Consultas Inmuebles declarados patrimonio

  • Provincia:
  • Cantón:
  • Distrito:

 

 

 

 

"Las animas reclaman"

 

En aquella casa grande con las paredes empotradas, sus ventanas eran puertas que permanecian abiertas en el día y si no llovía, a la mitad dividida por un gran pasillo a la izquierda estaban ubicados tres cuartos bastante grandes a la derecha la sala, el comedor y la cocina al fondo con sus largos molederos y la cocina de hierro en el fondo de la derecha junto a élla un cajón de leña sobre ella la cafetera siempre lista con el café, detrás las tapas de dulce, más allá un trastero donde se guardaban los jarros de loza, los platos, las cucharas y el pichel.  No podía faltar la canasta con hojas de platano envolviendo las tortillas.  Siempre a mano derecha hacia el oeste estaba la puerta que nos comunicaba con la pila y sobre esta un tejado por techo, sostenido por dos grandes orcones y sobre estos hacia los lados dos hermosas veraneras, sin faltar los largos corredores con sus largas bancas que se usaban para las tertulias.por las tardes.  Los pisos de madera luciendo hermoso brillo.  Las aceras lucian piedras colocadas en forma muy ordenadas, empotradas en la misma tierra.  A mano izquierda estaba la troja construida de tucas de madera empotradas unas con otras y al frente estaba el picadero de leña que se colocaba en estribos no nos podía faltar el molejón sobre un tronco grueso ni la carreta la cual ya estaba bastante maltratada por su uso constante en el trabajo.

 

En el cerco gallinas, pollos, dos caballos y detrás del escusado una gran mata de chayote junto a ella una paja de agua.

 

Que felices eramos, viviamos entre tanta paz y tranquilidad.

 

Me daba tanto orgullo y alegría ver a mis padres, el respeto que se demostraban el uno al otro.

 

Sobre todo la gran unión que se notaba en sus frecuentes acciones siempre cariñosas entre si y con nosotros.  Estos sucesos que aún siguen vivos se iniciaron alrededor del año 1928.

 

Eramos ya muchachillos mis hermanos y yo, Narciso de 10 años, Joaquin de 11 y Pantaleón de 13, trabajamos con papá, sembrando cubases, maíz y cuidando las vacas.

 

Mis hermanas eran Leticia de 7 años, Concepción de 14 y Clemente de 15.

 

Siempre muy unidos, nunca nos faltó nada, más bien en la troja siempre había reserba de maiz y cubases, además la lechita diariamente.

 

Mis dos hermanos mayores estaban en el convento del Corazón de Jesús y mi tía materna Elvira ayudaba en los deberes a mamá.  Un viernes que nos visitabán nuestros hermanos a eso de las 5 p.m. mi mamá se fue al escusado; como tardabá tanto mi hermana Clemente salio a buscarla de repente escuchamos unos gritos con gran alarma:

 

Papá, papá ven rápido, ven a ver a mi mamá.

 

Todos los que estabamos en la cocina salimos en carrera en auxilio de mi mamá, la encontramos detrás del escusado a la par de la mata de chayote, estaba tiesa y con la mirada fija, su corazón palpitaba aceleradamente.  Entre mi papá y yo la llevamos a la cama.

 

Por la distancia que hay entre mi pueblo y Cartago ese día no pudimos traer el doctor.

 

A eso de las tres de la mañana del siguiente día Pantaleón y yo salimos a buscar el doctor.

 

El diagnóstico fue que ella se llevó un gran susto, una impresión demasiado grande y que deviamos esperar que reacionara.

 

Mi papá permaneció junto a ella sin despegarse, solo para lo más necesario, esperando su mejoría; transcurrieron treinta días pero sin ninguna reacción, cuando a eso de las siete de la mañana llegue de ordenar me acerque a la cama, mi papá fielmente a su lado; toque sus manos estaban frias, toque su corazón, ya no palpitaba me volví y le dije a papá.

 

Mamá murió.

 

El la toco, la abrazo, la movió pero fue inútil, no podría creer lo sucedido, ya había que resignarse no se podía hacer nada más.

 

Guardó silencio y se acomodó siempre a su lado; tenía un gesto como si a él mismo se le acabara la vida.

