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El matrimonio de don Ramón

 

Sr. Asdrúbal Quesada Castro.

Guápiles, Pococí.

 

 

El día estaba caluroso, pesado, claro, soleado y sin brisa.  En el cielo se percataban escasos nubarrones negros en movimiento, que insinuaban fuertes aguaceros por la noche.  De vez en cuando, más allá de la montaña, un fugaz relámpago anunciaba una ostentosa tormenta a la distancia.

 

Era un radiante viernes de un mes de los años setenta.  En un pueblito de nombre San Antonio de Roxana, de Pococí, de la provincia de Limón; también conocido como el Humo; donde la mayoría de los hombres trabajaban duro en las fincas bananeras, que por ese entones, ya se había extendido la siembra de esa fruta_postre en la Región norte del Caribe.

 

Los pueblos bananeros se caracterizan por tener una cultura muy suigéneris.  Por lo general, la comunidad se mezcla con gente venida de otros lugares, en su mayoría hombres solos, que migra de todas partes del país, atraídos por mejores salarios.

 

También venían mujeres de la vida alegre, con virtudes físicas comerciables y moral liviana, interesadas en la explotación del mercado del sexo.  Las bananeras traen dinero a los pueblos, incrementan la actividad comercial, proliferan las cantinas, restaurantes, billares, sodas, fondas y centros dedicados a la prostitución, donde abundan mujerzuelas que llegan al pueblo, atraídas, únicamente, por el dinero de los hombres solos.

 

Cada quince días, los trabajadores recibían su salario y el f in de semana se desplazaban a los centros de mayor concentración de población en el Cantón, a divertirse y a malgastar la plata en las cantinas y en los lupanares; siendo muy proclives a caer rendidos, en los lánguidos brazos de cualquier pelandusca.

 

Los días de pago, era muy frecuente ver a más hombres y mujeres desconocidos en la comunidad que de costumbre; dado que los trabajadores que vivían en los baches de la compañía de las fincas, generalmente, un poco alejadas del pueblo, ese día lo tenían libre y lo aprovechaban para salir a divertirse un rato.

 

A eso se debía que las cantinas y los prostíbulos se llenaban de trabajadores bananeros y de rameras, la mayoría foráneos y no faltaban quienes, envalentonados por el licor, solían dirimir sus desavenencias personales, a veces, a puñetazos y otras, a machetazo limpio.  La actividad agrícola bananera, además de que genera empleo y trae desarrollo y progreso a las comunidades, con suma frecuencia, convierte a los pueblos en viciosos y pendencieros.

 

Fuera, el cielo se oscurecía en una tonalidad púrpura y todo parecía indicar, que por la noche, la lluvia seria intensa y abundante.  Una fuerte brisa se desplazaba con gran velocidad, enfriando, considerablemente el ambiente.

 

Ese viernes, Ramón se encontraba en ese pueblito por pura casualidad, ya que vivía un poco alejado de allí, precisamente, en el cantón de Guácimo.  Había venido a San Antonio para visitar a su tía Hortensia, vecina de esa comunidad.  La vieja era una asidua creyente y acostumbraba asistir, todos los fines de semana por la noche, al Templo Evangélico de la localidad, donde se reunían los vecinos más identificados con la Palabra de Dios.

 

Ramón Porras Lie, mejor conocido como Monchito, era un joven que apenas frisaba los dieciocho años de edad, recién llegado al cantón de Guácimo, desde la bella Ciudad Quesada, provincia de Alajuela.

 

El muchacho era medianamente alto, delgado, refinado y ejercía una tecnología en salud.  Se distinguía, además, por los finos modales, el esmero en el vestir y andaba siempre, muy bien presentadito -como decía su tía_, al igual que un ajito.

 

Ese viernes de marras, Ramón había llegado tempranito al Templo Evangélico, acompañado de su tía.  Poco a poco, el local se fue colmando de creyentes; en su mayoría, personas adultas y algunos jóvenes que se acercaba porque allí se daban cita también, la gente de su edad.

 

No mas había dado inicio el culto, cuando a Ramón lo impresionó una joven que acababa de llegar, en compañía de sus padres y que se había sentado precisamente, dos filas antes que él.  Esa niña le excitó su curiosidad masculina.

 

Ella también se había percatado de la presencia del recién llegado y durante el acto religioso, se estuvieron comunicando a través de miradas disimuladas, que obligaban a la muchacha a voltear la cabeza, cada vez que quería ver al joven; poniendo en clara evidencia, el interés que había despertado en ella, la presencia del mozo.

 

Ella lo miraba y lo admiraba, sin evasivas ni pretextos, en silencio y con el corazón abierto.  Así es el amor entre jóvenes, nace con el primer vistazo, en cualquier lugar, momento y sin pensarlo.  Una simple mirada, a veces, es suficiente para entrelazar dos almas afines.

 

Ramón no estaba poniendo atención a las palabras bíblicas que el pastor dirigía a los creyentes.  El solo esperaba que la joven lo volviera a mirar, ya que estaba asombrado con el fuego de sus ojos y la serena languidez de su expresión.  No escondían el gozo del uno por el otro.

 

Rosalva Arias Romero, era el nombre de esa joven, de apenas quince años a cumplir.  Mas que una mujer, era una niña consentida, metida a mujer grande, hija de un pequeño comerciante de San Antonio de Roxana que vivía, si no en la abundancia, al menos sí, cómodamente y sin aprietos económicos.

 

Su casa era una construcción típica del lugar, hecha con madera aserrada en la finca, con amplios corredores, una cocina espaciosa, una sala y varios dormitorios confortables.  Se encontraba ubicada, precisamente, en la esquina del cuadrante, frente a la plaza del pueblo, a no más de trescientos metros del Templo, donde ella solía asistir todos los viernes por la noche, en compañía de sus queridos padres.

 

Rosalva era una caricia de la vida y cuando caminaba alrededor de la plaza, en las tardes no lluviosas, la gente de todas las edades, detenían su paso para contemplarla, sobre todo los muchachos jóvenes, que se complacían con solo que ella se dignara dirigirles una furtiva mirada.

 

La frescura de sus quince abriles, su altivez, su piel quemada por el sol, su pelo negro y lacio, sus ojos color miel siempre bañados de luz, sus redondos y voluptuosos senos mostrándose, tentadoramente, por el generoso escote de su apretada blusa semi abierta, convertían a esa angelical niña, en la pasioncilla de todo el pueblo.  Era como una flor abriéndose en la alborada, sin que todavía hombre alguno hubiera olfateado su cálido perfume.

 

El padre de la joven, don Noé Arias Díaz, era un hombre de unos cincuenta y cuatro años de edad, dedicado a tiempo completo al difícil arte del comercio, amable y dicharachero, no le hacía mal a nadie y le gustaba practicar el bien a sus semejantes, siempre que estuviera a su alcance.  El viejo tenía incorporado en su código moral el principio de la solidaridad humana, y tenía bien claro que, cuando uno se muere lo único que se lleva al cielo es lo que le dio a sus semejantes.

 

Don Noé era una persona pacífica, pero cuando se trataba de defender a su hija, de la cual se sentía, sumamente orgulloso, perdía el control de sí y se transformaba en un hombre peligroso.

 

En una oportunidad, cuando Rosalva era apenas una niña de escuela y le empezaban a despertar a la vida, los apetitos amorosos y sus encantos físicos, con los anhelos de una adolescente en flor, un muchacho varios años mayor que ella, comenzó a enamorarla.  Este la esperaba todos los días a la salida de clases, se venía conversando con la muchachita hasta cerca de la casa, le fue llenando la cabecita a la chiquita de quien sabe que fantasías, y lo peor, ella se las creyó todas; puesto que no tenía ningún empacho en caminar por el pueblo, tomada de la mano de su recién primer enamorado.

 

Cuando don Noé se dio cuenta, através de sus propios ojos, de que su hija venía de la escuela tomada de la mano de un muchacho mayor que ella, entró en tal estado de furia que se abalanzó sobre el joven como un felino, en una perfecta avidez de saña; lo tomó del cuello con sus dos manotas gordinflonas y lo estaba estrangulando.  El viejo había perdido la tolerancia y el miedo, para convertirse en una simple máquina de muerte.

 

Si no hubiera sido porque un policía pasaba por allí, en ese preciso momento y auxilió al muchacho, quizá don Noé estaría ahora en la cárcel, pagando una larga condena por homicidio culposo.  Dicen que ese chalal, después del problema sucedido con el padre de la muchacha, nunca volvioa alzar a ver a Rosalva cuando caminaba alrededor de la plaza, y que el viejo le prohibió a la niña volver a la escuela, como un ejemplarizante castigo.

 

Ramón, después de ese primer día que fue al Templo Evangélico con su tía y conoció a Rosalva, no pudo dormir más, en paz y tranquilidad.  En las noches de insomnio, el muchacho, únicamente, tenía tiempo para pensar en la joven del pelo largo y ojos color miel y esperaba con angustiosa ansiedad, que llegara el próximo viernes para regresar a San Antonio y tratar de ver a esa flor crepuscular.

 

Ese guapo mozo se derretía por los encantos físicos de la adolescente y solo pensaba en propiciar un encuentro con ella.  El sentía que los grandes ojos de esa niña lo deseaban y que, posiblemente, ya no podía contener más la turbulencia de las brisas que soplaban, de los riñones invisibles de su alma.

 

Rosalva, desde que había visto por primera vez a ese muchacho, había sufrido un gran cambio en su vida; se le había transformado la curiosidad de la infancia, en un amor profundo de mujer; e invertía parte de su tiempo libre, cavilando sobre si el destino les iba a permitir un encuentro más.  La joven, pronto se dio cuenta de que había encontrado su prototipo de hombre.

 

La pobre muchacha tenía su cabecita llena de conjeturas y oía ruidos de besos y caricias por todos lados.  No iba mas allá de pensar en aquel joven atildado, buen doncel y galán que había recién llegado al Templo, acompañado de una señora mayor.  Será su madre, Se preguntaba ella, con suma reiteración.

 

El viernes, Ramón trabajó en la clínica hasta mediodía.  Luego abordó el tren hacia Guápiles y desde allí, se trasladó a San Antonio y luego a la casa de su tía Hortensia.

 

Era muy temprano para ir al Templo, razón por la cual, el muchacho optó por darse una vueltita por el pueblo, con la esperanza de encontrarse en la calle, con aquella joven que apenas empezaba a despertar a la vida y tratarla por primera vez.

 

Como nada de lo imaginado por Ramón sucedió, se metió a una de las tantas tabernas que hay en el lugar y se tomó una cerveza bien fría, para vencer la ansiedad que le producía el solo pensar en ella.

 

Al caer la noche y bajo una inmensa lluvia, Ramón llegó a la iglesia.  En esta oportunidad lo hizo solo y buscó el mismo asiento donde se sentó la primera vez, que por lo visto, le había traído buena suerte.

 

Rosalva se encontraba allí, acompañada, como siempre, de sus queridos padres.  Al instante, los ojos de uno y del otro se buscaban entre los asistentes y cuando coincidieron, se cruzaron una primera mirada devoradora e interminable y, en el silencio eterno de ese mismísimo instante, ambos se profesaron amor perpetuo.

 

Ella se volteó para mirarlo con sus grandes y dulces ojos juguetones y un leve esbozo de una mueca atrevida se dibujó en su cara de niña pícara.  El también le correspondió con una ávida sonrisa placentera y la miró directo a su cara, con unos ojos quebrados por el impacto de su belleza.  En ese instante, se expresaron tantas cosas con las miradas que las palabras sobraban.

 

Durante todo el tiempo que duró el acto religioso, ellos no cesaron de flirtear, cruzándose tiernas y dulces miradas, regalándose furtivas sonrisas de amor, en una aparente orgía de sentimientos, colores y sonidos.

 

Ramón a sus dieciocho años de edad, ya había tenido varias experiencias amorosas serias con jovencitas de otros lugares, pero nunca sentido tan ligero y acelerado el palpitar de su corazón, como en esta oportunidad.  El joven estaba, realmente, entusiasmado con esa niña de aires de mujer en flor, a quien la consideraba desde ya, su alma gemela.

 

Lo mejor -dijo para sus adentros Ramón_ será abordar a Rosalva a la salida del Templo y acompañarla a su casa, aunque el viejo no lo consienta.  Tengo que hablar con ella hoy mismo y en el futuro cercano, visitarla a su casa.  Más adelante hablaré con sus padres como debe ser, con mi corazón en la mano y les expresaré, clara y contundentemente, cuál es la verdad de mis sentimientos con su hija; como lo hacen los hombres serios y responsables.

 

El viernes siguiente, Ramón llegó al Templo antes que la mayoría de los concurrentes.  El muchacho estaba ansioso por ver entrar a Rosalva y por supuesto, recibir de sus bellos ojos color miel una inocente y profunda mirada, además del placer de poder observar sus dulces labios entreabiertas por su encantadora sonrisa.

 

Ella, ese día, se presentó en el Templo como flor de gracia.  Quizá, podía estar más radiante, pero no más encantadora.  En sus grandes ojos bañados de luz, ardía una llama extraña y brillaba el resplandor de la virtud y la castidad más pura.  Un vestido de tela muy fina y sedosa, ajustado a su contorneado y frágil cuerpo, dejaban a la vista de la concurrencia, los abundantes encantos físicos inferiores, de esa preciosa infanta.

 

Ramón, cuando vio entrar a la muchacha se quedó boquiabierto, estupefacto, alelado, mirándola de arriba abajo y, a partir de aquel instante, se concentró en estudiar la forma de cómo ganarse los favores más afectuosos de la joven.  Las hijas de aquellas tierras eran hermosas como el rocío de la montaña, tenían los ojos bañados de luz, los cabellos de seda y los pechos de mármol.

 

Ya no puedo esperar más -dijo el joven_.  Hoy, Rosalva tiene que saber que esos grandes ojos soñadores y esas bellas mejillas virginales, me tienen dando vueltas desde el día que la conocí y que desde ese bendito instante, no hago otra cosa, que no sea pensar en ella.

 

El acto religioso llegó a su final, el Pastor dio la bendición a todos los hermanos y hermanas de la comunidad y todos los coterráneos, como buenos amigos que eran, aprovecharon la valiosa ocasión para saludarse y conversar animadamente, sobre los principales acontecimientos políticos de la semana.

