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"Mi mamá me dejo
cuando más la necesitaba"
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Entre
charrales, matorrales de mora, cabulla y piedra por
todos lados se ubicaba el ranchito que había hecho mi papá, el cual de hoja
seca de caña. Ahí vivimos mis ocho
hermanos, pero tres ya se habian casado y se
marcharon cada quien por su lado.
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Cada vez
que me acuesto en esta comoda cama mía, recuerdo
donde dormía en mi niñez; aquellas dos esteras hechas de palos redondos donde
tendiamos unas coletas bastante viejas y las otras
para cobijarnos.
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En una nos
acomodábamos los tres menores, en la otra papá y mamá, y en el suelo dormian mis hermanos mayores.
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Jamás
olvidaré aquella imagen de mi papá a sus treinta y cinco años, casi cadaverico, muy extraño, con constante bomito y lo único que toleraba era poquitos de agua yo
mismo le daba de beber. Hasta después
de luchar con aquella gran ulcera, su cuerpo no aguanto más y murió.
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Lloré y
lloré sobre su caja, yo no podía creer lo que sucedía y suplicaba que no se
lo llevarán ¿qué voy hacer yo sin mi papá?
Como presintiendo en aquella inocencia de mi niñez que lo peor faltaba
por llegar.
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Al pasar
este hecho de mi vida, tan dificil; seguiamos viviendo en extremas pobrezas.
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Mi mamá
tubo una saquita de guaro, para poder sobrevivir entre tanta penuria; en
algunas ocasiones nos enviaba a la carniceria del
pueblo a pedir sangre de res para cocinarla y así calmar la sonadera de
tripas que pedian más y más.
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Entre los
siete y ocho fue una gran lucha por sobrevivir entre tanta pobreza y frialdad
y porque extrañaba tanto, tanto a mi papá; aquellas expresivas muestras de
amor y sus constantes palabras optimistas y llenas de aliento.
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En ese
entonces mi mamá que había quedado viuda muy joven como a los veintiocho
años; se enamoró de un señor y por lógico la conquisto para que se fueran a
vivir a otro lado. Ella sin pensarlo
mucho accedió; tengo que mencionar que siempre con su frialdad, la cual
aumento cuando murió papá y por supuesto cuando se enamoró nuevamente, se
hizo mucho más indiferente. Me duele
el corazón cuando recuerdo las muestras de amor con aquel hombre.
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Los dos
hermanos mayorcillos a mí se fueron a buscar trabajo a San Miguel de Tucurrique en la Finca del Congo, y vale más que lo
consiguieron, a la segunda semana de estar trabajando ahí; llegó el día de la
partida.
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Un jueves
mi mamá alisto en un saco de gangoche un poco de
ropa, y oras cargas envueltas entre la misma ropa. Yo cargue una de ellas, otra mi mamá y el
saco lo cargo el hombre.
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Con un paso
muy apresurado salimos todos, aquel hombre con mi mamá adelante yo detrás de
ellos y mis dos hermanillos menores más atrás. Yo miraba con mucho recelo aquel hombre y
hasta sentía el deseo de desaparecerlo, llegamos al lugar por donde pasaba el
bus; mi mamá seguía insistiendo que me fuera con ellos, al llegar al bus, no
quise subirme; mamá me agarro y como pude me solte
y me tiré del bus; empece a llorar
desconsoladamente y les gritaba:
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No se
vayan, no me dejen solo.
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No se
vayan, no me dejen solo.
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Como si con
eso ellos me fueran hacer caso; pero todo fue inútil. Aún así al arrancar el bus corri detrás de él suplicando a grandes gritos:
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No se
vallan
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No se
vallan
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Pero todo
fue inutil, todo fue en vano; ahí quede en medio
del polvazal triste, solo y desconsolado.
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Regrese al
rancho donde pase aquella noche temblando más de tristeza y de miedo que de
frío. Al amanecer viernes entre
aquella soledad senti hambre busque y lo único que
encontré unas arepas tiesas llenas de moho y unos frijoles que olian agrios; pero aquellas tripas con una sonadera y no tube más remedio que comer lo que había.
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Llegó el
sábado, llegaron mis hermanos y lo primero que me preguntaron ¿Dónde esta mamá?; no pude contener el llanto y les respondi a lo que pude mamá se fue con aquel hombre pero
no me dijieron para donde.
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Nos
abrazamos y lloramos por largo rato y deciamos
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-Si papá no
hubiera muerto no estariamos aquí solos.
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Ahí duramos
como ocho días mis hermanos y yo, ellos cocinaban frijolitos, chayotes y
atisbamos que la gallina del rancho más cercano cacareará para ir a buscar su
huevo, con eso nos ayudábamos a ajustar la comida.
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La
propiedad donde estaba el rancho era de un tío mío al darse cuenta de lo que
paso se enojo y nos echo
de ahí.
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Yo estaba
asistiendo a la escuela a miles costos; tube que
dejarla; ya que nos fuimos a vivir donde una hermana donde tenía que pagarle
¢1800 por semana y como yo era tan pequeñillo solo me
pagaban ¢200 por jornal, ajustando ¢1200
por semana y mi hermano el mayorcillo me reponía el resto.
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De esa
manera tube un poco más de estabilidad, sin dejar
de luchar para pagar mi comida y me labarán mis
pocos trapos.
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Entre la
lucha también había tiempo para juegos y bromas; siendo la victima un perro
grande del esposo de mi hermana; de todo le haciamos,
cierto día me quitaron los pantalones quedandome
como Dios me mando al mundo se los pusieron al perro. Los chiquillos corrieron detrás del perro riendose a grandes carcajadas al verlo tan gracioso;
mientras tanto yo iva en busca de mis pantalones
para cubrir mis partes privadas que era de lo que menos se percataban los
chiquillos.
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Y así fue
pasando el tiempo hasta que llegue a ganar algo más.
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A los doce
años me vine a la Enseñanza de Capellades con mi otra hermana; su esposo me
dio trabajo y me pagaba ¢1000 por semana además me daban la
comida.
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Con los ¢1000
yo me fui comprando ropa y ahorrando otra parte.
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Así me
termine de crear entre mis sobrinos, su esposo y mi hermana.
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Tube una juventud muy tranquila entre el trabajo al
campo, jugando con flechas, entre el monte a escondidas, entre los palos de
guayaba y llendo al río. Los domingos a las cinco de la mañana saliamos a coger el bus en Quebra
Onda para asistir a misa de 6 de la mañana en Juan Viñas. Regresábamos rapidamente
y a jugar entre el monte, donde nos dejabamos por
la fantasia y la inmagición;
para vivir nuestros sueños.
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De vez en
cuando ibamos a alguna fiesta del Pueblo; cierto
domingo unos sobrinos del esposo de mi hermana me llevaron a una fiesta ahí
conocí a la que hoy es mi esposa, ella tenía quince años y yo diecisiete
años. Nos hicimos novios y cuando
tenía diecinueve años con once meses nos casamos.
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Con ella
logre establecer más seguridad a mi vida; tengo ocho hijos, mis nietos y mi
esposa soy plenamente feliz.
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Estoy plenamente
seguro que Dios y la Virgen nunca nos desamparan; aunque muchas cosas son
difíciles hay que seguir adelante.
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Todo lo
ocurrió aquí es basado en hechos reales, pero nos reservamos los nombres de
las personas que me rodearon; por respeto a ellos; y sobre todo el perdón que
debo darle todos los dias a mi madre.
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