 

Llegaron dos de mis tíos paternos para realizar las vueltas del entierro; nosotros confiamos todo en ellos; por la experiencia que ellos tenían.  Lo único que se nos consultaron fue la hora del entierro, decidimos que fuera a las 3 de la tarde.

 

Fueron donde Porfirio López el que hacía las cajas de los difuntos en el pueblo y como era tan prevenido siempre tenía tres hechas una morada, una gris y una beis.

 

Por cierto la de mamá fue morado purpura, a ella la vistieron con un traje alucivo a la Virgen del Carmen, abrieron campo en la sala y pusieron la mesa del comedor con una sabana blanca sobre ella en el fondo de la pared un Cristo y una estampa de la misma Virgen del Carmen rodeados de esparragos y margaritas.  Parecia increible ver a mamá a sus treinta y ocho años muerta metida en aquella caja.  A su alrededor pusieron candelas pegadas sobre platos y ramos de calas y hortencias metidas en tarros con agua.

 

Debajo de la caja no podía faltar el vaso de vidrio con la mecha larga que descansará sobre un plato de loza, donde poco a poco caerian las gotitas de agua lentamente y así saciar la sed de mi madre cuando iba en el camino hacia Tatica Dios.  Alrededor de la sala pusieron las cuatro bancas que habian en los corredores.

 

Fue una escena muy desgarradora una escena que yo jamás esperaba, tan rápido e inesperada pero eso era la voluntad de Dios y había que aceptarla.

 

Por lo tanto en la cocina empezaron a llegar las vecinas, alistar la acostumbrada comilona en estas situaciones ya estaba listo el biscocho para meterlo al horno de piedra, dona Zeneida llevo una canasta con deliciosas tortillas, mi tía Elvira ya habia hecho un tamal asado y sobre el cocina dos cafeteras de café recién chorreado y una olla con agua caliente.

 

Por su parte Pantaleon y José mi primillo desplumaban unas gallinas para alistar el almuerzo del velorio.

 

No podía faltar la rezadora Doña Ema Gamboa, cada hora se arrimaban de primera se tiraba un rosario y deviamos estar listiticos sino nos dejaba perdidos al contestar.

 

A eso de la 1 p.m. empezó a llegar más gente se repartía el pan que habian hecho las vecinas y las tortillas con queso fresco; el traguito de guaro contrabando no podía faltar, el cual era gustado por la mayoría de los hombres ya adultos con la escusa; hay que calentarse porque este frío no se aguanta.

 

Así entre rosarios, dolor, comida tertulias y traguito se llevo el velorio de mi mamá; a sus treinta y ocho años ya muerta era increible.

 

A mí lo que más me preocupaba era ver a Papá a la par de la caja con un semblante tal palido, con la cabeza gacha y con los ojos llorosos, apenas levantaba la mirada cuando le daban las condolencias; cada vez se veia la casa más llena de gente y se acercaba la hora de llevarse a mamá para la iglesia y seguir al cementerio.

 

Mis hermanas Clemente y Concepción que siempre habian pasado metidas en el cuarto con Leticia salieron vestidas todas de negro, con los hojos hinchados y rojos de llanto y sobre sus cabezas unos largos velos negros.

 

Traian a Leticia de la mano que con costos entendía lo que estaba sucediendo.

 

Tuve que tragar grueso para no soltar el llanto; al ver la inocencia de Leticia a sus escasos siete años ya sin mamá.

 

Mis tios paternos se acercaron a la caja y fueron abriendo campo para sacarla, me asomé para darle el ultimo a Mamá y casa y aún estaba con los ojos abiertos.

 

Papá se puso de pie y salió de la casa en dirección del escusado.  Mis tios y mi primillo José ya estaban listos para levantar la caja, pero papá no llegaba para que le diera el último adiós a su esposa, llame a Narciso para que fuera a buscarlo salió en carrera y regreso más rápido, pero muy asustado; entre su agitación apenas le entendí.

 

Papá está tieso.

 

Salí tan rápido como pude lo busqué en el escusado pero nada con todo mi miedo lo busque detrás donde estaba la mata de chayote y ahí estaba muy tieso y no reaccionó a mi llamado.

 

Lo sornaguie, pero nada y por ultimo toque su corazón pero fue inútil; sali corriendo a buscar a mis tios; la gente se alarmó al ver que salimos muy apresurados y empezaron los murmullos.

