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"El paseo más bonito"
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Reseña del viaje para traer
la madera para la casa cural de pacayas
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Ana Patricia
Ramírez Castro
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Dedicatoria:
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Este
trabajo es un homenaje a mi suegro José Luis Leandro Serrano a mi suegra
Carmelina Solano, y las personas que como ellos son un ejemplo de fuerza,
generosidad y trabajo. Gracias por compartir sus vivencias conmigo.
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Patricia.
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Junto a la cocina de leña...
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En
una de esas tardes de noviembre, en que los labriegos sencillos, cansados de
la ardua tarea, han comenzado su regreso a casa, mojados pero satisfechos de
saberse bendecidos por Dios, pues ven como sus campos son premiados con abundantes
frutos, y saben que en casa les esperan su esposa, sus hijos, su
familia. Como no agradecer a Dios de
corazón tales bendiciones.
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Fue
en una de esas tardes lluviosas, en que sentados junto a la cocina de leña.
con el jarro de loza rebozando de café recién chorriadito
y con una tortilla de queso en la mano, escuchamos al abuelo, en su relato:
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_Abuelito, ¿En qué trabajabas antes?. Preguntó mi pequeña niña de seis años,
mientras jugaba con un palillo con el bracero de la cocina.
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_En muchas cosas._ contestó el abuelo, dando así inició a ese dialogo
que nos ocuparía por el resto de aquella tarde de lluvia, que compartimos sin
querer perder detalle. _como lo fue mi papá, yo fui boyero. Desde muy chiquillo, aprendí a ser boyero,
a enyugar los bueyes, buenos animales, fuertes, y hasta buenos compañeros de
viaje; pues había que hacer muchas
veces largos viajes por caminos estrechos hacía Cartago, para traer
los comestibles para las pulperías, la semillas para los que sembraban maíz,
o para visitar a la Virgen por allá
de agosto, porque antes no habían buses como ahora, podíamos tardar en
un viaje yendo ligero a Cartago unas seis horas de ida, esperar la carga y
apurarse a venir para que no cojiera la noche y
traerá las pulperías lo que se necesitaba, porque a pesar de ser un pequeño
pueblo, aquí en Pacayas habían cuatro pulperías, gente como ñor Esteban Martínez, Lico Montero, Ángel Gómez y Modesto
Jara, daban trabajo a gente como mi papá, pues el
tenía bueyes propios y hacía los viajes a Cartago o a Santiago, que era el
lugar donde antes de haber caminos y comenzaran los camiones a jalar los
productos, todo mundo llevaba sus productos allí, pues por estar la estación
del tren salían o llegaban mas fácil las cosas que
se sembraban. Mi papá hacia esos viajes y desde los doce años yo lo acompañaba llevando otra carreta, a Santiago se
iba con carga para abajo y siempre se subía con algo a la
vuelta. Una vez fue a traer un santo
para la iglesia, era un San José, que lo trajeron de otro país en barco, era
una caja grandísima de madera, que la recogió en la estación del tren.
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_eran viajes muy largos, abuelito. interrogaba
interesada mi hija.
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_si, pero muy bonitos, tan bonitos que nunca se olvidan a pesar que ya
uno este viejo y olvide otras muchas._ contesto el abuelo con un aire de
nostalgia, pues sabe que el tiempo no pasa en vano y que esos recuerdos
evocan aquellos años en que la fuerza no abandonaba el esfuerzo, aquellos
días de trabajo de sol a sol para un sueldo que ahora más nos daría risa,
pero que le daba la seguridad de saberse un hombre en todo el sentido de la
palabra, pues daba el sustento a su casa, honraba las deudas, y le quedaba
para darse el gusto de tomarse un buen trago de anisado, para calentar el
cuerpo.
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-y cual fue el viaje que más se acuerda, Guicho_ Pregunte
interesada, acomodándome para poder escuchar la historia que sabia , ese abuelo, de piel marchita, manos callosas y
recuerdos dorados, deseaba contar sin omitir detalles, para que constatáramos
su lucidez a pesar de los años, pues noventa y un años, no se los brinca un
burro, como diría él.