 

Don Noé y su inseparable esposa charlaban con el Síndico del pueblo, sobre los ajetreos de la campaña electoral recién pasada.  Mientras todo esto sucedía y sus padres se mantenían muy entretenidos hablando los amigos sobre diversos temas, Rosalva aprovechó la oportunidad para retirarse del grupo y dirigirse a la puerta del Templo, para tratar de ver al joven y, sorpresa, ahí estaba el, esperándola.

 

_ ¡Hola! _dijo él_.  ¿Como te llamas?

_Rosalva Arias Romero.  ¿Y tú?

_Ramón Porras Líe _contestó el muchacho_.

_ ¿Dónde vives? _Pregunto ella, con inusitada decisión_.

_En Guácimo, _respondió el joven_.

 

Ramón, viendo que los padres de Rosalva ya se disponían a despedirse de sus amigos y se dirigían hacia la puerta principal, le preguntó a la muchacha:

 

¿La puedo acompañar hasta su casa?

 

Ella le contesto: Mi padre es un poco enchapado a la antigua y todavía no me ve como una verdadera mujer, en la que muchos hombres se fijan en mí con mirada de hombre.

 

Pero, por ahora, Ramón, déjenos a nosotros ir un poquito adelante, luego yo aminoro el paso para quedarme atrás de ellos, para que usted se acerque y podamos conversar un ratito y así, conocernos más y mejor.

 

Ellos tienen que vernos juntos, para que se acostumbren y así poder saber nosotros, si mis padres lo aceptan.

 

Ramón obedeció, a ciegas, los consejos de la bella muchacha.  Esperó pacientemente, que los padres salieran de la iglesia y se adelantaron unos cuantos metros y aguardó que ella disminuyera el paso, hasta que él le diera alcance.

 

El joven aprovechó el corto tiempo que disponía, para hacerle saber a la joven todo lo que sentía por ella y lo mucho que la admiraba.  Rosalva también le confesó, que desde el día que lo vio entrar al Templo, en compañía de una señora mayor, no había podido dejar de pensar en el.

 

Es mi tía -dijo Ramón_.  Ella es evangélica practicante y me pidió que la acompañara ese viernes al Templo, porque pretendía que yo adoptara su religión y me convirtiera en un hermano como ella.  Pero pienso que después del milagro que nos sucedió a ambos, donde Dios nos puso el uno frente al otro, lo menos que puedo hacer es convertirme en cuerpo y alma, en el más ferviente seguidor de la Palabra del Señor.

 

Ella lo escuchaba con sus dos grandes ojos color miel, más abiertos que siempre.  Estaba absorta con lo que le decía su enamorado y presentía que era igual a como se lo había imaginado: un hombre serio, formal, tierno, dulce, cariñoso y con una siniestra y refinada elegancia.

 

Ella todavía no me había dicho ninguna palabra de amor y yo sentía que, cuando ella lo deseara, seria todo suyo.

 

Rosalva abrigaba la esperanza de que sus padres, cuando conocieran al muchacho, le permitieran disfrutar de un noviazgo formal y satisfactorio, como lo hacen todos los jóvenes del mundo, donde el novio visita a la novia en la casa, claro está, después de solicitar la entrada a sus padres, como suelen hacerlo los hombres respetuosos, serios, responsables y bien intencionados.

 

Ramón no se percató de que ya estaban llegando a la casa de la muchacha.  El tiempo se había acabado muy rápido y sintió que apenas había tenido espacio, para conversar nada.  Necesitaba otra oportunidad para expresarle a ella, todo lo que quería expresarle.  En el ratito que pudieron caminar juntos, el muchacho notó que la conversación de ella tenía ciertos rasgos de inocencia de novia y ocurrencias de adolescente; pero el entusiasmo que ponía en todo lo que decía, hacía que se manifestaran en sus ojos todas las promesas y en sus labios todas las mieles.

 

Los padres de la muchacha entraron a la casa.  Los jóvenes se quedaron en las gradas del corredor, más que hablando, sonriendo el uno al otro.  Estaban embelesados.  Pero como la dicha no dura tanto, don Noé, desde la cocina gritó a todo galillo: Rosalva, por favor pase ya para adentro.

 

Apenas les quedó a los enamorados un segundo para despedirse y antes de entrar; ella, como toda mujer, con un mínimo de sensibilidad, alcanzó leer los ojos de un hombre enamorado e impulsada por una simple juvenil inconsciencia, estuvo a punto de ceder a la tentación de darle un beso casto en la frente, como una forma tierna de aceptación y entrega.

 

Pasada la lluvia, el cielo se había despejado lo suficiente como para distinguir, en un fondo oscuro, el brillo de algunas solitarias estrellas.  Ese día, Ramón llegó al lugar de encuentro más temprano que de costumbre.  Encontró a Rosalva y a sus padres sentados, esperando su llegada.  Incluso al lado de ella, por pura casualidad o por acción premeditada, había un asiento vacío.  El joven, medio temeroso, entendió al vuelo el mensaje y decidió llegar hasta allí y sentarse cerca de la muchacha, muy juntos, casi rozando costado con costado, mejilla con mejilla, pudiendo disfrutar del exquisito olor de aquella chica núbil.

 

¡Hola!

 

Fue el saludo común entre ellos.  Una ligera mirada y una media sonrisa entre los enamorados, fueron suficientes para entenderse.  Lo importante era que, por primera vez, ambos podían asistir al Templo y sentarse juntos, en compañía de sus padres y ante la mirada inquisidora de todos los creyentes de la comunidad allí congregados.

 

Estaban sentados tan cerca el uno del otro, que podían sentir la fragancia de sus perfumes, su aliento, el palpitar acelerado de sus corazones y hasta rozarse la piel.  Tanto Ramón como ella, disfrutaban de una alegría pura, transparente, cristalina y se hallaban poseídos por el más tierno y enternecedor amor.

 

En el pueblo, algunos vecinos cercanos a la familia Arias Romero, comentaban el noviazgo de la joven Rosalva, sobre todo a la hora de tomar el café, se hablaba de la relación amorosa de los jóvenes.

 

Don Noé -cosa rara en él - había sido el primero en afirmar, que el muchacho le parecía bueno y que no le caía nada mal.  Es un buen hombre y aparenta tener sanas intenciones con nuestra hija, lo veo como un excelente partido para mi niña; pero hasta que no me pida la entrada a la casa, como lo hacen los hombres nobles y cabales, no le permitiré que sean novios, ni que la visite en nuestro hogar.  Las cosas tienen que hacerse como Dios manda.  Si no, mejor no se hacen.

 

Los rumores del noviazgo de la hija del comerciante, recorrió el pueblo a la velocidad del viento.  Eso son nimiedades -decía la muchacha_.  La verdad es que los dos nos queremos.  Si él me quiere a mí, yo lo quiero a él.  Tratamos de estar juntos por ambos nos amamos.  Nos llegó la hora del amor.  Entonces.

 

Por eso Rosalva le insistía a Ramón, para que hablara con sus padres a la mayor brevedad posible y le transmitiera las buenas intenciones que tenía con ella, les pidiera la entradaa la casa y se formalizara la relación, como se acostumbra hacer, en las familias decentes.

 

Ramón, aunque quería lo suficiente a la muchacha, no estaba pensando en casarse por ahora, y por ello no se sentía completamente seguro, si lo más conveniente era hablar con el viejo en este momento, o dejar las cosas para después, cuando las relaciones sentimentales entre ambos, fueran más solidas y estuvieran mas consolidadas.

 

El sentía que a su edad carecía de la madurez y el sentido de responsabilidad para la vida en pareja, porque todavía era un hombre muy joven, soltero, impetuoso, jactancioso, parrandero y bohemio, y por lo visto, acostumbrado a satisfacer sus exigentes caprichos.

 

Hay Por Dios  Si apenas tenia dieciocho años.  Era un adolescente, todavía.  Por qué pensar en cosas tan serias como el matrimonio.

 

Por todo esto, al muchacho no le hacía ni poquita gracia la propuesta de Rosalva, de que hablara con su padre y le pidiera la entradaa su casa, con el único fin, de formalizar su relación sentimental.

 

Sin embargo, pese a su inicial negativa a comprometerse, el indeciso joven terminó por someterse a los caprichos de la muchacha y aceptó ir a hablar con don Noé y su esposa, de los sentimientos que sentía por su hija, y de paso, pedir la entrada a la casa y satisfacer así, la voluntad de la niña.

 

Ese sábado, por la tarde, en la bajura se cernían negros nubarrones, el viento soplaba estrepitosamente y una lluvia copiosa y fría, azotaba las hojas de los arboles, retumbaba el trueno entre las nubes oscuras, y los rayos y culebrinas, de vez en cuando, iluminaban el entorno.

 

Era cerca de las siete de la noche cuando Ramón se apersonó en la casa de Rosalva.  Tocó la puerta, suavemente, y salió a recibirlo Mariana, la madre de la muchacha.  Al verlo empapado, la futura suegra lo saludó muy efusiva y entusiasmada y se apresuró a pasarlo adelante.  Luego, con carita de yo no se nadale preguntó muy amablemente, que se le ofrece, joven

 

Doña Mariana era una típica ama de casa, dedicada con exclusividad a su esposo y a sus hijos.  Bonachona, de gran delantal amarrado a la cintura y se había encariñado mucho con el muchacho.  Algunas veces, a escondidas de su esposo, había alcahueteado a su hija llevándola a Guápiles, diz que a comprar alguna cosa para la casa, cuando la verdad era que, Rosalva venía a encontrarse con Ramón.  La vieja había empezado a sentir por el muchacho cierto naciente cariño.

 

Quiero hablar con el padre de Rosalva -dijo el joven_.  Es sobre la relación entre su hija y yo.  La alegría muy bien disimulada, se hizo presente en el rostro de la vieja y algo así, como un rubor leve, color rosa encendió las mejillas de la futura suegra.

 

Noé está descansando, _bueno durmiendo_ y cuando lo hace, _dijo Mariana_ dormita tan tranquilo, como si hubiese pegado la lotería.  Pero tratándose de usted y el motivo tan especial de su visita, voy a llamar al viejo sin demora.

 

Pero antes, muchacho, siéntase cómodo, que a partir de hoy, ésta es su casa.  También le voy a dar la noticia a mi niña, porque pienso que a usted le gustaría que ella esté presente en la conversación.

 

Debes de comprender -jovencito_ que para una mujer, el día que el novio viene a pedir la entradaa su casa, es una fecha muy esperada y especial y jamás se olvida.  Pero siéntese, muchacho, y por favor espere aquí, mientras yo llamo a Noé y a mi hija.

 

Ramón pasó adelante y se acomodó en un confortable sillón en el centro de la sala.  El muchacho estaba un poco confundido y los nervios le invadían todo el cuerpo.  En su interior, una vocecilla secreta, que le brotaba del fondo de su entendimiento, le preguntaba con angustiosa insistencia, que estaba haciendo allí

 

Con su cándida y suprema virginidad, Rosalva fue la primera en aparecer, como era lógico de esperar.  Estaba acabada de asear, con el color rosa natural de sus carnosos labios, el pelo negro azabache bien acomodado, recogido con una peineta de carey, también negra.  Ella traía puesto un vestido fucsia, muy corto, ajustado a su esbelto cuerpo y al sentarse, la prenda no alcanzaba para cubrir sus largas, bellas y contorneadas piernas.

 

Más bien, esa adolescente de primavera, se parecía más a una modelo de pasarela, que a una muchachita de la zona rural.  Se notaba muy nerviosa, pero en toda ella se adivinaba la vibra de la emoción, la alegría y la dicha.  Rosalva se sentía en la cresta de la felicidad.

 

Su mamá, que ya había regresado a la sala, era la más entusiasmada.  Su corazón de madre le decía, sin miedo a equivocaciones futuras, que este joven guapo era un partido, escandalosamente deseable, en el mercado matrimonial del pueblo; y ella quería ver, como toda madre amorosa, a su hija feliz, bien casada, trayendo muchos hijos a este mundo.

 

En eso apareció don Noé, semiadormecido por la cálida tranquilidad de la incipiente y calurosa noche, un poco serio pero contento y accesible, saludando al futuro yerno con entusiasmo, afecto y cordialidad, como intentando desarrollar una vena de jovialidad y simpatía con el joven.

 

Don Noé le extendió los dos brazos al muchacho, le estrechó la mano y, mantuvo la mano del novio entre las suyas, por unos instantes.  Ese inesperado y tibio acto afectuoso, le daba seguridad y confianza al joven.

 

Siéntese señor -dijo el padre de Rosalva_.  Me han dicho las mujeres de esta casa que usted viene a conversar conmigo, posiblemente, sobre su relación sentimental con mi hija.  Antes de que comience a hablar, debo decirle que ella es lo que más quiero en este mundo y que ya en una oportunidad, casi estrangulo a u joven aprovechado, de comportamiento dudoso, que se le acercó a la chiquita con muchas confiancitas, siendo apenas una niña de escuela.

 

Pero, no hay que mirar para atrás, _dijo don Noé_.  Yo entiendo que lo de mi hija y usted es muy diferente, ya tienen cierta edad para emparejarse y como jóvenes que son, me parece lógico que quieran mantener una relación sentimental seria y responsable.

 

Ramón, yo solo quiero lo mejor para mi hija, y al buen entendedor siempre le ha bastado con media palabra.  Espero que usted sea el hombre que la quiere y la merece, que la haga su mujer como lo ordena la palabra de Dios, uniéndose a ella en el Altar de nuestro Templo, en nupcias de verdad y que la trate bien, la honre, la ame, la haga feliz y la respete, para que después, conviertan a estos viejos, en unos súper abuelos.

 

Creo, _Ramón_ que he platicado mucho.  Le ruego que me disculpe.  El que ha venido a hablar aquí es usted y yo le he acaparado el espacio.  Por eso y mucho más, me permito, con todo el gusto del mundo, cederle la palabra.

