejandro y su familia.
Éste casi no jugaba, asistía a la pulpería a ver dichos juegos y solo
de vez en cuando lo convencían de jugar una partida, pero aunque ya sabía que
a las 7 p.m. tenía que estar en su casa una noche se dedicó tiempo y jugó 2 o
más y se le pasó la hora de irse.
Cuando se enteró que ya era tarde dijo: - Buenas noches, ya me voy - y
salió del lugar con paso apresurado.
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Al
caminar un metro de la pulpería divisó un cachorro negro en la calle, al
seguir caminando el animalito se dispuso a caminar junto a él. A Alejandro le parecía que el perro crecía
cada vez un poco más, lo miró nuevamente y lo espantó; pero cuando continuó
caminando este animal volvió a su camino y su tamaño era ya el doble. Cuando Alejandro estaba ya a 500 metros de
su casa el perro ya medía un poco más de 50 cm y sus ojos contrastaban con un
color rojo marrón como encendidos con un tizón.
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Lo más
malo era que conforme Alejandro caminaba y se acercaba más a su casa, el
animal crecía mucho más y era más cercano el sonido de unas cadenas
arrastrándose por la calle; en un momento el sonido rompió cuando un aullido
resonó en su espalda. El corazón de
Alejandro quería salirse de su pecho, nuevamente miró hacia atrás y el dicho
animal ya medía casi el doble de su estatura, con los ojos rojos y brillantes
como una estrella en luna llena.
Alejandro estaba a 100 metros de su casa y en un momento desesperado
rompió a correr aunque sus fueras eran en vano, ya que a pesar de su impulso
sentía que sus pies eran muy pesados y que el camino se extendía de manera
que nunca llegaría a su casa y cuanto más corría, más grande se hacía el
animal negro de ojos rojos.
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Para cuando logró llegar al
patio de su casa el perro era más alto que la misma casa y como llegó
corriendo tumbó la puerta de un golpe y éste cayó en la sala, al voltearse
miró a la enorme criatura inclinada mirándolo fijamente a los ojos y el
sonido de cadenas y el murmullo del viento se unían para hacer de aquella la
noche más aterradora de su vida, no sabe como, ni
cuando se quedó dormido.
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Al otro
día lo encontraron sus padres y hermanos tirado en la sala con la puerta bajo
él, temblando y sudando frío. Al
levantarlo soltó a llorar y a contar lo sucedido en la noche.
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Sus
padres le dijeron: - Eso le pasa por no obedecer a sus padres, por andar
jugando y no tener temor de Dios y Éste le mandó al Cadejo para que deje de
jugar y llegar tarde a la casa -.
Desde ese momento Alejandro cada noche llega a las 6 p.m., reza el
rosario y luego a acostarse a dormir y no pensar en lo que pasó para no tener
alguna pesadilla. Al pasar los años
escucha acerca de lo que a varias personas les ocurre por no hacer caso a sus
padres o por el simple hecho de no hacer lo correcto; de cómo algún personaje
les jugaba una mala pasada, aunque muchas veces en la noche, él mismo
escuchaba el llanto inconsolable de La llorona, los gemidos de la Tule Vieja
y el aullido del Perro Negro que lo escoltó aquella noche hasta su casa, cosa
que nunca podrá olvidar, pero que le sirvió de lección para nunca más
desobedecer a su padres ni a las cosas que le enseñaron.
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En el
año de 1986 Alejandro se casó con Aracelly Alvarado
Sandy y comienza una nueva vida solo con su esposa, añorando tener una linda
familia y haciéndola partícipe en su vida y ella en la suya. Ellos hablan de sus vidas y de lo que de
ahora en adelante juntos querrán hacer.
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Hoy en
el año 2006, Alejandro y Aracelly con 51 años de
edad tienen una vida plena, llena de amor, con dos hijos: Iveth Alejandra y
José Alejandro de 19 y 16 años. Todos
comparten la unión familiar y también han sido fieles testigos de las
historias de vida de su padre y esposo, porque gracias a Dios don Alejandro
mantiene una buena memoria y nos ha compartido sus relatos a mi madre, mi
hermano y a mí, quienes estamos muy orgullosos de esa gran persona
trabajadora, humilde, sencilla, honrada y responsable que siempre ha
sido. Y es por eso que yo me he
dedicado a escribir este relato de lo que fue una parte de la vida de mi
padre que hoy, mañana y siempre agradeceré a Dios por darme la gran dicha de
ser su hija. Y finalmente me despido.
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Redactado por:
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Iveth Alejandra Rojas Alvarado.
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Jaris de Mora. 2006.
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