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"Don Antonio y sus montañas"
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Viviendo siempre entre
montañas rodeados de vegetación muy espesa, arboles altos y frondosos, llenos
de lindas parasitas, hermosos helechos y lo que jamás olvido es la aroma de la
variedad y hermosura de las orquideas que era común
verlas por cualquier lado. Abundaban
los yigüirros Queczales y
gorriones.
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Eramos una familia muy,
numerosa trece hijos; mi papá Filadelfo Coto Montenegro y mi mamá Rosalina Soto Barquero.
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Por lo general viviamos en ranchos hechos de hojas secas de caña o
peores.
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Dormiamos en esteras hechas de
cuero de vaca o en el suelo tapados con sacos de gangoche
o los cueros de ternero.
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Siempre vestiamos ropa que nos regalaban y la dejabamos
de usar porque ya eran arapos.
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Don Antonio Coto Soto
nació el 21 de enero de 1930 en Aquiares de
Turrialba, su madre fue atendida por una partera en su propio rancho. Ahí vivió seis años y medio; en una
completa pobreza, por lo general al almuerzo, al café y a la comida; comian tortilla o platano verde
con café. Solo los hermanos mayores
que trabajaban podían comer arroz y frijoles.
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Nunca comiamos
carne mucho menos golosinas.
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A los cuatro años recuerdo
que sufrí una enfermedad que se me despeyejó todo
mi cuerpo y se me callo todo el pelo; varias veces; nunca nos dimos cuenta de
que se trataba. Por falta de plata no
pudieron llevarme al doctor. Me
velaron varias veces y mis papás pensaban que de aquella noche no pasaba;
pero gracias a la mano divina de Dios me fui reponiendo.
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A la edad de los seis
años me atacó otra enfermedad, una anemia muy severa; todo el cuerpo se le
hinchó. Con grandes sacrificios
económicos y físicos me llevaron al hospital de Turrialba. Tubimos que
cruzar la montaña entre una espesa vegetación y debiamos
cruzar grandes trochas y potreros. Ahí
me tubieron internado veintidos
dias y sin embargo supere aquella dura prueba. Me dieron unas hambres, una vecina llegó a
visitarnos; mi mamá le comento que yo tenía ganas de tomar sopa de higado de gallina y al día siguiente me la llevó.
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A los seis años y medio
me llevaron a vivir al Convenio a un lugar llamado Cruz Jiménez y empecé a
asistir a la escuela, recibiendo clases en la Capilla Sagrado Corazón de
Jesús; asistiamos tres de mis hermanos y yo.
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Debiamos caminar una hora para
llegar a dicho lugar cruzando trillos entre la espesa vegetación, grandes
potreros, donde siempre habian grandes barriales,
pasando nosotros en medio de ellos a patica pelada; y soportando grandes
fríos. De regreso durabamos
una hora y media; por lo empinado del camino en las puras del volcan Turrialba.
Donde llegaban los maestros era de tan dificil
acseso, por lo general se iban con mucha
regularidad y se perdía mucho tiempo.
Que orgullo sentia yo al cargar en mi
espalda el bulto que me hizo mi papá con cuero de ternero y el de mi hermano
mayor era de cuero de pisote. Se leer y escribir lo necesario ya que antes
no había mucha preocupación. Solo fui
solo tres años a la escuela.
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Para el trabajo, jalar el
comestible y trasladarse de un lugar a otro lo haciamos
en carreta y a caballo evadiendo los barriales entre los potreros.
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Las casas eran en forma
de caballete en madera con divisiones, sin serchas,
sin puertas, sólo había una puerta al frente de la casa y con piso de
tierra. No había agua dentro de la
casa, la cogiamos de una paja de agua que estaba
cerca. Tampoco teniamos
escusados; se hacian las necesidades al aire, a la
orilla de un árbol o donde diera tiempo, nunca nos bañabamos,
solo nos limpiabamos por todo lado.