 

No se preocupe don Noé, _dijo Ramón_.  Todo lo que usted ha expresado de su hija, resulta muy interesante y halagador para mí y nunca, por motivo alguno, me permitiría dudar de la bondad de sus razonamientos.  El saber que el padre, siempre se ha preocupado por procurarle el máximo de bienestar y seguridad a su hija, me da confianza y me compromete más con Rosalva y su familia.

 

Ustedes saben que hace unos días, conocí a su hija en la iglesia.  Hemos conversado algunas pocas veces, creo que nos entendemos muy bien y me gustaría iniciar un noviazgo formal con ella.  Quisiera pedirle la entradaa su casa, para que, con su venia y la de su familia, pueda visitar a Rosalva en su residencia, como ella se lo merece.

 

Ustedes comprenderán que el amor es una necesidad del alma, es el alma misma para decirlo de manera más exacta, y deben de vislumbrar que los dos somos muy jóvenes todavía, pero tenemos derecho a disfrutar juntos de la vida y a compartir parte de nuestro tiempo libre.  Yo para su hija pretendo lo mejor, al igual que usted, don Noé.  La voy a querer, a proteger, respetar mucho y puede estar seguro usted, de que ella estará muy bien cuidada.

 

Mientras el futuro novio hablaba con el padre de la joven, con la voz un poco quebrada de emoción ante la inmaculada lindeza de la muchacha; ella, con los ojos brillantes, abiertos, con una expresión plétora de amor, le lanzó una tierna mirada, preñada de eternas promesas.

 

Don Noé volvió a ver a su esposa y luego dirigiéndose a Rosalva, le preguntó.  Y usted qué opina, hija  Es por usted que están solicitando la entrada a la casa.  Ella, ebria de alegría y euforia y con visibles arrebatos de placer, solo atinó a decir: papá, yo lo amo.

 

Y en una acción de chiquilla adolescente inconsciente, tomó la cara de su novio entre sus cálidas e inocentes manos y sin pensarlo dos veces, lo besó en la boca, con ardor, decisión y glotonería.

 

Ramón, mirándola con deseos y con el alma henchida de placer, solo se atrevioa susurrarle en el oído, que en su corazón y en su alma, ella era la elegida.  Juntos nos esperan nuevos y resplandecientes amaneceres, pronosticó el joven.

 

Gracias papá y mamá, _dijo Rosalva_ por tener la suficiente confianza en mí y dejarme vivir un noviazgo con el hombre que quiero.  Estoy completamente segura, de que él enriquecerá el caudal de mi alma.  Yo les prometo a los dos, por los clavos de Cristo, que no los voy a defraudar.  Ramón es un buen muchacho, honesto, recto y vertical.  Ya nos hemos tratado un poquito y pienso que tengo suerte de que una persona con las cualidades de él, se fije en mí.  Y con la inocente mirada de sus ojos, fertilizada de caricias húmedas, se acercó a sus padres y les dio un animoso beso en la frente.

 

Siendo así -dijo don Noé_: Ramón, le concedo la entrada a mi casa, para que pueda visitar a mi hija, Rosalva.  Espero que la honre a ella y a mi familia.  Desde hoy en adelante esta será su casa y nosotros, su nueva familia.  Usted puede venir a visitar a la novia tres veces a la semana, preferiblemente, de seis a nueve de la noche.

 

Ella es una mujer muy joven, humilde, honesta, inocente, incluso ingenua.  Espero que no se aproveche de mi niña.  Confío en Dios, que usted como ella, logren pronto, atar sus voluntades a un destino común.

 

Usted es un poquito mayor que ella.  Viene de la ciudad, tiene más años de andar con mujeres y no sería justo que se valiera de una muchacha de campo, buena, humilde, sencilla, si estudios, con experiencia en nada y que apenas frisa los quince años de edad.

 

Me dolería mucho, si me llego a enterar de que abusa de la confianza que se la ha brindado en esta familia.  Me gustaría, si de verdad se quieren tanto, como parece indicar, que no prologuen mucho el periodo de noviazgo y se decidan pronto a casarse.  Los amoríos largos son una lamentable pérdida de tiempo y el tiempo es oro, muchacho -dijo el viejo_.

 

Luego, atrajo a su hija a su pecho, le depositó un tierno beso de padre en su frente de niña y le deseó toda la suerte del mundo, en su nueva relación amorosa que recién iniciaba.  Su madre, que no cabía de alegría, de inmediato, repitió la acción conmovedora de su esposo.

 

Mientras tanto, en los amplios corredores de la casona, un perro muy querido por todos en la familia, espantaba las moscas al sacudir sus largas orejas; cerrando sus apacibles ojos, para luego dejarse caer en los acogedores brazos de Morfeo.

 

Quisiera recordarle muchacho -dijo don Noé_, que las mujeres hoy en día, maduran más de prisa que nosotros los hombres y mi hija, a pesar de su corta edad y su falta de experiencia en las cosas de la vida, es muy centrada, sabe escuchar a su corazón y entiende sus instintos.

 

Yo le agradezco mucho los buenos consejo que me ha dado hoy y los voy a seguir al pie de la letra -dijo Ramón_.  Tenga plena confianza en mí, yo amo a Rosalva con todas las fuerzas de mi corazón, y si nos conviene, pronto vamos a unirnos como Dios manda, y si así lo tiene designado el Señor, su hija y yo, traeremos muchos hijos a este mundo.

 

Las oportunidades están hechas para aprovecharlas y conocer a su hija, es lo mejor que me ha ofrecido la vida.  No estoy dispuesto a dejar pasar esta valiosa ocasión que el destino me presenta.

 

Mientras tanto, el viento sacudía las ramas verdes de los arbustos verdes.  Las copas de los frondosos árboles por encima y en conjunto, formaban una extensa bóveda verde, por donde el sol se filtraba entre sus ramas.  Las bellas mariposas de múltiples colores y tamaños revoloteaban alrededor, y de los campos llegaba el canto entusiasta de los pájaros.

 

De esta manera, Ramón y Rosalva obtuvieron la venia de sus padres para iniciar un noviazgo, donde se visualizaba un futuro algodonoso y acaramelado, en el cual flotaban ambos entre nubes, muy cerquita de Dios, abrazados para siempre e incendiados por las llamas del amor más puro.

 

La muchacha se había entregado, sentimentalmente, al joven por completo, en cuerpo y alma; y él le correspondía de idéntica manera, con inusitado entusiasmo.  Los dos habían firmado un pacto, basado en el amor permanente y constante.

 

Por varios largos meses, los jóvenes disfrutaron de las mieles de un noviazgo inocente y puro.  Pero la sangre caliente y lujuriosa que corre por las venas de los muchachos enamorados, y los deseos de la carne joven y las pasiones encontradas, pronto empezaron alentar los cuerpos y a pintar el cielo de oscuros nubarrones y la vida de este par de tortolitos, se fue tiñendo de gris y transformándose, poco a poco, en una relación tormentosa.

 

Ramón trabajaba en una clínica en Guácimo y para poder visitar a su amada, tenía que venir hasta San Antonio de Roxana, que quedaba bastante distante.  De regreso se hospedaba en un hotel en Guápiles, para tomar el tren de las cinco de la mañana de día siguiente y llegar a tiempo a su lugar de trabajo.  Cuando se presentaba en la clínica, ya había una fila de pacientes esperándolo.

 

El pagar hotel y transporte los días que visitaba a su novia, le estaba resultando al joven bastante onerosos.  Por eso un día, sin malas intenciones de por medio y mas bien, movido por buenos propósitos, Ramón le propuso a su novia que lo dejara quedarse a dormir en su casa y que al día siguiente, muy temprano, antes de que cantara el gallo y se levantaran sus queridos padres, el abandonaba la residencia por la puerta trasera de la cocina y se venía para guápiles, sin que nadie se diera cuenta.

 

Bastaba con solo dejar la puerta de la cocina abierta, para poder entrar cuando ya los viejos estaban dormidos y pasar la noche en un sofá.  Que estaba mal puesto por allí, con el único fin de no gastar más dinero en los hoteles.

 

Rosalva lo amaba con un amor de esclava y le nacía ayudar a su novio en todo lo que le solicita; pero pensó mucho en la propuesta de Ramón, por el respeto que le tenía a sus padres.  Y si nos descubren los viejos.

 

Pero por lo general, tarde o temprano, toda mujer enamorada termina haciendo lo que le pide su amado.  Además, le encantaba la idea de que su novio pernoctara en su casa, a pocos metros de distancia, de donde ella dormía; envuelta en sabanas limpias, pero más solitaria que una viuda perdida en el bosque.

 

Rosalva, como toda mujer joven con el corazón, sentimentalmente comprometido, terminó por aceptar la propuesta del muchacho y comenzó a dejar la puerta de la cocina abierta.

 

Rosalva especulaba que las mujeres necesitan más a los hombres que ellos a nosotras.  A lo mejor un día -pensaba ella_ terminamos durmiendo en mi cama juntos.  Esa idea descabellada, fantasiosa y peligrosa, loca pero posible, comenzó a instalarse en el caletre de la osada muchacha.

 

Ramón, después de la visita de rigor a su novia, se despedía de toda la familia y simulaba venirse para Guápiles; pero una vez que los viejos se dormían, regresaba a la casa de la muchacha, penetraba por la puerta trasera de la cocina, la cual estaba siempre abierta, y se quedaba durmiendo en la vivienda de sus suegros con inusitada tranquilidad.

 

Al principio todo salió muy bien.  El cumplía la palabra empeñada con la muchacha.  Solo se trataba de quedarse a dormir en el sofá de la cocina, o más; y don Noé, quien tenía un sueño muy pesado, jamás se iba a imaginar lo que estaba sucediendo en su propia casa.

 

Poco después, cuando Ramón regresaba a la casa de Rosalva y penetraba por la puerta trasera de la cocina, ya no podía concentrarse en el sueño reparador, aguijoneado por la tentación y la lujuria que le provocaba saber que, a pocos pasos de él, se encontraba Rosalva sola, tendida en su cama, cubierta únicamente por su larga cabellera negra.  Y la joven muchacha se desvanecía pensamientos semejantes a los de su novio, pasando parte de la noche en vela, esperando el momento ansiado.  La verdad era que Rosalva estaba tan entusiasmada con ese joven, que si él quería respirar, ella corría a traerle el aire.

 

El y ella pasaban el día entero contando las horas y esperando, con trastornada excitación, que llegara la noche de la visita, para volverse abrazar, estrechar y besar.  La muchacha, por más que lo intentaba no podía ocultar su hambre insaciable de caricias, manoseos y sexo.

 

Ese viernes hacia un hermoso día.  El cielo estaba despejado, no corría viento y el aire era tenuamente tropical y bienoliente.  La noche, más oscura que de costumbre, invitaba al recogimiento, la entrega y a la intimidad.

 

Ramón, ese viernes se había tomado unas cuantas cervecillas de más y llegó a la casa de su novia con sus atributos viriles encendidos, la cabeza rebosante de fantasías y de múltiples posibilidades de amor.  Tanto él como ella, esa esplendorosa noche, se encontraban con el deseo en la cima y el sexo en llamas.

 

Su familia había salido y Rosalva estaba sola en su casa.  La joven había terminado de acicalarse y estaba más bonita que nunca y al llegar Ramón, en ella los ojos brillaban con destellos de pasión y lujuria.

 

Ella recibió al joven en las gradas del corredor de su morada, con un fuerte abrazo y depositó, tiernamente, sus jugosos labios rosados sobre los de él.  Cuando ella le daba besos, el se los devolvía, a la par de una mirada con ojos apasionados y enternecidos.

 

Ramón le respondió como un joven tierno y enamorada.  Ambos continuaron besándose y acariciándose, con apetito voraz y una gran dosis de atrevimiento.  Y en esos momentos de franca debilidad se restregaban, besaban y lamían en medio de un silencio cómplice, tragándose los leves suspiros y dejándose consumir por las llamas de una inmensa pasión, cada vez, más incontrolable y peligrosa, próxima a alcanzar el placer sumo del amor.

 

Ramón, esa noche ya no se quedó en el sofá de la cocina; sino que se atrevió a traspasar la sala y penetrar en la habitación de la muchacha.  Ella no estaba dormida, más bien daba la grata sensación de que lo estaba esperando, como lo esperaba todas las noches, desde el primer día que había consentido, que él se quedara a dormir en su casa.

 

Ella lo deseaba con toda la pasión de una mujer de quince primaveras, que todavía no había saboreado los manjares ni las mieles del sexo y, probablemente, por eso no sólo dejaba la puerta de la cocina abierta, sino también, la de la sala y la de su alcoba.

 

Esa fría noche, loco de deseos por ella, Ramón, con manos de seda, empujo muy suavemente, la puerta de la habitación de la muchacha, introdujo la cabeza ladeada, tratando de no hacer bulla para no despertar a los viejos, luego se fue deslizando bajo las sabanas de su amada, quien esperaba ese momento con gran ansiedad y desesperación.

 

Cuando ella sintió la tibieza del cuerpo de su novio junto al suyo, lo forzó contra su pecho, sintió los latidos de su corazón, su pasión animal y su olor a macho en celo, húmedo él, por el deseo que le provocaba su cuerpo núbil y virgen.

 

Ella lo esperaba completamente desnuda, cubierta por su largo y sedoso pelambre negro, como único atuendo.  Apenas lo sintió encajado sobre su cuerpo, lo abrazo y lo estrujo con firmeza contra sus grandes senos, firmes, esponjados y convertidos en un ensueño y comenzó a besarlo y a acariciarle sus rincones más escondidos, con sus tibias y suaves manos.  Los dos temblaban con la piel ardiendo en llamas de delirio y placer.

 

A Ramón, al instante, se le olvidó el temor que sentía al principio, de ser descubierto por el padre de la muchacha, el cual se encontraba durmiendo a pocos pasos de allí.  Ya ni siquiera se acordaba de lo que había pasado al joven, que pretendió seducir a Rosalva, cuando apenas era una niña de escuela, ni la intención del viejo al contárselo.

 

La noche amenazaba tempestad, el fuerte viento sacudía las hojas de las ventanas de las casas, y los arboles agitaban sus enormes ramas.  La fría noche era fiel testigo y cómplice muda, de los sentimientos desbordados de los amantes.  Ellos, fundidos en una sola unidad, sus espíritus abandonar los respectivos cuerpos y se desbordaron en torrentes de pasión.