 

El también murio asombrado.

 

Recogimos a mi papá, pero lo confirmamos no podimos hacer nada, papá había muerto.

 

Lo vestimos con la ropa que más le gustaba de traje negro camisa blanca y corbata negra y rapidamente nos trajeron la caja de donde Porfirio López.

 

Todos abrazados lloramos la doble desgracia, perder también a nuestro padre, era increible pero real.

 

Mis tios maternos Julian y Bernardo fueron por el sacerdote.

 

Entre llantos no saliamos del asombro tanto nosotros como nuestros acompañantes.

 

Doña Ema tratando de calmar la gente empezó rezo pocos eran los que estaban atentos.  Al terminarlo se arrimó al sacerdote se paro junto a las dos cajas y dijo a la gente presente:

 

Esto es obra de Dios por la gran unión y amor que se profesaban estos esposos; no pudo ser mejor; nada de pensar y comentar tonterias.

 

Porque con eso lo que hacen es atormentarse y perderán la paz.

 

Me parece que más conveniente es enterrarlos juntos.  Mirandonos nos dijo:

 

Les parece a eso de la 10 a.m.

 

Estad felices y pensad esto es un regalo de Dios, para ellos y para ustedes.

 

Estad en paz; bendijo las cajas y a todos los parientes ahí presentes; inmediatamente se torno un gran silencio.

 

Mientras tanto en la cocina nuestras vecinas Doña Zeneida, Doña Trinita, y mi tía Elvira molian el maíz en el metate palmeaban las tortillas y las cocinaban; además chorreaban café para con lo que habian guardado de la mañana como si las ánimas avisarán lo que iva a pasar.

 

Fueron, siempre mis tios paternos los que estaban atentos a todo lo que correspondía al velorio; buscando las cajas.

 

Aquella imagen dos cajas sobre la mesa, dos vasos debajo de ellas con las mismas flores y las mismas candelas ya un poco gastadas.

 

Cuanto dolor, cuanto vacío, siguió el velorio pero no faltaron los rosarios con Nanito Pipe, el rosario, el pancito casero y por supuesto los llantos unidos a los comentarios.

 

Murieron asombrados, murieron asombrados; hay que alejarse de la mata de chayote y ese escusado que lo cambien a otro lado.

 

Ya era de noche, en los corredores se aglomeraba la gente, sobre todo los hombres que entre tertulia y tertulia pasaban muy bien el rato; tomandose su traguito para aplacar el frío acostumbrado en aquella época.

 

Como era costumbre cuando se velaba un difunto por la noche se hizo una fogata en el patio y alrededor de ella nos calentabamos todos; así se soportaba mejor el frío.

 

Mis hermanas metidas en el cuarto, ya no podían llorar ni hablar, estaban completamente roncas y Leticia estaba ya dormida.

 

Las muestras de condolencias eran de no acabar.  De repente se oyo un gran alboroto alrededor de la fogata, dos de mis vecinos bastantes chispiados, quisieron ofender a Celimo el hermano mayor de mi papá, este se volvió y les dio de trompadas.  Nunca me di cuenta que le dijeron para ofenderlo tanto.  Entre todos los que estabamos ahí tratamos de calmar el pleito; Doña Zeneida se llevó a su esposo, mi tío se fue y así todo volvió a su calma; el otro vecino Cipriano permaneció tambaléndose pero sin chupar suelo.  Amaneció dormido en una esquina del corredor y muy mansito.

 

Jamás olvidaré ente aquel trillo la imagen de el traslado de las cajas hacia el cementerio, entre aquella espesa vegetación y para ajustar una gruesa capa de neblina, como si fuera una historia de terror.  Los más duro era que ahí ivan mi papá y mi mamá ante circunstancias aún desconocidas.

 

Con gran tristeza paso el funeral y el novenario, tratando de encontrar resignación.

 

 Después de dos meses, llegaron los hermanos de mi mamá Jarino y Cleto nos comentaron a manera de secreto que tubieramos cuidado por que los hermanos de mi papá han andado recorriendo los terrenos con gente muy rara, que no conocemos.

 

Pero nosotros no le dimos importancia; para nosotros era más importante el vacío que dejaron nuetros padres; que los terrenos, además nosotros confiabamos plenamente en ellos.

