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Leyenda
El
Guardián
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La alarma del despertador interrumpió mi profundo sueño, era las 3:15
de la mañana, en ese momento recordé que tenía 45 minutos para vestirme y en
la vieja bicicleta, sin foco, recorrer el camino entre Cot
y el caserío de Paso Ancho. Debía utilizar la carretera nacional porque
la Cuesta del Sordo, que une a Cot con Paso Ancho,
estaba en muy malas condiciones, como siempre.
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El trabajo me esperaba y antes de salir me despedí de mi madre con un
beso. Encomendándome a Dios, bien
abrigado, salí de la casa.
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La densa neblina no permitía ver mas allá de
dos metros y medio de distancia por lo que decidí ir despacio. Salí de Cot y en
el cruce, con sumo cuidado, atravesé la calle para estar al lado derecho de
la vía al Volcán Irazú, aumenté la velocidad de la bici, porque debía llegar
temprano al Mercado de Mayoreo en San José, con el flete.
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Durante
el camino tuve varios sobresaltos porque las yeguas, que dormían en la orilla
de la carretera, se espantaban al ver mi sombra, y dos carros frenaron cuando
llagaban a reconocer mi figura delante de ellos. Al llegar al cruce del Corazón de Jesús
tomé la ruta que lleva a Pacayas y antes de empezar el descenso pude observar
las luces de un vehículo que venía acercándose por la Chinchilla; solté los
frenos de la bicicleta y orillándome a lo más posible a la derecha del
camino, esperé que el carro pasara adelante, pese a que la neblina era
todavía más intensa, la luz de los focos del carro muy pronto, me alumbraron
por detrás y pude ver la vía con más facilidad, pero el carro se detuvo
detrás. Supuse que alguien se estaba
bajando del carro y continué avanzando tranquilamente hasta que escuche que el
motor del carro que venía detrás aceleraba.
La luz del vehículo seguía detrás mío y no
pasaba adelante, en esos instantes se me puso el pellejo de gallina,
imaginándome lo peor. En ese momento,
me hice de la idea que me encontraba delante de un cruel asesino, el cual
estaba esperando una curva o que yo me saliera de la orilla de la carretera
para levantarme y abandonarme medio muerto.
Fue en esos instantes de terror mis labios de abrieron y exclamé:
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¡Santísima Trinidad ayúdame!
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Seguí avanzando cuesta abajo, con todos los pelos de punta y la luz
seguía detrás mío, traté de detenerme para dejar que
el vehículo pasara y el carro se detuvo.
Fue entonces cuando comprendí, que no tenía un asesino detrás, sino un
alma buena que deseaba ayudarme ante la poca visibilidad de la carretera. Por lo tanto levanté la mano y ayudado por las luz de los focos del vehículo avancé a mis anchas por
la carretera cuesta abajo.
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Si la bicicleta ganaba velocidad las luces avanzaban más rápido pero conservando
la distancia para no golpearme y sí mi velocidad se reducía, el carro iba mas despacio.
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De esta manera bajé la cuesta del cementerio tranquilamente y al
llegar a Paso Ancho, antes de llegar a la Escuela Ramón Aguilar F, extendí mi
mano para indicar que iba a doblar y luego la levanté para agradecer aquel
ser que me había protegido en la carretera.
Cuando pude acostumbrar mis ojos de nuevo a la oscuridad y neblina en
el nuevo camino de tierra, volteé la cabeza para identificar el vehículo que
me había alumbrado y pude ver que no había ni luces, ni carro. Frené la bici de inmediato y examiné de
nuevo el tramo de carretera en donde podría estar el automóvil o camión, pero
silencio total fue respuesta. No había
luces, ni carro, ni motor, solo el canto de los gallos, grillos y aves
nocturnas. Al llegar al garaje mi
patrón me estaba esperando y luego de guardar la bici, nos montamos en el
camión rumbo a la capital.
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En el trayecto le conté lo ocurrido al jefe y él me comentó que no era
la primera persona que le sucede tal cosa.
Varias personas han comentado historias similares y la leyenda dice
que en esta carretera del Corazón de Jesús hasta la ciudad de Pacayas, en
noches de mucha neblina hay un ángel que da protección al viajero.
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Días después comenté lo ocurrido con una amiga de mamá, que vive en
Pacayas y ella me contó la leyenda sobre el tema:
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En los años 50 vivía en Pacayas un joven agricultor que tenía un pick
up y ayudaba a la gente humilde, pero tenía la mala costumbre de beber mucho
y en estado de ebriedad manejaba su vehículo con mucha velocidad,
especialmente para ir a Cartago. Por
esta razón sus padres, amigos y hasta el cura del pueblo le había llamado la
atención, porque la carretera al cantón de Alvarado tenía muchas curves
peligrosas, pero él era muy terco.
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Una noche el joven llevó un enfermo al hospital de Cartago y de
regreso, una novilla que caminaba por la calle se le cruzó en la carretera,
el pick up se estrelló contra un paredón, falleciendo el conductor.
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Al
terminar los nueve días de rigor, su amigo más cercano soñó con el difunto y
este le contó que por ser tan terco y no atender los llamados de sus
conocidos, había sido condenado durante 100 años, a cuidar de los viajeros
cuando corren peligro de matarse en esa carretera.
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Juan Sebastián Linaga. ( Seudónimo)
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Seudónimo registrado
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Registro Nacional. Registe de
Derechos de Autor y Derechos Conexos.
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Registro de Seudónimos # 25, Tomo II,
Asientos 3 y 4
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