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Certamen

"Tradiciones Costarricenses"

2014

 

Zona Liberia

Vivencias Liberianas: Ayer y hoy en los barrios

Los Ángeles, Los Cerros, La Victoria y Condega

 

CATEGORÍA

COSTUMBRES LIBERIANAS

SEGUNDO LUGAR

"Aromas de mirtos y resedos"

Seudónimo: Betzabé

Autora: Sra. Amparo Vargas Chavarría.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Aromas de mirto y resedos

 

 

 

Aromas de mirto y resedos en flor, perfuman la identidad del pueblo liberiano.  Es desde los corredores y patios de las viejas casonas de adobe y tejas que en deliciosos coloquios, cabalgan de generación en generación gamas de costumbres recreativas, sociales y religiosas que la distinguen y la hacen única e incomparable.  Viajemos entonces, en alas del tiempo y los recuerdos a esa Liberia de mitad y finales del siglo xx; para que los que vivieron en esa hermosa época se deleiten con sus recuerdos.  También para que las nuevas generaciones la conozcan y puedan comparar el ayer con el presente.  Por lo tanto, iniciaremos este maravilloso recorrido mencionando las costumbres recreativas.

 

 

 

Las Morocochas, hermosas lomas llenas de vegetación se divisaban allá en la lejanía, al noreste de la ciudad.  Ellas invitaban a la güilada, deseosa de aventuras, a incursionar por sus senderos olorosos a nancites, guácimos y maderos.  También a escalar la loma más alta y contemplar desde ahí el Templo central iluminado al filo de las seis de la tarde.  En estos tiempos el miedo al semejante no existía.  El respeto, el amor y la corrección se paseaban por los campos y las ciudades.  Muchachos y muchachas llenos de alegría, preparaban su día de campo los domingos; generalmente acompañados por un adulto.  Los bultos rebozaban de comidas criollas: Gallopinto, tortillas, empanadillas y huevos duros eran la comida ideal.  Ya casi de noche retornaban los alegres paseadores, cargados de nancites y rollos de hojas chiguas o raspas que se ocupaban a manera de lija natural para embellecer los molenderos, las bancas y las mesas.

 

 

 

Para refrescar el sofocante calor veraniego el río Liberia, que ya vislumbraba su triste destino de contaminación, ofrecía a lo largo de su recorrido ricas pozas que eran el deleite de grandes y pequeños.  ¡Oh pozas de mil amores!  El Chorrito, La Caleta, El Bejuco, El Mango, El Torno, La Saca de Agua, La Payita, entre muchas otras.  A ellas se llegaba por trillos bordeados de maderos, juncos y siemprevivas.  El crujir de hojas secas delataba el paso de las alegres familias y alertaba a los garrobos que presurosos corrían a esconderse.  Cabe mencionar que además de los paseadores, a estas pozas asistían las lavanderas con sus bateas llenas de ropa, pues aquí también tenían un lugar para colocar sus bateas y lavar todo el día.

 

 

 

Del barrio Los Cerros a la poza El Chorrito había que transitar por un cascajoso y polvoriento camino que pasaba al costado derecho del antiguo campo de aterrizaje de Liberia, donde hoy se encuentra el INVU # 1.  Luego se continuaba por solares baldíos que formaban parte del barrio Moracia.  Al rato de caminar se entraba a una fresca montañita que anunciaba la proximidad del río con su deliciosa poza El Chorrito.  Esta se encontraba ni más ni menos, donde hoy se asienta la Urbanización Chorotega.  Aquí las familias liberianas pasaban el domingo chapoteando en las deliciosas aguas.  Caminando un poco más arriba se encontraban las pozas llamadas El Bejuco, La Caleta y la Payita.  Se ubicaban en los terrenos que hoy ocupa el barrio Pueblo Nuevo.

 

 

 

Otra poza muy famosa se encontraba en el barrio El Capulín, llamada El Mango.  Casi veinticinco bañistas, entre colegiales escapados de lecciones y vecinos disfrutaban de sus tibias aguas.  Un pequeño árbol de mango enraizado dentro del agua, a un costado de la poza, servía como trampolín perfecto desde donde saltaban expertos e inexpertos, dándose unos panzazos que a más de uno le quitaron el aliento.  También era sitio de bochinches, donde las afrentas se cobraban mediante tirones de pelo y puñetes.  Muchas veces las autoridades tolete en mano, acudían presurosas a poner orden.  Así de paseo por los campos y de poza en poza transcurría apacible la vida cotidiana de los habitantes de la bella ciudad blanca.