 

Mis hermanas permanecian en la casa cuidando a Leticia y tratando de superar la prueba tan dura que estabamos pasando.  Asistiendo la casa como lo hacia Mamá; siempre con la ayuda de la tía Elvira.

 

Sin pasar mucho tiempo, cierto día por la tarde con gran imponencia llegaron mis tios Julian y Bernardo, nos dijeron que ahora en adelante ellos eran los dueños de los terrenos y el ganado de Papá, nos enseñaron un montón de papelas raros y no tubimos más que aceptarlo.

 

Solo nos quedó la casa donde viviamos y el cerco donde estaba la chayotera.

 

Apenas podiamos creer lo que estabamos pasando nos quedamos muy desilucionados de ver mis tios tan llenos de avaricia y codicia.

 

Mis hermanas regresaron al convento, pero Leticia se quedó en casa de Tía Elvira.

 

Mis hermanos Narciso y Joaquin tubieron que irse a vivir con mi tío Julian; Pantaleon y yo nos fuimos a trabajar en Tres Rios; como vaqueros.

 

Nos seguimos reuniendo en la casa cada vez que ellos cumplian meses de muertos.

 

Al cumplir el año de muertos todos fuimos juntos al cementerio y como era normal la neblina nos acompañaba.  Rezamos colocamos flores y nos regresamos; cuuando ibamos bajando Narciso volvió a ver para atrás y vió una luz que salía de las tumbas, caminamos más rápido, pero la luz nos seguía de largito, nos acercamos a la casa y la luz se metió en la chayotera.  Podrán ustedes imaginarse la sensación tan grande en todo nuestro cuerpo, el corazón aumentó su ritmo cardiaco, no podiamos hablar, solo nos mirábamos fijamente unos a otros, quedamos como paralizados y sudando frío.  Nos metimos a la casa cerramos por todo lado y empezamos a rezar creyendo que eran las animas que andaban reclamando algo.

 

Ni a palos nos volvimos a arrimar a la chayotera, aquellos ricos chayotes, grandotes y blancos eran recogidos por nuestros vecinos.

 

En el año de 1933 contraje matrimonio y me fui a vivir a la casa de la familia.

 

Yo no me animaba a estar fuera de la casa cuando ya oscurecía porque la luz siempre salía y empezaba a rondar la casa.

 

Mi hermana mayor, Clemente faltando a sus principios religiosos; ante aquella insistencia de la luz, busco un clarividente de Turrialba, y lo trajo a investigar.  Esperaron que llegaran a las 12 de la noche y portando unas canfineras, palas y mucho valor se fueron a la chayotera, porque según el clarividente ahí había un tesoro, escabaron hasta llegar al tope con una gran laja de inmediato salió la luz seguida de un humo muy espeso mientras tanto se escuchaba una voz como tipo estruendo, que decía:

 

Aún no ha nacido el dueño de lo que aquí está enterrado.

 

Mi hermana y el clarividente salieron como alma que lleva el diablo.  Solo pudieron recoger las canfineras para regresar a la casa.  El clarividente no pudo dirigir más palabras y al día siguiente apenas salió el sol salió espavorido en su caballo hacia Turrialba.

 

Unos vecinos que desconocían la presencia de la luz; nos hicieron el favor de tapar el hueco; pero hoy día todavia esta como evidencia las piedras en un puñito a un costado de una casa recien construida.

 

Como narradora les puedo garantizar que esa luz siempre sale; yo no soy creyencerá, pero la he visto cuando sale de las tumbas y ronda ese terreno donde estaba la chayotera, hoy hay una casa.

 

Quién podrá asegurar que son las mismas animas que reclaman la ingratitud que les hicieron los tios a sus sobrinos, o más bien que indicarán que en alguno de sus generaciones, se va a confiar el tesoro ahí escondido, que va a recompensar la ingratitud de la avaricia y codicia.  Pero ante todo la ausencia prematura de una pareja ejemplar.

 

 

 

Esta narración es resultado de una investigación realizada con la familia afectada directamente, pero para evitar disgustos familiares, se usaron nombres fictisios; ya que ellos aún viven la situación como si fuera ayer y se alarman ante cualquier luz y sonido que escuchen.

 

En sus manifestaciones expresaron el resentimiento de haber sido desposeidos de sus grandes amores y lo que pudo ser su herencia.