 

Esa noche de ensueño, Ramón se entregó a Rosalva y Rosalva se entregó a Ramón.  Una y otra vez, como si la oportunidad de practicar el sexo se fuera a terminar al instante.  Se había fundido en una sola carne y el fuego de la pasión, devoró a los dos por dentro y por fuera.  Realmente, los amantes no habían hecho el amor, sino que el amor los había hecho mejores amantes y más comprometidos para siempre.

 

Desde aquella primera noche, los jóvenes continuaron viéndose casi siempre.  Entrada la oscuridad, el se deslizaba hasta el portal que ella, a propósito, dejaba entreabierto y mientras los viejos roncaban ellos vivían su felicidad sin límites.

 

En la mañanita, apenas aparecía el primer resplandor del día en la ventana, el joven abandonaba las sabanas de su amada y se dirigía al lugar de trabajo, en Guácimo.

 

Cada día le costaba más desprenderse de aquel nido tibio y acogedor de su amada.

 

Rosalva se quedo observando las sabanas blancas y noto que tenían unas pequeñas manchas de sangre viva y, en ese preciso instante, se dio cuenta de que hay cosas que se pierden para siempre y que esa noche, su intimidad femenina estaba herida, placenteramente, por la virilidad de su hombre.  Ella había sido poseída por su amado y se había convertido en una mujer realizada, sexualmente.  En ese apasionado acto, ella había perdido su condición de niña buena, y ese simple hecho, la colmo de dicha y entera satisfacción.

 

Ramón seguía durmiendo en la casa de su suegro y acostándose a escondidas con su hija, un día si, y otro también.  El hacía, precisamente, lo que el padre de la muchacha le había advertido, con asiduad, que no hiciera.  Si don Noé se enterara de lo que hacían esos dos atrevidos enamorados por la noche, se habría horrorizado hasta los tuétanos.  El no iba a permitir que su hija querida perdiera la condición y el perfume de mujer virgen en su propia casa, antes de ser desposada, como lo demandaban las sagradas leyes Divinas.

 

Una noche, cuando más quietud y silencio reinaba en la casa de don Noé, los novios se buscaban y tocaban bajo las sabanas, empujados por la fuerza del deseo y la pasión y se entregaban el uno al otro, con más excitación, sentimiento y fanatismo que de costumbre.

 

Ramón sabía que son pocos los hombres que saben al dedillo complacer a una mujer y aun menos, los que están dispuestos a intentarlo.  Por eso hacia todos los esfuerzos posibles por satisfacer las necesidades sexuales de Rosalva, hasta dejarla extenuada y sobre la cima del placer.

 

El brillo de las estrellas alegraba el cielo negro con luces y destellos y la noche se comportaba ventosa, fría y húmeda.  Una escasa garuba mojaba los herrumbrados techos de las casas del pueblo, y un profundo y preocupante silencio reinaba en el ambiente.  Era una noche apta para jóvenes enamorados, de esos que se enamoran, fácilmente, del amor.

 

Ramón y Rosalva vivían un amor de leyenda.  Esa noche, llevados de la mano por el fuego ardiente de la pasión que los consumía, se entregaron al placer y al amor, una y otra vez, ejercitando con arrebato y fanatismo, los rudimentos sutiles del arte más antiguo de la humanidad: la práctica desbocada del sexo.

 

Esa extraña y silenciosa noche, la cual parecía haber sido concebida en exclusiva para ellos, los amantes se acariciaban, se besaban y se penetraban por doquier y sin reseras, y cuando apareció el momento más sublime y esperado del clímax; Rosalva, sin tener conciencia plena de lo que estaban haciendo, presa de una turbulencia emocional incontenible, en medio de la oscuridad y en el más absoluto silencio, dejó escapar en aquellas noches breves, varios gemidos largos y sentidos, como tiernos grititos sucesivos de amor, que se dejaron oir por toda la casa.

 

Ese ruido tan sui generis, en medio de susurros y suspiros, puso en alerta al padre de la novia, quien, de inmediato, se levantó con el foco en la mano y se dirigió al aposento de la muchacha, con paso lento y silencioso, caminando de puntillas, para no hacer ruido.

 

Abrió suavemente, la puerta de la recámara de Rosalva y dirigió la luz de su foco sobre la cama de su querida hija, encontrándose a Ramón como Dios lo había traído al mundo, montando y penetrando a su niña también desnuda, en plena faena amorosa de la noche.  En la boca de la muchacha se dibujaba un rictus de placer y de satisfacción plena.

 

Ambos amantes, al observar al viejo con el foco en la mano alumbrándoles las partes más pecaminosas, se quedaron petrificados, sin respiración alguna, con la sangre paralizada en sus venas y helada por miedo; convencidos los dos, de que ese instante sería el último momento feliz de sus vidas.

 

Don Noé, al presenciar a su querida hija formando parte de aquel diabólico cuadro, con el corazón palpitante y las rodillas flojas, los ojos aguados en lágrimas y chillado de rabia y odio, le temblaban las manos de puro coraje, se le cayó el foco y, aun a oscuras, se abalanzo sobre el inconsistente cuello de Ramón, tratando de agarrarlo con sus dos manotas gordotas y estrangularlo.  Ella guardo sepulcral silencio por un leve instante, bajando la cabeza como una rama a punto de desprenderse.

 

En ese momento, el único propósito del viejo era acabar con la vida de ese mal agradecido que, sin ningún escrúpulo ni consideración, se atrevía a poseer y a violar a su hija menor de edad, en su propia casa.

 

El pobre viejo consideraba que estos jóvenes, con sus actos ignominiosos que venían practicando, seguramente desde que le concedió la entrada a su hogar a ese degenerado con cara de perro fiel, han acabado con la honorabilidad de esta familia y la honra solo se paga con sangre.

 

Al caérsele el foco a don Noé y al quedar a oscuras el aposento, Ramón se aprovecho de la situación ventajosa y logro escapar de las manos del viejo; salió por la puerta de la cocina, la cual dejaba abierta a propósito y en veloz carrera, pronto se perdió en el pueblo.  Noé trato de perseguirlo, pero el joven corría mucho más rápido que él, resultando imposible darle alcance.

 

Don Noé regreso a la casa cabizbajo, decepcionado, con los ojos anegados en lágrimas y con el rostro contraído por la furia y el dolor.  Estaba pálido y demacrado, el pulso estaba alterado y su corazón palpitaba aceleradamente, como pretendiendo abandonar su pecho.  Su esposa nunca lo había visto en un estado tan lamentable.

 

Le había amancillado a su hija preferida en su propia casa, precisamente ella, que era lo que más quería en su vida.  La humillación que le había propiciado ese infeliz muchacho, al cual no solo le había confiado a su niña, sino que lo trato como a uno de los suyos ofreciéndole su hogar, como si fuera de él, no se la deseaba a nadie, aun, ni a su peor enemigo.

 

Ese malvado muchacho, con lo que le hizo a mi hija y a la familia entera, merece achicharronearse en el infierno.

 

Don Noé sentía ganas de llorar, de huir y de morir, tal era lo avergonzado, triste y dolido que estaba y, como el mismo afirmaba, si tuviera suficiente valor para irse de este mundo, me pegaría un tiro en la purísima testa.  Que se está creyendo ese desgraciado hijo de puuu.... -Dijo entre dientes_, el hombre más sufrido de la tierra.

 

En el pueblo saben que de Noé Arias nadie se burla y ese muchachito imberbe tiene que casarse con mi hija, quiera o no quiera, para saldar el agravio y el ultraje que le ha propiciado, gratuitamente, a la familia Arias Romero.  De lo contrario, yo mismo me encargare de denunciarlo ante los Tribunales de Justicia, por el delito de estupro, por tener relaciones sexuales con mi hija, que no ha cumplido, todavía, los quince abriles.

 

Ese tonto de capirote se puede burlar de mi, que soy una persona sin instrucción, un analfabeto sin control, pero no podrá jugar con la Ley.

 

Habían pasado quince días, después de que Ramón fue descubierto por el padre de la muchacha, en plenos amoríos con su hija en su propia casa, y este no daba señales de vida.  Parecía, más bien, que la tierra misma se lo había trabado, sin dejar rastro ni huella alguna.

 

Rosalva, con una mirada triste y perdida en la lejanía, trataba de indagar con la tía, el patrono y un tal abogado amigo de ambos, sobre el paradero de su amante y nadie le daba razón.

 

Desde que su padre los descubrió haciendo el amor con su novio en su propia casa, ella no hablaba con nadie, casi no comía, se sentía confundida, desamparada y sola, herida en el alma y con una sensación de completo abandono, como si acabara de realizar la ultima jugada de su vida, donde lo había perdido todo.

 

La mañana se agotaba y el sol estaba alto, el aire puro de la montaña paliaba un poco el caluroso ambiente.  Rosalva se encontraba destrozada por dentro y por fuera, y no terminaba de pensar en aquel hombre, aunque la había iniciado en las fantásticas posibilidades del amor.

 

Desde que paso lo que paso, la bella joven se mantenía encerrada en su habitación y no lavaba las sábanas, simplemente, para conservar en ellas, el olor a semen y al sexo fresco de su amante, recordar aquellas noches de pasión, cuando dormía a hurtadillas, con su novio.

 

Viendo la mamá lo mal que se encontraba su hija querida, muy preocupada porque casi no comía, trato de hablar con ella, de mujer a mujer, como suelen decir las señoras del campo y hablando y hablando, Rosalva convenció a su querida madre, para que la llevara a Guácimo, donde estaba segurísima, iba a encontrar a Ramón.  Allí estaba la clínica y el no iba a perder su trabajo, solamente por lo que le había ocurrido en la casa de su novia.

 

Madre e hija salieron muy tempranito de su hogar, rumbo a Guácimo.  Entrando no más al pueblo, dieron con la clínica odontológica, y en un santiamén, localizaron al muchacho.

 

Al encontrarse ambos amantes, se cruzaron profundas miradas y ninguno de los dos pudo separa los ojos, el uno del otro.  Por nada del mundo, estaban dispuestos a perder, ni un minuto, de aquel reencuentro tan esperado y fugaz.  Ramón disfrutaba de haber reencontrado a Rosalva y todos los encantos del amor reconciliado, que valen casi tanto, como los del amor naciente.

 

Ella estaba sobrada de alegría y le parecía, que la diosa suerte, le sonreía a quijada abierta.  Estaba convencida de que el verdadero amor resiste el tiempo, los problemas, las calumnias, la envidia, la distancia y el silencio.  El amor todo lo soporta.  Por amor, no por ambición, las mujeres son capaces de realizar verdaderas proezas.  Y ella lo amaba por encima de todo.  ¡Ah!  Le había sido tan fácil aprender a quererlo.

 

Pero, en cierto modo, la muchacha estaba muy resentida con él, porque la había dejado sola con el problema de su casa, tirada como un trapo; pero añoraba aquellos tiempos que vivieron como amantes de invención.

 

El parecía un poco temeroso ante la visita de las dos mujeres, pero a la vez, se sentía complacido al ver de nuevo a su novia.  Su corazón le latía mas de prisa que le costumbre, a veces, le faltaba el aire y sentía un enorme cosquilleo en la piel y un gran deseo de tocarla lo dominaba.

 

Ramón no tenía la menor duda, de que sus sentimientos hacia la joven, eran sinceros y que a pesar del embrollo en que se habían metido, lo que sentían el uno por el otro, era de verdad, amor del bueno.  En materia de afectos no había farsa alguna.  Ambos se amaban con locura, y más que eso, sentían que se necesitaba tanto como el aire que respiraban.  La carne, más que los sentimientos puros, los reclamaban.

 

La muchacha y su madre le contaron al joven, lo dolido y ofendido que estaba su padre y la familia entera, por lo que ellos, irresponsablemente habían hecho.  Sin embargo, a pesar de todo lo feo que ha pasado, yo estoy completamente segura -dijo Mariana_ que si ustedes se casan pronto, mi marido vería ese matrimonio como un gesto suyo muy positivo, algo como un desagravio a favor del honor de nuestra familia, tan venida a menos, últimamente.

 

Estoy completamente, segura de que papá no se opone a que nos casemos, _dijo la muchacha_ porque él sabe lo mucho que te quiero, Ramón y, a pesar de que el viejo no es un hombre de muchos mimos, a él le gustaría verme pronto, felizmente, desposada.

 

La vieja también le hizo saber al muchacho, que de no estar de acuerdo en casar con Rosalva, entonces su marido pondrá el caso en manos del abogado del pueblo, para que esté presente formal acusación en contra suya, ante los Tribunales de Justicia, por el delito de estupro, por haber tenido relaciones sexuales con nuestra hija, que es menor de edad y me temo que Noé te puede meter a la cárcel, por varios años.  Ni mi hija y ni Noe queremos eso para usted.  En la familia Arias Romero, a pesar de todo, se le quiere y estima muchacho, _dijo la vieja_.

 

Ramón se sintió decaído en su estima hacia su suegro entro en leve cólera; incluso, con las dos mujeres ahí presentes, porque consideraba que se habían tomado la molestia de ir a buscarlo hasta su lugar de trabajo en guácimo, simplemente para acusarlo, amenazarlo y amedrentarlo, como si toda la culpa por lo sucedido, fuera solo de él.

 

_No había sido Rosalva la que dejó la puerta de su habitación abierta y desde hacía varias noches, lo esperaba desnuda, ardiendo en deseos y calenturas de pasión.  _Acaso tuve yo que rogarle a la jovencita, para que tuviéramos relaciones sexuales, en su propia casa.

_Fue ella, quien por voluntad propia, tomo la iniciativa sexual y ahora resulto ser y el único responsable y, hasta corro el riesgo de ir a parar con mis huesos, a la chirola.

_Yo también soy menor de edad, _se repetía el joven_, en medio de un silencio comprometedor.

 

Ramón llego a odiar al suegro con todo el odio de un loco.  No podía no quería entender, aquel viejo que le había sostenido por varios segundos la mano entre sus manos, en señal de aceptación y confianza cuando fue a pedir la entradaa la casa, ahora era capaz de meterlo a la cárcel, hasta que pudiera, por tener relaciones sexuales con su hija, quien se lo imploraba a gritos.