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Otro hecho importante en
mi niñez fue cuando hice mi Primera Comunión la hice junto con mis tres hermanos. La hicimos en la Pastora de Santa Cruz para
unas fiestas de la Divina Pastora a las seis de la mañana, vestiamos ropa regalada y con remiendos por todo lado,
con las paticas peladas; lo único que nos compraron fue la candela y el
rosario.
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Poco a poco la pobreza se
fue superando, ya que mi papá era mejor pagado, en aquella finca de ganado
lechero nos regalaban la leche y una vez a la semana un ternero para comer su
tierna carne.
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La manera de vestir era
muy sencilla; los hombres con pantalones de armi de
color kaki y con camisas de yerbilla, así como de manta. Las mujeres con sus enaguas plizadas y largas, con sus fustanes blancos, volados y
engomados, usabamos ropa interior de manta, yo la
use así hasta los catorce años.
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Los hombres usabamos polainas de lona para no ensuciarnos con el
barro.
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Comprabamos lienzos de sacos de
harina, se teñían con jabones especiales para hacer camisas. Cuando podiamos ibamos a Capellades a la finca de los españoles donde
había una tienda, donde hoy es lo que pertenece a Danilo Montero.
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Siempre a patica pelada.
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Nuestra alimentación
mejoró, ya comiamos arroz, frijoles, tortillas de
maíz amarillo, carne de ternero todos los días y tomabamos
leche. Para tomar café lo acompañabamos con bizcocho, tamal asado, tortilla de
queso o tortilla con queso. Cada vez
que nacía un ternero no nos faltaba el requesón con dulce, como delicioso
postre.
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En Capellades era uno de
los pocos lugares donde se celebraba la misa con más frecuencia y valía la
pena llegar por ahí; más si habían fiestas
patronales; donde la espiritualidad era lo más importante.
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Alrededor del año de 1943
los misioneros empezaron a venir a Catequizar a la gente la cual asistió con
mucho fervor y fidelidad.
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En mi familia mi papá era
un laico comprometido con la iglesia católica siendo una de las mejores
herencias que nos dejó el fervor a Dios y a la Virgen; porque el rosario ha
sido una necesidad de todos los días.
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Teniamos muy pocos vecinos, entre
ellos los más allegados eran:
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Los Cruz Marín
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Zulema Serrano
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Ramón Quesada
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María Orozco
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Durante mi juventud,
recuerdo que nos fuimos para el Empalme a la finca de La Chonta, ya que nos
ofrecieron una cuota de pago muy buena ¢ 7500 a mis cuatro
hermanos, papá y yo.
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Debiamos sembrar pasto de kicuyo donde hubo un incendio muy grande, devido a una gran sequía que se dió
en ese entonces. Nos hundiamos hasta las rodilla entre las cenizas y los
restos del incendio.
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Estando ahí en el país
hubo una gran revelión y como consecuencia se dio una gran escases de comida.
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Había plata, pero no
había comida. Esto dió
paso a un gran saqueo en la ciudad de Cartago.
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Al ir al mercado lo que
abundaba era el dulce de tapa en la mayoría de los tramos.
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Me toco presenciar una
discusión donde empezaron a tirarse las tapas de dulce de unos a otros, un
señor topó con tal mala suerte lo golpearon en la cabeza y ahí mismo quedo
muerto y así terminó aquel gran alboroto.
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-Por su gran devoción mi
papá fue a la fiesta de la Virgen de los Angeles y
a comprar comestible. Pero al regresar
a casa llego muy triste con las manos vacias y
sumamente avergonzado.
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Y nos conto lo sucedido,
él siempre andaba tocando la bolsa donde llevaba el dinero, eran solo
billetes; fui y pedi el comestible y al sacar la
plata para pagar en lugar de billetes saque un rollo de papel periódico. En se momento habian
muchos clientes, los que se me quedaron viendo todos al mismo tiempo. Nos quedamos sin plata y sin comida;
gracias a la Virgencita y a mi madrecita no nos faltó que comer hasta la
siguiente paga.