 

 

 

Ahora recordaremos algunas costumbres sociales que se practicaron por mucho tiempo en Liberia.

 

 

 

Domingo a domingo, asistían al parque central para escuchar a la Banda Militar interpretar bellas melodías, tanto clásicas como regionales.  Nadie quería perderse las inolvidables retretas; chicos y grandes disfrutaban de ellas sin distingos de ninguna clase.  Singular fue la costumbre practicada por los jóvenes de la época de dar paseos alrededor del parque.  Los hombres giraban en sentido contrario a las mujeres, por lo que siempre se encontraban de frente.  Este momento era aprovechado por los enamorados para verse y lanzarse piropos.  Piropos graciosos, pícaros, ajenos a la vulgaridad y al irrespeto, que en muchas ocasiones se robaron un corazón para siempre.  Cuando terminaba la retreta iban a la soda La Guaria, situada a un costado del parque, para tomarse una rica crema o pedir un mate; también para echarle pesetas a la rocola y escuchar la canción favorita.

 

 

 

Después de estos divertidos paseos, al finalizar la retreta, algunos se iban para el cine; otros seguían la juerga en los salones de baile.  Para los que gustaban asistir al cine, sendas carteleras cinematográficas los invitaban.  El cine Olimpia y el cine Mayorga las exhibían durante toda la semana, disputándose la clientela que los visitaría el sábado o el domingo.  Era común que durante toda la semana se ahorrara para tener los setenta y cinco céntimos para comprar el tiquete que daba derecho a disfrutar de la proyección.  Películas como El Llanero Solitario, Chanoc, Los Tres Mosqueteros, La Novicia Rebelde, El Barrendero y muchas otras de Cantinflas, regalaron a los liberianos ratos muy amenos y de convivencia armoniosa.

 

 

 

La fama de las cintas que se exhibían provocaba llenazos.  Largas filas precedían a la presentación por lo que había que llegar muy temprano.  Especial era la asistencia en los días previos a la Semana Santa; nadie quería quedarse sin ver películas como: Los Diez Mandamientos, Quo Vadis, El Manto Sagrado, Sansón, Ben Hur etc.  Luego comentar las películas era motivo de reunión con amigos y familiares, así el que no había tenido la oportunidad de verlas disfrutaba de los animados relatos.

 

 

 

Los que gustaban de ir a mover el esqueleto tenían oportunidades de sobra, ya que habían varios salones para hacerlo.  En tiempos de fiesta un espacioso salón, cercado de zinc y al aire libre acogió a los bailadores liberianos.  Fue el famoso salón "La Reynalda", ubicado donde hoy está el Banco de Costa Rica.  Aquí al compás de la marimba, que era el instrumento principal de los conjuntos de moda: Los Güilones, Mattey, La Rosemary y el inolvidable conjunto liberiano Moon River se armaban unas parrandas de las buenas.  La danza de pesetas era infinita, pues los bailes eran peseteados.  Los bailadores llevaban los bolsillos de la camisa abultadas de estas.  Los hábiles cobradores hacían maromas para que ningún bailador se escapara de pagar.  Los atrapaban con un mecate, cuidadosamente encerraban y separaban a las parejas hasta realizar el cobro.

 

 

 

También existieron otros muy concurridos como El Jardín, ubicado al costado sur del parque central, El Country Club en el barrio Los Cerros, El Apolo 11 en barrio Condega y posteriormente El Centro Social Los Naranjos en barrio Moracia.  Encontramos también el salón de la Cámara de Ganaderos situado ciento cincuenta metros al oeste de la Ermita de la Agonía.  Aquí se realizaban bailes, graduaciones y toda clase de actividades sociales de la época; los mejores conjuntos las amenizaban.  Para ingresar a un baile en la Cámara se debía pagar una cuota preestablecida.  La clase con más recursos económicos tenía preferencia por asistir a los bailes que se realizaban aquí.