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-"el paseo más lindo de la vida"_ contestó emosionado. -"el viaje al torito"_
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El
inicio del viaje
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-La casa cural de Pacayas, era
una casilla vieja, con un
galerón en un alto muy grande, yo lo conocí desde chiquillo, desde que estaba
el padre Chico, y la gente acostumbraba llevar ahí mazorcas de maíz, que en ese tiempo se cosechaba mucho aquí, cada uno según lo que sembraban unos
daban poco y otros mucho, para que lo desgranaban y mi papá lo llevaba a
Santiago, en su carreta, para que lo vendieran, a eso le llamaba la gente
"las primicias".
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-Era para ayudar a la Iglesia. Cuando
vino allá por 1943, el Padre Coto, hicieron una junta edificadora, para apear
la casa cural vieja y hacer una nueva, en la junta estaban: Juan Pío Várela,
Domingo Fernández, José Rivera y Mardoqueo Madrigal, les ofrecieron que en el
Torito de Turrialba, les regalaban una madera para la casa cural, y el padre
hizo el llamado para que los que tenían carretas con bueyes, fueran a traer
esa madera. La gente ni lerda ni
perezosa se ofreció con sus bueyes, carretas y peones; yo fui con los bueyes
de Juan Aguilar y él también llevaba otra carreta, al final se organizo el grupo con treinta
carretas, unas grandes, otras pequeñas.
Todo se dispuso para salir el sábado en la mañana.
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Con un día de sol lindísimo, salimos de la Iglesia, el Padre Coto,
hizo la bendición y empezó el viaje
con nosotros, como a las siete de la mañana.
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-las carretas iban vacías lo que hacía que el viaje para allá fuera
rápido, no se llevaba más provisión que unos panes y un barril de veinticinco
litros de guaro.
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-_¿guaro de contrabando? Pregunte admirada, de que si iban a
trabajar llevaran tal cantidad de licor.
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-No, guaro de fabrica, ese
era un barril pequeño antes habían barriles de guaro de sesenta litros
además. ¡era
para el frío!
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-La gente de la junta era la que repartía, y el primer trago lo iban a
dar ya bien caminado el viaje. Porque
era necesario el estar fuerte y espabilado en la primera parte del
camino porque desde la Ortiga hasta Santa Teresa el camino, era puro
barro, un solo trillo, y a pesar de que ese día estaba de verano las carretas de adelante habrían campo y despedazaban el trillo. En los ríos no habían puentes, y era largillo
el viaje por lo que entre todos los compañeros nos asistíamos, cuando se nos
pegaban las carretas.
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-Ya desde Santa Teresa era más bien batallar con las piedras, porque
ahí si que habían piedras¡. Algunos compraron unos poquitos de guaro en Capellades, y se iban
calentando más rápido, cuando pasamos por Santa Cruz .nos dieron almuerzo pero
no nos entretuvimos mucho para llegar ese mismo día al Torito.
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-Llegamos al Torito como a la cuatro de la tarde, ahí nos esperaban
con café y comida, soltamos los bueyes y descansamos para el día siguiente
acomodar la carga porque en el aserradero
ya la madera estaba rajada el tablones.
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-Ahí en el Torito había un aserradero del finado Nago
Montero, en la mañana del domingo el padre llamo a la misa, para el inicio
así del día, la misa fue en la casa donde nos dieron dormida y
también café ese día, mandaron a unos para que recogieran unos tablones que
otra gente de ese lugar habían
regalado, pero que faltaba de aserrarla.
Trajeron los tablones y Arturo Rojas el maquinista, las fue aserrando
con gran cuidado, el motor de la sierra era de una casadora
de las de antes y controlaba la palanca que impulsaba la sierra, hacía una
bulla que atontaba, estaban en el último tablón, cuando se quebró la hoja de la
sierra. Trabajaron el resto del día
para tratar de arreglarla,
pero ya no sirvió más. No quedo más
que terminar de arreglar la carga para regresara!
día siguiente. Se llenaron las treinta
carretas de toda clase de madera lista para trabajar, era maderas muy buenas:
ira rosa, cedros y manglillo.