 

Ramón quería mucho a la muchacha, pero por ahora no estaba pensando casarse con nadie.  Estaba muy joven todavía, no más tenia dieciocho años cumplidos.  Incluso, era tan menor de edad como su novia, por lo que le parecía injusto que solo a él, se le responsabilizara por lo sucedido en la cama, y hasta se considerara un simple e ingenuo acto de amor, como un delito grave.

 

El matrimonio es un freno, una atadura y el siempre había soñado con recorrer el mundo, conocer a otra gente, vivir una vida aventurera, divertida, diferente; por lo tanto, no estaba dispuesto a casarse con nadie por el momento.

 

Lo que haré, si es necesario y el caso lo amerita, será ir a buscar al abogado para que me defienda de esa acusación que quiere poner el viejo.  A Ramón, el compromiso sentimental con Rosalva no le preocupaba, porque él sabía muy bien, que el amor es un acto libre, voluntario, que se inicia con un flechazo y puede concluir, de manera semejante.

 

Ramón les transmitió a la joven y a su mamá, la decisión de no casarse, y a la vez le hizo una propuesta a su novia.  Sí era cierto que ella lo quería mucho y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por él, con tal de estar juntos, entonces, abandone a sus padres y a su familia, ahora mismo, fúguese conmigo el próximo sábado y yo me dedico a amarla, cuidarla, respetarla, darle amor del bueno y, después, cuando ya nos comprendamos mejor y no seamos tan jóvenes como ahora, ¿Por qué no, hasta nos podríamos comprometer, casar y tener varios hijos?

 

Comprenda, mi amor, _insistía Ramón_ que usted apenas tiene quince años y yo dieciocho.  Somos unos güilas empezando a vivir y a conocer los secretos de la vida.  Lo importante es estar juntos, porque nos queremos, no porque estamos casados, como nos exige su padre.

 

Rosalva quería tanto a ese muchacho que aceptó venirse con él para Guácimo, el día y a la hora indicada.  Estaba convencida de que si Ramón no aceptaba casarse pronto, su papá no le iba a permitir verlo más; por lo tanto, la única solución lógica era escaparse y luego, juntarse con él.

 

El viernes en la noche, cuando todos estaban dormidos, Rosalva, con la ayuda de su querida madre, alistó su maleta.  Sólo empacó las cosas más importantes para una mujer y dejó otras pertenencias, bien guardadas en su habitación.  Esa noche sería la última vez que dormiría en su casa y en esa su cama.

 

Posteriormente, pensando en que jamás soportaría la vida sin él, se quedó profundamente dormida, soñando con las noches plenas de placer y pasión que la esperaban en su nuevo nido de amor en Guácimo.

 

Desafiando viento, lluvia y frío, al día siguiente, a las cinco de la mañana, la muchacha ya estaba lista, esperando que apareciera Ramón, en el lugar acordado.

 

Sólo su madre estaba al tanto de lo que estaba pasando y como mujer, que también sabía lo duro que patea la mula del amor a las parejas de enamorados jóvenes, estaba decidida a comprenderla y a apoyarla en esa aventura.  Le tocaba a ella transmitirle, a posteriori, la mala noticia a su marido.  Esperaba que cuando esto sucediera, ellos ya estarían lejos de San Antonio.

 

A la hora exacta y en el lugar convenido, Ramón estaba esperando a su novia, de aquí en adelante convertida en su futura mujer.  Un amigo común, los trasladaría de San Antonio hasta la Estación Experimental los Diamantes, en Guápiles, donde abordarían el tren que los llevaría a su nuevo hogar, en el cantón de Guácimo.

 

El tren había llegado muy puntual a la estación, y ellos ya se habían acomodado, en uno de los tantos asientos, del vagón central.  Estaba a punto de partir el tren, cuando subió el Delegado Cantonal de la Policía con varios efectivos y en compañía del padre de la muchacha.

 

La autoridad, de inmediato, descubrió a la pareja de jóvenes y les ordenó bajarse.  Don Noé estaba muy enojado por el conato de secuestro de su hija, se le notaba su cara algo amoscada, trataba de halar a la muchacha para sí, pero el chavalo no se lo permitía.

 

Ramón, también se había puesto bravo y muy bravo, al extremo de que estaba dispuesto a liarse a las manos con cualquiera, incluyendo al suegro y a los policías, si era necesario, pero a su novia nadie se la arrebataba de su lado.

 

La gente empezó a llegar al sitio de la discordia para ver qué pasaba.  Ramón le gritaba al suegro y a la Policía, que él amaba a esa chica, que eran pareja y sólo quería juntarse con ella.  Don Noé le explicaba a los recién llegados, que la muchacha era su hija y que era menor de edad, que apenas tenía quince años y ese maldito la deshonró y se la quiere llevar a vivir con él.

 

La gente que había llegado a la parada del tren, empezó a tomar partido en el asunto y se dividieron los criterios, en dos bandos diferentes de opinión.

 

Los menos creían, que la muchacha era muy joven, todavía, y que bien hacía su padre en rescatar a su hija.  Veían la acción del joven como muy mala, y la calificaban de delito grave, penada con varios años de cárcel.

 

Otros, en cambio, consideraban que la muchacha, si bien era muy joven, lo cierto era que estaba muy crecidita, era toda una mujer y se supone que ya sabía lo que hacía y lo que quería.  Su padre tiene que aprender a respetar las decisiones de ella.  Se trata de su vida, ella tiene todo el derecho a escoger al hombre con quien ha decidido vivir el resto de su vida; casada o no, pero junto a la persona que ama.

 

Los tiempos han cambiado mucho y hoy día, las muchachas son más liberales y se unen en pareja, a más temprana edad.

 

Don Noé, su padre, más bien, debe ayudar a su hija a ser feliz.  El muchacho - decía una señora por allí_, se ve bueno, responsable, está muy guapo y me parece que la quiere de verdad y de corazón.

 

Estaban sumergidos en esa discusión, cuando don Rafael Delgado, el temido Delegado Cantonal de la Policía, máxima autoridad de Guápiles, llamó al novio aparte, para tratar de ponerse de acuerdo sobre tan delicado asunto.  Parecía que el máximo jerarca de la autoridad le profesaba cierta simpatía al muchacho, pero la presión que ejercía don Noé, lo obligaba a actuar con rigurosidad y prontitud.

 

Ramón se acercó con su novia de la mano y don Rafael, en tono suave y sereno pero, ligeramente, amenazante, dijo: usted, muchachita, es menor de edad, apenas tiene quince años.  Usted, joven, se ha metido en un serio problema al tener relaciones sexuales con una mujer tan joven.  Ha cometido el delito de estuproy eso está penado con cinco o más años de cárcel, yéndole bien.

 

Mejor vamos a la oficina para tratar de arreglar este asunto de la mejor manera posible, ya que no es conveniente que estas cosas tan delicadas y de mal gusto, se ventilen en público.

 

En la oficina de la Delegación de Policía, en una salita privada, don Rafael se esforzaba por llegar a un acuerdo satisfactorio para las partes.  Estaban allí reunidos, la autoridad del pueblo, personificada en don Rafael, el suegro, la novia y el muchacho.

 

El Delegado de la Policía comenzó diciendo que, grosso modo, a él le parecía que la muchachita también tenía su cuota de culpa en ese entierro.  Había sido precisamente ella la que permitió, sin el consentimiento de sus padres, de que su novio se quedara durmiendo en su casa.

 

Y aún más -agregó_ fue ella la que dejaba la puerta de la cocina abierta para que él pudiera entrar a la casa, cuando la familia dormía.  Y, fue también ella, la que dejaba la puerta de la sala y la de su alcoba abiertas, para que Ramón hiciera fiesta, mientras los viejos roncaban.

 

Ni siquiera sabemos cuántos noches de amor salvaje disfrutaron, este par de irresponsables y mal agradecidos con don Noé; que les brindó todas la confianza y les facilitó su casa para que compartieran un noviazgo decente.

 

Todo lo que pasó, fue porque su hija quería que pasara.  Por lo tanto, jovencita, la declaro culpable, en parte, de todo lo sucedido, tomando en cuenta, además, que el muchacho, también es menor de edad.

 

Y usted Ramón, ha cometido una gran canallada con el viejo.  Este señor es todo un caballero, hombre a carta cabal, honrado, querido por todos en el pueblo y le permitió, a usted de buena fe, la entrada a su digna casa, para que mantuviera un noviazgo de altura con su querida hija.  Y vea joven, la forma irresponsable y desconsiderada, cómo le pagó al pobre viejo.

 

Usted, muchacho, es un hombre muy desconsiderado, su suegro tiene toda la razón del mundo, de encontrase hoy muy furioso con su insensato comportamiento y actitud.  Pero lo peor -dijo don Rafael_, es que usted ha cometido un delito grave y de no aceptar lo que le voy a proponer, tendré que dejarlo detenido, ahora mismo, hasta que falle el Tribunal de Justicia que le corresponda llevar el caso, y sea trasladado a una de las cárceles del Estado.

 

Enteradas las partes de la situación en litigio, _sentenció don Rafael_, y en el entendido de que, lo único que queremos todos es buscarle una solución satisfactoria a este problema tan serio, yo les propongo lo siguiente: que Ramón firme un documento ante todos nosotros, comprometiéndose a contraer matrimonio con Rosalva en el término de tres meses plazo, siempre que la muchacha esté de acuerdo, y Noé y Mariana, que son los potencialmente ofendidos, se den por enterados y por satisfechos con el casamiento de su hija y retiren todas sus demandas, en contra del muchacho infractor.

 

En caso de que el joven rechace la propuesta de arreglo, entonces, quedará detenido en la Delegación de la Policía y yo mismo, con la autoridad que me asiste, pondré la denuncia en manos de las autoridades pertinentes.

 

Ramón, a estas alturas de la negociación, se sentía atrapado entre la espada y la pared, algo así, como un tigre enjaulado.  No le encontraba una salida satisfactoria al asunto por ningún lado y a veces, pensaba que todo lo que le estaba sucediendo no era más que una venganza Divina, por estar coqueteando con esa muchacha en el Templo Evangélico, mientras todos los creyentes estaban poniendo mucha atención al Pastor, y que por eso, posiblemente, el supremo lo había castigado, dejándolo a merced de ese mandamás de la policía.

 

¿Qué podía hacer?  Se -preguntaba Ramón_, quien se debatía, ante el embate y la arremetida de las tempestuosas olas de un embravecido mar de desesperación.  Sentía cólera, impotencia, un gran odio a esa gentuza que lo rodeaba, especialmente, a su suegro; pero más que todo, estaba mudo de puro susto, por lo del estupro.

 

Ramón no estaba dispuesto, pasara lo que pasara, a unirse en matrimonio con Rosalva, así, don Noé sufriera de un ataque del corazón por culpa suya; pero tampoco pretendía quedarse encerrado en un asqueroso calabozo, en ese mismo instante.

 

Ramón firmó el documento redactado por el señor Delegado de la Policía, quedando muy contento su querido suegro y de paso, no lo dejaron encerrado por el momento, y tuvo el tiempo suficiente y necesario para buscar al único abogado que había en el pueblo, para que acogiera su caso y estableciera su defensa legal.

 

Ramón acepto firmar aquel peligroso documento de marras, comprometiéndose, _ ipso facto_ a casarse con Rosalva, dentro de un lapso de tres meses, aproximadamente.

 

Rosalva y su mamá se encargarían de fijar la fecha definitiva de la boda, y organizar los preparativos del evento, según fueron las exigencias y extravagancias de la familia Arias Romero.  Él sólo sería uno de los actores principales, de aquel gran evento social.

 

Ramón estampó su rúbrica en el documento con reticencia, pero con una condición importante, de que Rosalva se fuera a vivir con sus padres al Humo, hasta tanto llegar a la fecha del enlace.

 

Si don Noé se había opuesto a que su hija viviera con él de manera amancebada, le parecía muy justo y pertinente que ahora, mantuviera ese principio y el viejo se llevara para su casa a su bebita querida, hasta el día de la boda.

 

Por el momento, todos estuvieron de acuerdo con la posición intransigente del novio, especialmente, don Noé, quién gustoso, aceptó llevarse a su hija para su casa por tres meses.  La que no estuvo muy de acuerdo, pero en última instancia accedió, fue Mariana, porque sabía lo mucho que iba a sufrir su muchacha sin ver a su novio por ese tiempo tan prolongado.  Y, por supuesto, a la novia no le gustó para nada la condición exigida por su futuro marido, pero a más no haber, no le quedaba más que aceptar, aunque su orgullo y vanidad quedaran, considerablemente lastimados.

 

Lo importante era que Ramón habia firmado el documento, con testigos y todo, donde se comprometía contraer matrimonio dentro de tres meses.  Y, con el acuerdo, sus padres estaban muy contentos y satisfechos, porque consideraban que la futura boda resarcía la humillación causada al honor del viejo y de la familia entera.

 

Ramón, después de firmar el comprometedor documento, abandonó la oficina y dio media vuelta, con una mueca de desprecio en su rostro, puso polvorera en tierra y salió como alma que se la lleva el Diablo.  Ni siquiera quiso despedirse de Rosalva, mucho menos, de los suegros.

 

Ramón, después de la firma del contrato, alquiló una estancia en un hotel del centro de Guápiles, dónde guardar algunas pertenencias y pasar la noche.  La verdad era que no podía descansar, mucho menos dormir.  Se sentía demasiado confundido y acorralado, con los graves acontecimientos acaecidos ese aciago día.  No estaba satisfecha con la firma del contrato.

 

Lo cierto era que el muchacho había firmado ese documento comprometedor, porque tenía mucho miedo de que lo dejaran encerrado en una de las horripilantes celdas, de esa mugrosa cárcel.  El temor a que lo encarcelaran ese mismo día, era muy grande, ya que nunca había vivido una experiencia semejante.

 

Por eso, cuando el Delegado Cantonal le recordaba la figura jurídica del delito cometido, al joven se le erizaba la piel y el corazón le latía más seguido que de costumbre, aunque, a decir verdad, nunca había escuchado la palabra estupro.