 

 

 

Especial lugar ocupan en la génesis del pueblo de Liberia las costumbres religiosas, cimentadas en la Santa Fe Católica.  El domingo las familias lucían sus mejores galas para asistir a la misa de las seis de la mañana.  Era necesario madrugar para iniciar el día con la bendición de Jesucristo.  Las señoras, las muchachas y las niñas, en señal de respeto cubrían su cabeza con un rebozo o un pañuelo; los varones al contrario, mostraban su respeto quitándose el acostumbrado sombrero.  Con gran devoción se disponían a escuchar al sacerdote que, desde el pulpito, predicaba el sermón conminándolos a practicar la caridad y el amor al prójimo.

 

 

 

Un singular detalle distinguía a muchas damas, que en cumplimiento de alguna promesa vestían el hábito de la Virgen del Carmen.  Usaban un bonito traje de color café cuya falda tenía anchos paletones, una faja en la cintura del mismo color y un grueso rosario a manera de collar.  Este traje lo llevaban por meses o por años de acuerdo a los votos hechos.  Se diría que eran monjitas seglares pues vestir el hábito les exigía dar testimonio de vida en Cristo.

 

 

 

Vivencia diaria en los hogares fue la devoción de rezar el rosario a las seis de la tarde, con la participación de los miembros de la familia y los vecinos.  Así de misa en misa y de rezo en rezo llegaba un miércoles de febrero llamado Miércoles de Ceniza, con él iniciaba el tiempo de Cuaresma.  Era tiempo de preparación espiritual y meditación para acercarse a la Semana Mayor o Semana Santa con un corazón puro.  La Semana Santa era vivida por las familias con gran devoción, que con el silencio y la quietud expresaban amor y agradecimiento al Divino Salvador.  Durante ella no se debía hacer ninguna otra actividad que no fuera participar en los actos conmemorativos de la Pasión y Muerte de Jesucristo.  El fogón, el horno y la batea reposaban.

 

 

 

Los niños debían mostrar gran recato, pues de lo contrario se exponían a recibir un castigo.  No se podía correr ni saltar, menos subirse a los árboles porque se exponían a que les saliera rabo como a los monos.  Tampoco ir a los ríos y al mar pues corrían el riesgo de convertirse en sirenas.  Dios los guardara de coger un machete y cortar una planta, ya que de ella manaría sangre.  Si desobedecían y se iban a andar por los montes, seguro es que les salieran los duendes y se los llevaran para siempre.  Ante estos terribles castigos los niños y las niñas de la época temían mucho y no osaban desobedecer.  Se entretenían en practicar juegos dentro de la casa como jackses cromos y otros.  O bien escuchaban historias alusivas a la ocasión, narradas por los mayores.

 

 

 

¿Cómo lograban las familias alimentarse durante los días santos?  Pues bien.  La semana anterior a la Semana Mayor, se denominaba "Semana de la Busca".  Era un tiempo que dedicaban a buscar y preparar todo lo que iban a necesitar en estos días: pescado seco, miel de jicote, tapas de dulce, maíz, queso, frutas de la época y flores de coyol, entre muchas otras cosas.  Con el pescado preparaban grandes peroles de arroz con pescado; la miel se usaba para endulzar el café, el pinol o bien para comerla con tortilla.  Las frutas de la época como mangos, marañones y jocotes, eran recogidos en el campo.  Común era observar a padres e hijos transitar con sacos de mangos, latas de marañones y bales de jocotes.  Estas se preparaban en deliciosos almíbares.

 

 

 

El maíz y el queso eran indispensables para preparar las rosquillas, tortillas dulces y las empanadas.  Las rosquillas se guardaban en latas vacías de manteca clover, esto con el propósito de mantener su consistencia.  Con las tapas de dulce se hacía agua dulce y los almíbares.  Finalmente, las flores de coyol se utilizaron para aromar las viviendas con este olor tan característico.  Se colgaban de las soleras en los corredores y a veces en la sala.  Preparadas de esta forma las familias celebraban compartiendo con propios y extraños, sin tener necesidad de encender el fogón principalmente el jueves y viernes santo.