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-todo lo que la gente de ese lugar había regalo para aserrarla y
traerla lista.
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El
regreso
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_Esa noche dormimos cansados pero seguros de que el regreso a Pacayas
sería un camino difícil, pero el esfuerzo de ese domingo de todos los que íbamos a cumplir esa tarea
empezando por el padre Coto, que cargó con nosotros las carretas, nos jalaba
la comida, se preocupó por quienes
con gusto lo acompañamos a esta encomienda, además de las dificultades en el
aserradero y la noche oscura que anunciaba que la lluvia estaba cerca. No dejaba que esperáramos el amanecer para
empezar el camino de vuelta.
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Toma aire el abuelo, con un respiro profundo, el café del jarro se
acaba, pero hay que llenarlo de nuevo, falta mucho que contar. Mi hija está aún jugando con e! brasero de la cocina que acababa la abuela de atizar, la
tarde aún está muy fría pero el relato calienta el animo de escuchar.
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_salimos el lunes como a las siete, había que apurarse el cielo estaba
oscuro. Antes de llegar a donde llaman
"las veinticinco" nos agarró un aguacero durísimo, sin capas ni nada, uno lo
que usa era un saco de gangoche amarrado para
cubrir la espalda. Las carretas de
adelante no sufrían lo que Juan Aguilar y yo que íbamos de últimos, pasamos
par llevar los bueyes por el trillo, que ya no era ni
trillo, era un solo
barrial. Pero no importa porque desde
que ibamos para el Torito, Juan llevaba el barril
de guaro y desde la ortiga de cuando en cuando, nos haciamos una seña y nos quedábamos atracito y le sacábamos uns
poquillos al barril. No teníamos con
que sacar porque la medida la tenia Juan Pío, pero hicimos con una pita de
higuerilla una "copita apenas buenas".
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_Así quien no_ le repuse de inmediato.
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El aguacero no paraba, fuerte, fuerte, como llovía antes aquí. Llegamos a la casa de Nato Serrano, y allí
nos dieron café y un trago de chirrite
riquísimo. ¡Que chirrite
mas bueno ese!
El padre Coto, cogió unos periódicos y me los metió en la espalda, yo
esta empapado, pero ¡calientito por dentro¡. No había como escampar, llegamos a la
vuelta del retiro allí vivía Juan Bautista Obando. Nos dieron café con tamal. La gente de esos lados es muy dadivosa, y aseada, daba
gusto recirbirles lo que con tanta voluntad nos
regalaban.
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Pensábamos en lo que faltaba pues no eran caminos desconocidos para
algunos y nos faltaban ríos por cruzar y el aguacero no paraba. De
veras llegamos al río Guayabito y estaba crecidísimo. No quedaba otra a echarse al agua, daba
miedo pero agarrados de los cachos de
los bueyes pasamos con mucho cuidado.
Todos se esperaron
hasta que pasara el último.
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Teníamos que llegar completos! Faltaba poco para Santa Cruz.
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Ya noche como a las seis
de la tarde llegamos a Santa Cruz, unos muchachos de allí nos llevaron los
bueyes al potrero de Lindo.
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¿Lindo? _ Preguntó mi hija, que parecía que no escuchaba por estar
jugando con el fuego, pero que me demostró lo contrario.
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_Si Lindo era de los dueños del ingenio Juan Viñas_.
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El padre Coto, fue de plata de el y me
compró ropa para que me quitara la ropa estilando que llevaba. Nos llevaron al galerón de la casa cural y
nos dieron unos cubaces verdes con arroz y tortillas.
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_!Pucha, como que le gustó mucho la comida, que todavía se acuerda!. Comente admirada que recordará hasta esos
detalles. Trataba de imaginar como le habría caído ese gallo que hace más de cincuenta años
había comido y todavía se parecía que saboreaba.
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Unos durmieron allí, en la casa cural, a Vicente Serrano, Aquileo
Garita, Memo Garita, Miro Montoya, Memo Varela y a mí, nos llevaron a dormir
en la escuela. Aquilea, Miro y Memo
Varela se pusieron a jugar
naipes y se durmieron a medio jugar, dejaron hasta la plata, jugaban de
cinco, de a diez, lo más alto era a peseta.