 

Cuando Ramón conversaba con sus amigos y en especial, con el Jefe de la clínica, de todo lo que le había pasado, últimamente; _Ramón decía_ que había tendido que firmar ese maldito documento, porque lo acusaban de estúpidopor haber tenido relaciones sexuales con su novia, que era virgen y menor de quince años.

 

Ramón, desmotivado como el que más, defraudado por la vida y a punto de entrar en un estado de depresión severa, salió del hotel y se dirigió al Gran Chaparral, un restaurante famoso, que rentaba doña Flora y don Goyo Usaga, localizado en un costado de la Plaza el Salvador, en Guápiles.

 

Ese inolvidable día, no apareció por el Gran Chaparral ninguna persona de confianza, con quién pudiera Ramón compartir sus cuitas.  Entonces, el joven optó por lo más lógico, dentro de la lógica de un hombre que se encuentra atrapado sin salida, tomarse una serie, fuera de lo común, de imperiales ligadas con copas llenas de aguardiente.  Sentía la necesidad de embriagarse como el que más, dado el estado deplorable de su ánimo.

 

Doña Flora se preocupaba mucho por aquel muchacho, que estaba ingiriendo más licor que de costumbre.  Se acercó a él con su gran sentimiento maternal a flor de piel y le preguntó qué le pasaba.  Le insinuó que no tomara más licor y le ofreció prepararle una de sus famosas y apetecidas sopotas, levanta muertos, para que se restableciera un poco de la borrachera que traía.

 

La dueña del negocio le aconsejó irse a dormir.  Ramón ni siquiera la escuchó.  Por el contrario, como es común en las personas desesperadas, pidió más cervezas y más guaro, porque lo único que quería, en ese momento, era tomar y tomar y si fuera posible, morir ahogado en el maldito alcohol.

 

Al final de la noche, Ramón se encontraba, totalmente, ebrio.  Más que ebrio, era presa de una monstruosa intoxicación etílica.  A las tres de la madrugada, cuando sólo él quedaba en el Gran Chaparral y don Goyo le rogaba que se fuera para el hotel porque ya tenían que cerrar, el muchacho, haciendo un meritorio esfuerzo, se medio paró y abandonó el negocio, tambaleándose como un mono herido.  Al hotel llegó arrastrándose como una sabandija y no se sabe como hizo para subir las escaleras y encontrar su habitación.

 

Ramón seguía levantándose a las tres de la tarde, emborrachándose con un cubo en cualquier mal habida cantinucha y visitando los más concurridos prostíbulos del pueblo.  Al hotel llegaba de vuelta a dormir, en las altas horas de la madrugada, completamente ebrio, arrastrándose como una gran serpiente verde.

 

Mientras todo esto sucedía, la pobre Rosalva no sabía nada del paradero de su amante.  En las noches largas y lluviosas de las mujeres solas, esa chiquilla contaba los días que faltaban para completar los noventa, haciendo rayitas en la pared.  La espera para esa muchacha enamorada hasta la médula, se tornaba cada día más insoportable.

 

Rosalva había pasado muchas horas de desconsuelo, muchos días de llanto y muchas noches de doloroso desvelo.  Mariana, su madre amiga, le hablaba a su hija todo el día, de los preparativos de la boda, con el único fin de entusiasmarla y más que todo, para distraerla, de tantos pensamientos desdichados e infelices, que surcaban por su mente confusa.

 

A los quince días de tomar guaro y emborracharse como un energúmeno, Ramón reaccionó, positivamente.  Esa tarde no salió de la habitación.  Se quedó descansando, más que todo, reponiéndose de los desafueros de la noche anterior.

 

¡Sí!  Lo más conveniente para Ramón era regresar mañana, muy temprano a Guácimo e incorporarse al trabajo, tal como quería su Jefe.

 

Pasaron los tres meses estipulados en el documento firmado y Ramón no se había presentado a la oficina de don Rafael, mucho menos, se había casado.  Daba la sensación de que el ingenuo novio se había desentendido, por completo, del compromiso adquirido con la familia ofendida.

 

Don Noé se sentía burlado y humillado como quien más.  En su mente no cabía la actitud irresponsable e inaudita, de este muchacho y, por más esfuerzo que hacía, el pobre viejo no podía concebir como ese mozalbete, de apenas dieciocho años de edad, se burlaba de su persona, una vez y otra también, como si nada ni a nadie le importara su compromiso adquirido con su familia.

 

A las seis de la mañana, don Noé ya estaba en el despacho del Delegado Cantonal de la Policía, obligándolo a cumplir con la Ley.  Ya han pasado los tres meses que le dimos de tiempo a Ramón, para que se casara con mi hija, y ni siquiera se ha dignado aparecerse por aquí.  Me parece que lo más cuerdo de su parte, señor Delegado, es que ahora mismo, gire una orden de captura, detenga a ese muchacho con la Policía y lo encierre para siempre.

 

Don Rafael, dada la presión ejercida por don Noé, no tuvo otra alternativa que redactar otro documento, donde le indicaba a Ramón, que por el delito de estupro, cometido contra la señorita Rosalva Arias Romero y que por denuncia puesta en contra suya, por el padre de la ofendida, que consta en este despacho, se veía obligado a girar orden de captura y mandarlo arrestar con la Policía cantonal.

 

Ramón, al verse detenido y esposado en la propia clínica y previendo los alcances del comunicado oficial, no le quedó más remedio que quitarse la gabacha y acompañar a los efectivos de la Policía, sin oponer ninguna resistencia.

 

En la oficina lo esperaba el Delegado, don Noé y Rosalva, que no quería que le hicieran nada a su amado, mucho menos que, por culpa suya, como había dicho el Jefe de la Policía, lo dejaran encerrado en la cárcel.

 

Don Rafael fue contundente, claro y preciso.  Se dirigió, únicamente, al joven indiciado.  Ramón -dijo_, usted tiene un compromiso firmado en esta dependencia, de casarse en tres meses con la hija de don Noé y así saldar la ofensa cometida en contra de este pobre viejo y su familia.  Han pasado los tres meses, y usted no ha honrado esa firma.  Ni siquiera se han dejado ver por esta dependencia, para solicitar una prórroga u ofrecer una disculpa por el incumplimiento del compromiso firmado.

 

Esa actitud, irresponsable de su parte, me obliga a detenerlo de inmediato y dejarlo encerrado, por el tiempo que sea necesario, hasta que los Tribunales de Justicia dicten sentencia en su contra, por el delito de estupro y sea trasladado a una celda del Sistema Penitenciario en San José.

 

Ramón, por el momento, no encontraba ninguna salida al conflicto y todo parecía indicar que, por la presión ejercida por el padre de la muchacha, esa noche la iba a tener que pasar en un frío y apestoso calabozo, hasta que el abogado suyo iniciara alguna gestión de excarcelación a su favor.

 

A Ramón, de momento le pareció, que la solución más viable, era pedir una moratoria, como hace cualquier deudor que no puede honrar su deuda en el momento fijado.

 

Ramón con mucha humildad le solicitó a don Noé y a su hija, que por favor, le dieran quince días más de tiempo para el casamiento y les hizo ver, que estaba muy dispuesto a firmar un segundo documento, poniendo como testigo de honor a don Rafael y comprometiéndose, como lo hacen los hombres de palabra, a contraer matrimonio con su hija, como lo manda la ley de Dios, dentro de dos semanas.

 

Rosalva le suplicaba a su padre, hasta con ruegos preñados de lágrimas en los ojos, que aceptara la propuesta de su novio.  Ramón, sin pensarlo dos veces, no puso peros y firmó un segundo documento, comprometiéndose de nuevo, a casarse con Rosalva dentro de quince días, contables a partir de la fecha.

 

Don Noé no se encontraba satisfecho con el proceder de la Policía, quien no había obligado a Ramón a cumplir con el primer documento firmado, y tampoco lo habían denunciado ante los Tribunales de Justicia, por el grave delito cometido.

 

El viejo salió de la oficina del Delegado muy molesto y se dirigió al despacho del único abogado que ejercía en Guápiles de Pococí.  Tampoco era un profesional de academias, pero tenía muchas horas de vuelo como litigante y se las sabía todas, en cuanto a violaciones a la Ley, aunque todavía, no estuviera incorporado al Colegio de Abogados de Costa Rica, por tener pendiente algunas materiales, entre ellas, precisamente, los cursos de ética.

 

_ ¿En qué le puedo servir?  Le pregunto Escribano a don Noé.

_Vengo para que me ayude, Mario.  Mi hija es menor de edad y ha sido ultrajada por su novio en mi propia casa.

_ ¡Oh!, No se preocupe, don Noé -dijo el experto de la Ley_.  Refiérame en detalle toda la historia y verá que pronto metemos en cintura a ese irresponsable muchachito.

_Eso sí, por favor don Noé, dame dos mil coloncitos como adelanto de los honorarios y tráigame un litro de guarito Cacique, como un regalito de cortesía suya y ya mismo, me pongo a trabajar en su caso.

 

Don Noé contó al abogado, con todo sus pormenores, la triste y desagradable historia.  Comenzó por decirle que su hija Rosalva, de apenas quince años de edad, había llevado a su hogar a un joven que la pretendía y que él, pecando de ingenuo, le creyó todas las babosadas que le dijo el muchacho y le permitió la entrada a la casa.

 

Pero cuál sería su sorpresa, cuando un día de tantos, escuché un ruido raro en el cuarto de mi hija, como de grititos sostenidos, entremezclados con ínfimos y apasionados suspiros.  Entonces, me levanté de inmediato, me dirigí a su habitación y los encontré a los dos, totalmente desnudos, uno encima del otro, haciendo el amor.

 

_Ramón Porras Líe o como se llame ese maldito, ha cometido un grave delito, porque mi hija es menor de edad, apenas tiene quince añitos y a mí me ha humillado ante el pueblo, al no respetar la confianza que le di ese malhechor.

 

_Yo exijo -licenciado_ que ese desgraciado se case con mi hija mañana mismo y si se niega, que usted lo acuse ante los Tribunales de Justicia y lo meta a la cárcel por el resto de su vida, si es posible, por abusar de una menor de edad.

 

_ ¡No faltaba más!  Descuide don Noé, que para eso estoy yo.  Hablaré, seriamente, con ese joven y lo obligaré a casarse con su hija y si no acepta, no me temblará la mano para llevarlo al estrado por el delito de estupro.

 

_ ¡Ah!, y lo meteré a la cárcel por muchos años, en menos de lo que canta un gallo, para que aprenda a responder por la confianza que se le dio y a no ser tan abusado.

 

_Dame los dos mil coloncitos y consígame el guarito Cacique, para despabilarme un poco y ponerme en onda, que así es cuando yo más jugo le saco a esta jupa.

 

Ramón, con el susto que la policía le pegó, cuando lo trajo detenido y esposado y con todo lo que le dijo don Rafael en la oficina, donde lo había obligado a firmar otro documento, comprometiéndose a contraer matrimonio con esa muchacha, en el término de quince días, salió de allí, directo a la oficina del leguleyo, más asustado que un conejo cuando lo persiguen los perros.

 

_ ¡Licenciado!  ¡Licenciado! -Gritaba Ramón, con la rabia de un oso enfurecido_

 

_ ¿En qué le puedo servir?  Muchacho -preguntó el profesional de la Ley_.

 

_Me acusan de estúpidoy me van a meter a la chirola, si usted no me defiende de inmediato -dijo el joven_.

 

_No se me asuste Monchito, yo ya estoy enterado del problema suyo.  No lo acusan de estúpido, sino de estupro, que no es lo mismo; pero no se preocupe, cuénteme la historia en detalle, dame dos mil coloncitos, como adelanto de los honorarios y vaya a la cantina de la esquina, allí, a la Central, y me trae un litrito de guaro Cacique, para meterme unos cuantos mechazos y poder pensar mejor cómo plantear su defensa ante los Tribunales de justicia; porque, le voy a decir la pura verdad, su caso está un poquillo delicado.  Hay que ponerle seso, jovencito, para sacarlo adelante.

 

_En este momento, usted está con una pata adentro y otra fuera de la cárcel.

 

Ramón cumplió con las exigencias del único abogado del pueblo y después, se trasladó a Guácimo, confiado, tranquilo, contento y feliz.  La decisión ya estaba tomada.  No se casará dentro de quince días, como pretendía el viejo y a ella no la volvería a ver nunca más.

 

Pasaban los días y el Lic. Escribano no realizaba ninguna gestión, a favor de ninguno de sus dos clientes.  Eso era lo peor, él era el abogado responsable de entablar la defensa del indiciado y a la vez, salvaguardar el honor de don Noé y su hija: los ofendidos.

 

Don Noé, constantemente, llegaba a la oficina del abogado a indagar sobre el avance del juicio contra Ramón, pero la verdad era que éste no había hecho nada, salvo esperar de buena fe, que el novio recapacitara y por obra del Espíritu Santo, decidiera casarse con Rosalva; una niña que se encontraba en la flor de la vida, que si bien era cierto que ya estaba comenzadita, también lo era que, se encontraba muy deliciosa y enterita.

 

El Lic. Escribano, cada vez que veía a Ramón le hablaba de los exuberantes atributos físicos de su bella novia y de los principios y valores que la adornaban.  Tiene que pensarlo muy bien -le recomendaba el abogado al joven_.

 

Por la experiencia que dan los años, uno sabe que una oportunidad como ésta, sólo se presenta una vez en la vida; no sea que después de humillar tanto a esa pobre muchacha y a su familia, cuando ya ella lo haya expulsado de su maltratado corazón, y no lo quiera más ni le perdone tantos agravios, usted recapacite demasiado tarde y después, ande detrás de Rosalva, perdido y loco por su amor.

 

Habían pasado ya dos meses y medio y la situación seguía empantanada.  Ni el Delegado Cantonal de la Policía había hecho nada para obligar a Ramón a casarse con Rosalva, mucho menos el abogado que, por lo visto esperaba que esta situación se resolviera por arte de magia.

 

Estando así las cosas, el padre de la muchacha no aguantó más tanta negligencia y de inmediato, se vino para Guápiles a buscar a don Mario, su abogado, llegando a la oficina casi descompuesto de la cólera que traía.