 

 

 

La semana de paz y recogimiento espiritual finalizaba con la llegada del famoso "Sábado de Gloria".  A las seis de la tarde, de acuerdo a la vieja tradición, se cantaba gloria y se proclamaba la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.  A partir de este momento la alegría pagana de los fieles se desbordaba y los llevaba a celebrar con excesos este gran acontecimiento.  Pasear al traidor de Judas por toda la ciudad y después quemarlo en la plaza, era el justo castigo a su ingrata acción.  Para esto confeccionaban un hermoso muñeco de trapo, lo vestían y lo montaban en un caballo.  Generalmente un caballista lo sostenía y así en alegre comitiva, iban recorriendo las principales calles.  En algunos lugares y casas se detenían para leer el testamento donde se estipulaban las herencias que Judas les dejaba a algunos vecinos.  Casi siempre algo jocoso y de acuerdo a las andanzas del heredero a quien se le sabían algunas chanchadas.  Después de gozar un largo rato vacilando a Mundo y a Raimundo se disponían a hacer justicia.

 

 

 

Después de la Semana Santa, la fe se renovaba en cada corazón.  Ella llevaba a los liberianos a participar el 1 de agosto de todos los años, en la romería que se hacía para ir a encontrar a la Virgen de los Ángeles que salía desde Cañas Dulces hasta Liberia.  En hombros de damas vecinas de Cañas Dulces hacía su recorrido hasta encontrarse con los peregrinos que venían de Liberia.  Algunos se trasladaban la tarde anterior para realizar el recorrido completo.  El destino final de la romería era el templo del barrio Los Ángeles, que para esta festividad se aglomeraba de fieles venidos de todas partes a rendirle homenaje a La Negrita, a pagar promesas o bien a hacerle peticiones.  Las celebraciones en Los Ángeles se extendían por ocho días constituyéndose en un Turno muy famoso y esperado.  Pasada la festividad, la imagen de la Santa Patrona regresaba a su templo en Cañas Dulces.

 

 

 

La asistencia a rezos y novenas fue otra forma de vivir la fe.  Algunos fieles devotos de un santo en especial, las organizaban con gran pompa y a ellas invitaban a todos los vecinos que tuvieran gusto en asistir.  Es así como ni los malos caminos, ni los aguaceros, ni la oscuridad reinante en aquellas tardes noches los detenían.  Las Purísimas, novenas dedicadas a la Virgen María, se disfrutaban en familia.  Se realizaban en la primera semana de diciembre terminando el día ocho.  Durante ellas se rezaba el rosario acompañado de música de marimba o de guitarra, se lanzaban bombetas y se comía y bebía en abundancia, pues el devoto era espléndido en repartir comidas criollas: tamales, chanfaina, frito, morongas, mondongo, arroz de maíz y otras.  También se tomaban bebidas como: chicha, café, pinol y pozol y como postre repartían ricos dulces; cajetas, sobados, melcochas en hojitas de naranjo, alfajores, piñonates, atol etc.

 

 

 

Además de asistir a las Purísimas en diciembre, se tenía la oportunidad de participar en otros rezos, también pródigos en comidas, bebidas y dulces.  En el mes de mayo, doña Josefa Pérez, vecina del barrio San Roque, organizaba el rezo en honor a Santa Rita de Casia.  Doña Mercedes Zonta realizaba la novena a la Santísima Trinidad y doña Jacoba Huertas era devota del Sagrado Corazón de Jesús y sus rezos eran muy concurridos.  En Colorado de Liberia vivía doña Nazaria Bustos, gentil matrona devota de San Jerónimo.  A pesar de que el festejo estaba alejado del centro de la ciudad, hasta allá llegaban todos; la mayoría a pie, unos a caballo y otros en carreta.  Nadie se podía perder el rezo a tan milagroso Santo, pues la cuchara de la señora Nazaria era especial y abundante.

 

 

 

La devoción a Santa Rita de Casia se mantiene en barrio San Roque, perpetuada por la familia Villalobos Valencia.  Cabe aclarar que esta celebración fue traída por ellos desde Alajuela y no tiene su origen en los rezos que hacia doña Chepita Pérez.  El 20 de mayo de cada año ofrecen un solemne rosario en su honor, al cual asisten muchas personas.  A diferencia de aquellos tiempos, hoy los que asisten han sido invitados formalmente por escrito.