En la noche recordaba el camino, los jaladitas que fe dimos a lo que
quedaba del barril de guaro, las casas que habíamos pasado y a los gritos tan
lindos que daban el padre Coto y Narciso Gutiérrez.
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En la mañana del martes, ya más calmado el tiempo, alistamos y salimos
temprano apenas y bebidos de café;
ya teníamos que llegar ese día.
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De camino la gente salía a vemos pasar era como una procesión a hasta
que llegamos.
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En Santa Teresa, nos dieron café con un trago. Luego en Capellades había un muchacho con
un galón de guaro repartiendo cuando pasábamos.
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¡Esa era como la asistencia!
_Le dije sin poder disimular la risa_
¡ni veo como venían chupando de camino y además convidados por los
vecinos!
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Se ríe de forma picara, a lo
mejor guardando para sí el recuerdo de cuantos de aquellos "farolasos" se dio ese día.
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Fue un viaje muy bonito!. La gente que íbamos nos llevamos bien,
habían unos bien chistoso que nos alegraron el camino, Juan Rivas era en
hombre bien chistoso, era el dueño de donde está ahora la granja, no tubo hijos y la esposa era tía mía, ña Silbaba, Juan
hacia unos fíestones para la fiesta del día de san
Juan, que jumadas aquellas.
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_ ¿Quienes más recuerda que iban con ustedes Guicho?_
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_Juan Antonio Várela, el papá de Cuyo,
Aníbal Sojo, Florentino Morales, Isaac Rivera, Chulo Acuña, Aquileo, Memo, Narciso, Vicente...
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_ ¡Que montón abuelito¡_
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Cuando llegamos a donde está el cruce a Cervantes, nos estaban
esperando toda la gente de Pacayas,
estaba la filarmonía, trajeron
el Corazón de Jesús,
todo mundo, las señoras, los chiquillos y los hombres que nos ayudaron al
terminar viaje, llegamos a la Iglesia y el Padre hizo la acción de gracias, se descargo las carretas y poco
después comenzaron la construcción de la nueva casa cural.
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Lo que no debemos olvidar antes de acabar el
café.
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La casa cural de la parroquia de Pacayas, es todo un patrimonio
histórico para un pueblo noble, generoso, que ha sabido darse, y disfrutar
ese "darse", sin esperar a cambio. Los
recuerdo de un hombre, de trabajo, que ha servido para que quienes miramos
esa hermosa casa, entendamos como la fe de un pueblo se mantiene fuerte como
hace que el escuerzo colectivo sea la premisa que debemos dar a nuestros
hijos, ¡ser pueblo, ser Iglesia, ser amigos,
ser hermanos!
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En los años 90 el padre Carlos Luis Zúñiga (qdDg).
Promovió la restauración de la casa cural, fueron removidos los tablones, las vigas.,
las reglas, que estos hombres "en
unos días de paseo" fueron a traer al Torito de Santa Cruz de Turrialba. Cada pieza fue cambiada por una nueva, fue regenerada como se regenera un pueblo
en los hijos de los hombres buenos que dejan huellas, los hombres mueren pero su legado queda. La madera se cambia pero la casa
está ahí como signo de
lo que hace un pueblo solidario.
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Hace pocos meses en Pacayas la tragedia
marco la vida de una
familia, un incendio no solo destruyo
una casa sino que le robo la
vida al más pequeño de los hijos; y
fue un pueblo entero los que se abocaron a caminar, recorrer, llamar a las
puertas y mover la ayuda que
se necesitaba, ahí caminaron los
hijos, los nietos, los bisnietos
de aquellos hombres que por trillos, ríos sin puentes, aguaceros impresionantes, hicieron lo que
debían de hacer y disfrutaron
haciéndolo.
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Ese es el legado que marca un pueblo.
Esa es la memoria que no debe olvidarse.
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Ya no queda café la charla se
a terminado, solo le pido a Dios la oportunidad de
volverla a escuchar en boca del abuelo.
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