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En la Chonta duramos
cuatro meses, porque no nos hayamos.
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Regresamos de nuevo al
Convenio, pero con mayores condiciones de paga para mi papá, para los mayores
y yo, ya que mi papá era muy querido por los dueños.
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En mi juventud por ahí de
1942 nos distraiamos, jugando bolinchas,
futbool, trompos construidos por nosotros mismos,
rayuela y con frecuencia visitabamos nuestras
amistades.
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A los 16 años me empezó a
gustar mucho la música, aprendi solito a tocar
guitarra, con solo ver como afinaban las cuerdas, al tiempo formamos un
grupito con unos amigos y un hermano.
Ernesto, Anibal y yo tocabamos
guitarra y Mario mi hermano tocaba el violin.
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Empezamos a tocar en
rosarios, en las casas en las celebraciones de las fechas de los Santos, como
el Corazón de Jesús en el mes de San Rafael Arcangel
una vez por semana, todo el mes, en matrimonio, hubo ocasiones que amenizamos
en turnos, pero lo feo es que nos ofrecian mucho
guaro. No podiamos
faltar a las serenatas. Tocabamos boleros, bals,
pasillo, rumbas, fox y Conga.
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Me pude calzar a los
diecisiete años y los zapatos que me compré me costaron ¢300 solo
los usaba los domingos, lo mismo una faja de cuero que me costó ¢ 1.50 con la
inicial de mi primer nombre Manuel a mucho orgullo y mucha honra.
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Como todo muchacho tube muchas novias, en aquel tiempo Dios libre tomarle la
mano mucho menos darle un beso, pero ni por la mejilla. Faltarle el respeto a ellas, era como faltarselo a su propia madre; así es que era mejor
andarse con sumo cuidado y respetar.
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Cuando tenía 23 años
conocí a la que hoy es mi esposa Ester Serrano Acuña, yo fui su primer y
único novio; ya nos conociamos, pero un día por la
tarde nos vimos a solas y tubimos la oportunidad de
hablar nos comprometidos pero de una sola vez, ella me dijo que tenía que ir
a la casa el siguiente domingo y así fue, y mi temor era la reacción de su
papá aunque me conocía desde niño.
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Fuimos novios a los 6
meses nos casamos en el año 1.958 a las 6 de la mañana en Pacayas, el
sacerdote que nos casó fue el que hoy es Trejos Picado, con buena asistencia
de nuestros amigos y buena parte de familiares de ambos, luego fuimos a tomar
un café donde mi amigo Efrain Aguilar ya como
esposos. Luego empezamos a batir barro
ahí para arriba. Ester arrollandose el vestido, entre los barriales duramos una
hora y media y nos hicieron un almuerzo donde mi suegro Victor. De ahí nos fuimos al convenio donde mi mamá
que nos tenía una comida; hasta un baile armamos en el piso de tierra que
quedó hecho un lodazal; y terminó a las 11 p.m.
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Estuvimos viviendo con
mis papás, luego vivimos en una casita pequeña por dos años.
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Yo le ayudé a mi suegro
hacer una casa y le me recompenso sediendome la
casa donde el vivia antes de irse a vivir a Buena
Vista sur, luego le regaló un terrenito a Ester en Buena Vista norte; con un
capital de ochocientos colones traje material de Cartago para construir mi
propia casa.
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Con la ventaja de mis
conocimientos en carpintería, mi hermano Mario y la buena voluntad de mis
amigos pude levantar la casa que hoy tengo por techo, sin pagar un jornal.
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Ahí es donde se criaron
sus cuatro hijos y donde se puede experimentar el gran calor humano que ellos
le dan a las personas que suelen llegar ahí.
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Don Antonio da gracias a
Dios por tantas bendiciones y por haber podido contar un poco de su vida y
compartirla con ustedes.
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