 

 

 

Si continuamos recorriendo los barrios de Liberia, nos encontraremos que en cada uno de ellos se profesaba devoción a algún Santo.  Así por ejemplo podemos mencionar que en barrio Moracia la familia Centeno Chavarría, de generación en generación, ha conservado hasta el presente la costumbre de celebrar la novena a la Purísima Concepción de María.  Desde luego la afluencia de devotos jamás se podría comparar con la de ayer, ni tampoco el fervor religioso que se vivía.  También se vive la devoción a San Martín de Porres inculcada por la señora Lidia Meléndez González, quien inicio las novenas en su casa.  Posteriormente San Martín fue declarado patrono de la comunidad y hoy las novenas en su honor se realizan en la primera semana de noviembre en el templo que lleva su nombre.

 

 

 

Los fieles de barrio Los Cerros por mucho tiempo se acogieron bajo la protección de San Roque.  Fue don Otoniel Vega Martínez y familia, fervorosos devotos de este santo quienes motivaron su culto realizando novenas muy concurridas.  Hoy esta devoción ya se ha perdido.  En el barrio La Arena, encontramos una antiquísima costumbre religiosa que por generaciones ha mantenido la familia Camareno Pineda y es el ofrecimiento de una novena al Santo Cristo de Esquipulas.  Esta fue muy famosa y esperada por toda la comunidad de Liberia.  Familias enteras peregrinaban hasta el hogar de los devotos, donde todos eran acogidos con el gran calor humano que siempre ha caracterizado a esta familia.  El rezo era amenizado con marimba y se ofrecían muchas comidas, bebidas y especialmente frutas.  Actualmente el Santo Cristo de Esquipulas es el patrono del barrio La Arena.  La devoción a San José Obrero es practicada por los vecinos de barrio Condega, donde la familia Peña se encarga de animar y celebrar con mucha fe su novena.

 

 

 

Estas ligeras pinceladas han tratado de dibujarnos un pedacito de la vida de aquellos liberianos de pura cepa, que formaron parte de las generaciones de los años cincuenta, sesenta y setenta, para refugiarnos en ese lindo rinconcito que aún tenía calles muy blancas perfumadas de mirto y de resellos; plantas que de preferencia las adornaban.  Disfrutar de ese aire colonial que todavía se respiraba en sus construcciones de bahareque y tejas con sus singulares puertas del sol.  Sentarnos a la luz de la luna para escuchar sabrosas historias: La mona, La carreta sin bueyes, El jinete sin cabeza y otras.  Así disfrutando de un ambiente sano, en armonía con la Naturaleza y con la paz que deparan las excelentes relaciones humanas, ellos transitaron por senderos de alegría.

 

 

 

Mil lágrimas de nostalgia asoman a las pupilas de ayer.  El otrora hermoso y fresco río Liberia, con sus grandes y verdes ojos de cloaca, reclama al cielo su triste sino.  Las Morocochas allá en la lejanía lucen llenas de habitantes.  El crecimiento de la población ha motivado el establecimiento de urbanizaciones de bien social y hasta ellas se han extendido.  Poco gustamos de las retretas y menos aún de pasear por el parque.  Los entretenimientos modernos nos alejan cada día más de las vivencias de esa Liberia sencilla y risueña, a la que le cantó el dilecto poeta guanacasteco don Rodolfo Salazar Solórzano.  El fervor y recogimiento con el que se celebraban las actividades católicas ha huido del corazón de muchos fieles.  Hoy la Semana Santa es un tiempo para vacacionar y dar la espalda al verdadero sentido que ella tiene para la vida del cristiano.  La fe anda de capa caída, abriendo las puertas de par en par al surgimiento de otras iglesias que no comulgan con las raíces liberianas.  Para rendirle un especial lugar a este valioso legado de costumbres en las que se afianza la identidad y la idiosincrasia de este lindo terruño, es necesario que sus habitantes extiendan con amor sus brazos al tecnológico mundo actual, pero que mantengan muy firmes sus pies en el rico legado cultural que los sustenta.