 

No puede ser -decía el suegro ofendido_ han pasado dos meses y medio, después de que por segunda vez, este irresponsable aceptó casarse con mi hija, y hasta firmó un documento y ese par de pendejos no han movido un dedo, para hacerlo cumplir con lo que había prometido, ante la autoridad competente del Cantón.

 

Tampoco se han atrevido a acusarlo ante los Tribunales de Justicia, por el delito de estupro.  Este muchacho se metió a mi casa y tuvo relaciones sexuales con mi hija, de quince años de edad, y anda libre al igual que una liebre, como si no hubiera hecho nada ilícito.  ¿Dónde está la autoridad en este pueblo?  La verdad es que este par de viejos son unos medrosos y eunucos.

 

_Cálmese don Noé, que la situación no da para tanto -decía el abogado_.  La cólera y el berrinche excesivo, alteran seriamente, el sistema circulatorio sanguíneo y hacen que el organismo escrete unas sustancias muy tóxicas, que lo pueden predisponer a usted, al Infarto Agudo del Miocardio y eso es muy peligroso, puede llevarlo directo al hueco, sin ninguna necesidad.  En estos casos tan difíciles, la serenidad es la mejor consejera; alterarse solo complica las cosas.

 

_Por eso don Noé, es saludable que se calme -dijo don Mario_ porque yo estoy trabajando, de día y de noche, sobre el caso de su hija.  Ya conversé, seriamente, con Ramón y debe decirle que no me tembló la voz para advertirle, que no tiene salida posible de ese aprieto: se casa con Rosalva, a la mayor brevedad posible, o lo meto a la cárcel por el delito de estupro, hasta que se pudra en un inmundo calabozo.

 

_Más bien, don Noé, debería usted estar pensando en los preparativos de la boda de su querida hija, para unos quince días plazo y recuerde que el tiempo pasa volando.

 

_Yo me imagino que usted, el más exitoso y próspero comerciante del Humo, donde goza su merced de sobrado prestigio, querrá hacerle a su chiquita querida, el mejor desposamiento que haya existido, en la historia de ese pueblo.

 

_ ¡Viera!  Don Noé -dijo Mario Escribano_, no hay nada más satisfactorio para un padre amoroso, que ver a su hija salir de la casa, rumbo al Templo Evangélico para contraer nupcias, toda vestidita de blanco, con una gran cola blanca y un velito, del mismo color, cubriéndole la carita de niña asustada.  _Los padres, cuando asistimos al matrimonio de una de nuestras hijas, siempre nos da por llorar.

 

_Algunos padres, para aparentar ser fuertes o para no parecerse a las mujeres, que lloriquean por casi todo, dan la impresión de que no lloran, pero, ¡qué va!  Noé.  Están llorando por dentro, y eso es muy malo para la salud, porque se tragan las lágrimas y éstas, por algo Dios las hizo saladas.

 

_Regrese tranquilo a su casa, don Noé, y tenga confianza en mí; no se preocupe tanto por el ultraje de su hija, que para eso estoy yo aquí, para defenderlo en su honor menoscabado.

 

_Ya este muchacho está, prácticamente, convencido de que lo más conveniente para todos, incluso para él, es casarse con su hija lo más pronto posible, antes de que la Ley le ponga las garras encima, por el repudiable delito cometido en contra de una menor de edad.

 

_Por ahora, viejo, mientras le pongo duro al caso de su hija, vaya a la esquina y me consigue un litro de guarito Cacique, como un gesto de fina cortesía de su parte y yo se lo voy a agradecer mucho, para ver si ahuyento una resaca que traigo atravesada desde hace un mes.

 

_Ramón estaba metido entre un zapato y no tenía otra salida.  Se casa con su hija o yo lo meto a la chorpa, por el delito de estúpido, como dice el baboso ése.

 

_Allí en la cárcel, ese jovencito va a saber lo que es bueno, y entonces, arrepentido como el que más, me va a estar pidiendo de rodillas, que lo saque del calabozo lo más pronto posible, para casarse con su hija.

 

Mientras tanto, Ramón se mantenía longo y lirondo, como si no pasara nada a su alrededor.

 

El muchacho estaba, completamente, confiado en la defensa que según él, llevaba a buen término su apoderado legal y como joven que era, _los jóvenes también tienen derecho a equivocarse_ ni siquiera se imaginaba que su defensor no había presentado ninguna acción legal en su favor y que por el contrario, le preocupaba más quedar bien con el suegro que con el novio.

 

Qué se iba a imaginar Ramón de que la estrategia del Licenciado, para resolver este conflicto, se basaba únicamente, en convencerlo a él, para que contrajera nupcias con la hija de don Noé.

 

El Delegado de la Policía acosaba a Ramón con citatorios y amenazas de privación de libertad, si no cumplía con lo firmado.  O cumple con lo prometido en el último documento firmado, casándose con la hija de Noé, o lo meto a la cárcel por el delito de estupro.  Usted decide, muchacho, de acuerdo a los mandatos voluntarios de su corazón y de su conciencia.

 

Don Noé estaba convencido, de que ya se habían agotado todas las instancias policiales y jurídicas, con resultados negativos.  Llegó a creer, que para recobrar su honor y el de su familia, lo más atinado era tomar la justicia por sus propias manos.

 

Bastaba con presentarse un día cualquiera a la clínica del infractor, agarrarlo del pescuezo, con sus manotas de oso, apretar duro, hasta que ese degenerado se pusiera tan blanco como un bledo y más morado que un caimito maduro.

 

Sólo estrangulando a ese desgraciado saldaba la deuda de honor que había adquirido con la familia Arias Romero y lo iba hacer, aunque tuviera que ir a la cárcel don Noé y no el maldito delincuente.  Pero, ¿qué vamos hacer, si así son las leyes en este país de mierda?

 

El Lic. Escribano, entre trago y trago, se quemaba la testa, tratando de encontrar una salida lógica y aceptable, para las dos partes en conflicto.  Tenía sobre la mesa varias opciones de solución, pero la que le parecía más viable era de convencer a Ramón, de una sola vez por todas, para que se casara con Rosalva de inmediato.

 

De esa manera, él mataba tres pájaros con la misma piedra.  Don Noé quedaba contento y satisfecho, con su honra restablecida y su orgullo henchido.  Ramón se salvaba de ir a la cárcel, y él, también, salía bien librado del lío en que se había metido, ya que no es muy ético jugar de abogado del diablo, defendiendo, a la vez, al acusado y al ofendido, ya que los principios éticos de su profesión no se lo permitían.

 

Por esto, esa misma tarde fue a Guácimo a convencer a Ramón para que se casara con esa pobre muchacha.  Le haría ver las ventajas y desventajas del matrimonio y en dado caso de que se pusiera muy rejego, entonces le ofrecería divorciarlo de gratis, si más adelante sentía, que de verdad, él no tenía pasta para vivir como hombre domado.

 

Efectivamente, don Mario, esa misma tarde se hizo presente, en la clínica donde trabajaba Ramón.

 

Pasó un tiempo prudencial y apareció Ramón, con su gabacha blanca, de mangas cortas, sudando todavía, por el insoportable calor del día.  Se acercó y le extendió su mano derecha, amistosamente.

 

_ ¿A qué debo el honor de su visita?, _Preguntó Ramón_.

 

_En principio pensó que su defensor le traía buenas noticias.

 

_Seguramente, ya le había resuelto su caso y ya estaba liberado de aquella pesadilla.

 

_O quizá venía a contarle lo mucho que le costó defenderlo y a pedirle el resto de los honorarios, y otro litrito de guaro Cacique, como una fina cortesía de mi parte.

 

Don Mario se mantuvo callado y con el ceño fruncido, como si de sopete, no quisiera hablar nada.  Su mutismo resultaba irritante y ofensivo.  Parecía que la visita obedecía a otros objetivos.  Ramón esperaba con ansiedad que dijera algo, pero su silencio era una ventana que no se abría.  No quedaba más que esperar, con cierto temor, hasta que el jurista se dignara decir algo.

 

_Ramón -dijo el defensor_ vengo a hablar con usted, seria y definitivamente, sobre el litigio existente entre la familia Arias Romero y su persona.

 

_prefiero que salgamos de la clínica un momento, podemos ir al Barquito, _una cantina muy popular en el cantón de Guácimo_ donde me pueda mandar un farolazo y así, hilvanar mejor las ideas que traigo, para lograr hacerte entender lo que te vengo a proponer.

 

Ramón comprendió que se trataba de algo muy serio.  La venida del abogado hasta Guácimo y la forma reservada de hablar, no era para menos.  Por eso acogió, dócilmente, la propuesta del defensor y se dirigió al Barquito, tal como lo había sugerido el leguleyo.

 

_Tráigame una copa a reventar de guaro Cacique, que hoy quiero brindar por la felicidad de mi amigo -dijo el Lic. Escribano_, no más entrando.

 

_La situación está fea, Ramón, esto se está complicando mucho.

 

_El asunto del estupro y no el de estúpidocomo dice usted, no se puede obviar y si llega a los Tribunales de Justicia, no hay ninguna posibilidad de que lo pueda sacar bien librado de allí.  Estoy seguro que lo van a condenar a prisión por varios años.  _Por eso, mi joven amigo, te traigo una propuesta, para que salva bien librado de este atolladero.  En la vida no hay problema que no tenga solución y por eso se ha dicho siempre que el Diablo, no es malo por diablo, sino por viejo.

 

_Generalmente, los viejos siempre encontramos soluciones fáciles, a problemas difíciles.

 

_Pídame otra copita llena de guarito Cacique, que es lo único que logra aclararme la mente y me pone a pensar con cierto tino.

 

_Viera qué raro, Ramón, yo sin niveles considerables de guaro circulando en mi sangre, casi no puedo pensar; me pongo medio tonto y estúpido, como dice usted.

 

En el Barquito, con un par de copas llenas de licor cada uno, parecía que era que el abogado pensaba mejor, se volvía más claro de entendederas y se expresaba de manera mucho más convincente.  Ramón, por su parte, con unos guaristoles adentro, era mucho mejor oyente, ponía más atención y entendía, a cabalidad, todo lo que le quería decir el abogado.

 

_Mirá, muchacho - decía don Mario Escribano_.  Usted está muy enredadillo con ese problema del estupro.  Cásese con esa muchacha que ha humillado tanto y usted, ella y el viejillo, quedan todos contentos y terminamos, de una vez por todas, con tantos pleitos y juicios legales, que resultan tan desaconsejables para cualquier buen samaritano.

 

_Ramón, aunque usted no lo crea, porque a mí no se me echa de ver la edad y me mantengo muy bien conservado todavía, gracias al guaro Cacique, que es un excelente antídoto, todo lo mata, menos a uno.  Ya este hijo de Dios tiene setenta almanaques cumplidos y a pesar de todo, sólo una vez me he casado.  Lo hice estando en una borrachera de tres meses seguidos, pero lo cierto es que yo quería a esa maldita mujer.  La vi y nomás, me enamoré de ella.  Fue como una especie de primer amor, que se ha mantenido durante toda mi vida; para qué lo voy a negar y todas mis intenciones eran hacerla inmensamente feliz y que nuestro casamiento fuera para siempre, hasta que la muerte nos separara.

 

Sin embargo, _Ramón_, con los años y el licor, porque a ella nunca le gustó que yo tomara tanto, las cosas fueron cambiando.  El amor empezó a descender y llegó la rutina que todo lo mata.  Es como el mata palo que se come los naranjos.  Hasta que los dos, por caminos diferentes y por nuestra propia voluntad, nos convencimos de que ya no valía la pena seguir viviendo juntos por más tiempo; la verdad era que ya no nos soportábamos el uno al otro.  Éramos como dos enemigos durmiendo juntitos, en la misma cama, agarraditos de la mano, soñando con angelitos y querubines.

 

Entonces, ambos, conversamos larga y tendidamente, como dos personas civilizadas y llegamos a la feliz conclusión, de que lo mejor era separar nuestras vidas, romper los lazos.

 

Entonces, ambos, conversamos larga y tendidamente, como dos personas civilizadas llegaos a la feliz conclusión, de que lo mejor era separar nuestras vidas, romper los lazos del matrimonio y coger, cada uno, por caminos diferentes.  Ojalá opuestos, para que nunca nos volviéramos a ver las caras.

 

Nos divorciamos.  ¡Sí!  Nos divorciamos -Ramón_, porque el divorcio es la figura jurídica que Dios creó para hacernos libres a nosotros los hombres, después de que, _ ahora sí_, por estúpidoscomo dice usted, sin ninguna necesidad y por voluntad propia, sin darnos cuenta de lo que estamos haciendo, nos atamos al yugo del matrimonio.

 

Se trata de una mega responsabilidad el casarse, y yo también lo entiendo, pero usted está metido en un zapato, cometiste un delito monumental, al acostarse con esa muchachita menor de edad y si no la desposa rápido, vas directito a la cárcel.  ¿Qué podemos hacer, don Ramón?  -Preguntó el jurista_.

 

Por eso te traigo un nuevo documento, debidamente protocolizado, donde usted se compromete, por tercera vez, a contraer matrimonio civil con Rosalva, el sábado próximo, al ser mediodía, en la oficina del Ejecutivo Municipal, con la presencia de don Noé, el Delegado Cantonal de la Policía, el Jefe Político, quién se encargará de la ceremonia nupcial, su patrono, la familia de la novia, algún amigo especial que usted quiera participar y, que soy el que me haré cargo de registrar legalmente, el casorio.

 

Ramón, hágame caso -decía don Mario_.  No hay otra salida viable, muchacho.  Si yo la viera por allí, lógicamente, la aplicaría.  Pero no veo otra solución que no sea casarse con esa jovencita lo más pronto posible, para que el pobre viejo deje de sufrir y de joderme tanto a mí, la muchacha que ha aguantado mucho, se sienta realizada y contenta, y usted, que tiene un problema muy serio con la Ley, quede libre.

 

Usted sabe que toda mujer sueña con casarse y tener hijos, porque la condición natural de esposa y de madre es lo único que, efectivamente las realiza.

 

Por esto, no sea más tonto de lo que aparenta, aquí está el nuevo documento de compromiso, fírmelo ya y dejémonos de tantas majaderías y colorín colorado, éste cuento está acabado.

 

El sábado convenido, todos asistiremos a la boda y después a la fiesta.  ¡Ah!  Y no se le olvide Monchito, que aquí estoy yo para divorciarlo y de gratis, si después de vivir un tiempo con ese bomboncito, que está como ella quiere, la rutina lo acecha, pierde el entusiasmo y el aburrimiento acaba por apachurrarlo; entonces, ahí aparezco yo, como el famoso Superman de la película, para salvarlo con el divorcio.

 

Para eso inventó Dios el divorcio, para liberar a todos los hombres oprimidos de este mundo.  No se le olvide por algo Dios es hombre, nunca nos va a abandonar.  Usted no se preocupe, preséntese el sábado tranquilo, al mediodía.  Yo me encargo del resto, cuando llegue el momento oportuno.

 

Ramón, aun con guaro, sentía mucho temor por el delito cometido.  Varias veces había pasado noches enteras en vela, pensando en esa maldita palabra: estupro.

 

Por otra parte, el ofrecimiento que le hacía su abogado, de divorciarlo gratis, cuando él lo quisiera, le daba cierta tranquilidad a su espíritu, tan abatido en los últimos meses.

 

Así las cosas, con poco entusiasmo y poca alharaca, Ramón decidió firmar el documento que le sugería el abogado.  Ni siquiera se tomó la molestia de revisar la propuesta y le estampó la rúbrica y a la par, le puso el número de la cédula de identidad, para que el compromiso aparentara ser más serio y creíble, no sin antes recordarle al profesional en derecho, que si se aburría de vivir con esa mujer, él quedaba comprometido a divorciarlo de gratis, en el momento que al joven se le ocurriera.

 

Don Mario pidió, sendas copas de guaro Cacique, para celebrar a lo grande el éxito de sus gestiones.  Felicitó, muy efusivamente al novio, por haber actuado con mucho acierto e inteligencia; no sólo llevándose como compañera para toda la vida, a esa mujer de tantos encantos físicos y valores morales, sino porque logró salirse de la cárcel, precisamente, cuando ya tenía una pata adentro.

 

Acto seguido, tomándose otro mechazo para el camino, el folclórico abogado se despidió de Ramón y se dirigió hacia Guápiles.

 

Ramón aprovechó el momento para agradecerle al Lic. Escribano, todo lo que había hecho por él y le prometió, que de aquí en adelante, lo iba a considerar como un segundo padre.

 

Don Mario regresó a Guápiles eufórico, complacido y como pudo le mandó avisar a don Noé, al Delegado de la Policía, al Ejecutivo Municipal y otra gente involucrada en el asunto, de que el problema ya estaba solucionado.  Ramón había aceptado casarse con Rosalva el sábado próximo a la hora meridiana, en la oficina de la Municipalidad.

 

Tenían que presentarse todos, principalmente, los novios, los padrinos, el suegro y las autoridades que iban llevar a cago el casamiento.  Si ese muchacho, otra vez, se negaba a casarse, le cortaré la nariz -decía el abogado_, en medio de la borrachera que se andaba.

 

Ese sábado don Noé, la novia, los padrinos, familiares y algunos amigos, llegaron tempranito al lugar indicado.  El Ejecutivo Municipal también estaba entre los primeros.  Posteriormente, apareció el abogado, en medio de una resaca, de esas que no se le desean a nadie.

 

La novia estaba muy elegante.  Un vestido blanco, con velo fino blanco y una gran cola, de varios metros de larga, también de tela blanca.  En su mano derecha llevaba un bouquet compuesto de flores blancas.

 

Todo lo blanco hacía contraste con su gran cabellera lacia y negra azabache, que caía sobre su espalda, reposando en su delgada cintura, como una cascada de trozos de noche.

 

La novia, exhibiendo una bella sonrisa luminosa, lucía distinguida, majestuosa e imponente.  Ella irradiaba belleza, juventud, alegría y satisfacción como si al casarse con ese muchacho, estuviera alcanzando con sus manos una estrella.

 

Todo estaba listo para iniciar la ceremonia, sólo se había retrasado el novio, pero allí venía cabizbajo, serio y sin ganas de hablar con nadie, como si su existencia, realmente fuera algo incierta.

 

La novia al verlo llegar, miró de reojo a su padre y respiró profundo, como tratando de alejar los malos augurios.  Unas gotitas de sudor sobre sus labios ponían de manifiesto lo nerviosa que estaba.

 

La tan esperada ceremonia nupcial dio inicio, unos minutos después del mediodía.  La máxima autoridad municipal con el abogado a la par, saco un libro grueso, de pasta roja y con bordes de oro en las hojas, y comenzó el solemne acto, diciendo: hoy aquí, ante todos nosotros, se presentan Ramón Porras Lie y Rosalva Arias Romero, quienes por libre y espontánea voluntad y sin presión alguna, han decidido unir sus vidas en Santo Matrimonio, y compartirlas en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y hasta que la muerte los separe; porque lo que Dios ha unido, el hombre jamás, lo podrá separar.

 

Siendo así y si nadie de los presentes se opone a esta unión, con el poder que la Ley del Estado de la República de Costa Rica me confiere, los declaro marido y mujer.  Ramón, puede besar a la novia _dijo el Ejecutivo Municipal_.  Uno de los allegados a la familia, grito a todo galillo: Vivan los novios.

 

Ramón, en franco y visible acto de rebeldía, no se digno besar a la novia, aunque ella se había corrido el velo, dejando su cara al descubierto y colocándose frente a él, ofreciéndole sus apetitosos labios, esperando recibir el ansiado beso, con el cual sellarían su amor, para siempre.

 

Esa actitud descortés e inesperada, por parte del novio, extraño a todos los presentes.  El hecho presagiaba oscuros nubarrones, truenos, rayos y centellas, para una noche bastante tormentosa.

 

Don Ramón, acérquese a la mesa _dijo el abogado_, y firme aquí, donde está la equis.  Después lo hará la novia, los padrinos y este servidor.

 

Ramón, muy enojado y fuera de sí, se negó a firmar.  Yo no me caso y no voy a firmar nada que tenga que ver con esta farsa.  Usted, Licenciado, es el responsable directo de esta burla, ya que sabe muy bien que yo no quiero casarme tan joven, ni con esa muchacha, ni con nadie.

 

Yo quiero ser libre, vivir la vida y no estoy preparado para atarme a ninguna mujer.  Por eso me niego a firmar cualquier documento que me presenten =dijo el novio= con cierta vehemencia y determinación.

 

Con la negativa de Ramón se produjo un apenado silencio.  Luego se armó tamaño turumbón en la oficina del Ejecutivo Municipal.

 

Don Noé se sentía más humillado y ofendido que nadie y estaba dispuesto a emprenderla a puñetazos contra Ramón.  Su paciencia había llegado al límite y ya no daba para más.  Un tío de la muchacha, también, intento agredir al novio.

 

La Policía intervino protegiendo al joven y pidiendo calma a los presentes; mientras el abogado y el Ejecutivo Municipal conversaban con el novio, en una oficina aparte.

 

Tanto el abogado como el señor Ejecutivo, trataban por todos los medios de convencer a Ramón, para que firmara.  Don Mario ya no tenía argumentos validos que esgrimir y solo acataba decir:

 

_Monchito, no sea tontito, ni estupidito.  Esa mujer apenas esta empezadita, pero obsérvela bien.  No se da cuenta de lo buena que esta

 

=Ramón, firme, por favor, que las cervezas se esta calentando.  Ya no puedes seguir humillando a esa pobre muchacha, a su padre y a toda su familia.  Por favor, no seas tan irresponsable, por pura testarudez de adolecente.

 

_No sea majadero, firme ya y no le causa más dolor a esa familia.  _Recuerde, que yo me comprometí a descasarlo en el momento que usted me lo solicite.

 

_Estoy seguro, que si no te casas hoy con ella, esta mujer por puro despecho, se va a juntar con cualquier patas vueltas que se le ponga por delante y, entones, usted se va a arrepentir demasiado tarde y a andar perdido de amor por ella; porque en asuntos de amor, todo se paga en la vida.

 

Ramón regreso a la sala principal, bastante confundido e indeciso y no se decidía a ponerle fin, a tan irregular ceremonia nupcial.

 

Viéndolo así, y por la actitud tan indecisa y ambivalente del novio, el Ejecutivo Municipal se acerco a él, y con la ternura y la paciencia de un padre amoroso, lo condujo hasta la mesa principal, donde se encontraba el acta matrimonial.  Le tomo la mano derecha, le puso un lapicero entre los dedos y guiándole la muñeca cerca de la equis, con suma destreza la hizo girar, dibujando unos garabatos semejantes a la firma del novio y así, a vista y paciencia de todos los concurrentes, se dio por firmada el acta nupcial.

 

Los presentes se quedaron perplejos al observar lo que estaba sucediendo, pero en el fondo de sus conciencias, se alegraban de que la autoridad respectiva hubiese tenido que dibujar la firma, con la mano del novio, para dar por terminada esta irregular boda y todos se fueran a la fiesta contentos.  El matrimonio de Don Ramón se había consumado.

 

Ramón no estaba nada satisfecho con lo que había sucedido.  Consideraba que lo que había hecho el Ejecutivo Municipal era, increíblemente, vergonzoso, humillante e ilícito.  Nunca, cosa semejante se había visto en ese pueblo.

 

El novio medito un segundo y luego se dirigió donde se encontraba los suegros y la novia, ahora su legítima esposa y les dijo:

 

_Me imagino que están muy contentos con el matrimonio.  Su maltrecho honor =don Noé_ seguramente ya fue restituido.

 

_Y usted, _Rosalva_ ni piense que me la voy a llevar para Guácimo. —

 

_Ahora mismo, usted se regresa a la casa de sus padres y me alegro de que ya no esté presente en mi vida

 

_Yo no me case hoy.  Me casaron.

 

_Por eso no quiero saber nada de la familia Arias Romero.

 

Ramón dio media vuelta y con un nudo amargo en la garganta, se dirigió, con paso largo y seguro, hacia el Gran Chaparral, a tomarse unos tragos, más que unos trabajos, sentía ganas de beberse todo el guaro que doña Flora tuviera disponible en el bar.  Realmente, el joven se sentía muy desilusionado, engañado, fracasado y atrapado sin salida.

 

Se encontraba Ramón entre trago y trago, cuando llegaron todos los que decían ser sus amigos.  Su patrono, el Ejecutivo Municipal, el abogado y el Delegado Cantonal se apersonaron, dis que, para brindarle compañía al muchacho.  Al instante la mesa estaba llena de copas y de botellas de cervezas vacías.  Todos celebraban a lo grande, ese controversial casorio.  Menos el ofuscado novio, quien sentimentalmente, se sentía estafado.

 

El Lic. Escribano trataba de consolar al novio y le decía:

 

_Monchito no existe razón alguna, por la cual, usted se sienta hoy tan deprimido.  Mas bien, la ocasión es propicia, para que usted esté alegre y realizado.

 

_No todos los días, se casa uno con una mujer tan bella como Rosalva.  Es tan linda, atractiva y sexy.  Es una deliciosa mujer con una sutileza única en su alma.

 

_Imagínese con una mujer así hasta yo me hubiera casado, con los dos ojos vendados y sin hablar con nadie.

 

Casi todos los presentes coincidieron en que Ramón, mañana, cuando le haya pasad la borrachera, debería presentarse en la casa de don Noé y pedirle disculpas a él y a su familia; especialmente, a Rosalva, por todos los malos ratos que los hizo pasar.

 

La borrachera de Ramón duro ocho días completos.  Tomaba hasta altas horas de la madrugada y luego dormía todo el día.  De esa manera, Ramón celebraba su casamiento.

 

Doña Flora y don Goyo estaban muy preocupados con la tanda que se andaba su cliente estrella.  Por eso la buena señora Flora, apenas lo veía entrar al Gran Chaparral, corría a ofrecerle un caldito, con la esperanza de que se compusiera.  Este par de viejos, eran los únicos cantineros, a quienes no les gustaba ver muy borrachos a sus clientes preferidos.

 

Ramón, todas las noches salía, totalmente ebrio del Gran Chaparral y le prometía a doña Flora irse a dormir al hotel.  Pero apenas caminaba un par de cuadras, cambiaba de rumbo y se dirigía al Maracas, un prostíbulo de mala muerte, donde tomaba más licor.  Algunas veces le rayaba el sol durmiendo en una pocilga, acompañado de un remedo de mujer, víctima del licor y la droga.

 

Luego, una vez que los primeros rayos del sol, se bebieran todas las lágrimas del rocío, Ramón caminaba por el pueblo, rumbo a su hotel, con los ojos entrecerrados de cansancio y sueño.

 

Al noveno día de borrachera continua, _a Dios gracias_ Ramón reaccionó positivamente, y de un solo golpe y sin medir consejos de nadie, paro la ingesta de alcohol, no trasnochó más y se aparto de la mala vida.

 

Ese día se levantó temprano.  Se alistó y se fue a una soda a comer algo.  Luego se dirigió a San Antonio, a la casa de su tía.  Al ratito de haber llegado al pueblo, Rosalva se enteró, por el correo de las brujas, de que su escurridizo marido estaba en la casa de doña Hortensia.

 

Inmediatamente, la joven se arregló de lo mejor que pudo, poniéndose una enagua bastante corta y provocativa, que dejaba a la vista de todos, la belleza de sus piernas, para que su marido se entusiasmara con ella y se percatara de todo lo que su esposa tenía, como un preciado tesoro, reservado, única y justamente para él.

 

Rosalva toco la puerta de la casa de doña Hortensia y pregunto, sin titubeos por su marido.  Pase adelante y siéntese cómoda en la sala -dijo la tía_ quien ya estaba bien enterada de todo lo que había pasado entre ellos.  Voy a llamar a mi sobrino para que conversen tranquilos.  Tiene todo el tiempo que estimen necesario -dijo, amablemente la señora_.

 

Ramón, cuando vio a su mujer tan bonita, en principio exhibió una pequeña mueca de satisfacción en su demacrado rostro, pero a la vez no pudo ocultar el descontento que sentía por dentro.  A Rosalva ser linda le ayuda mucho y sabía que él la amaba, pero no lo suficiente como para casarse tan joven y por ninguna razón debió prestarse para esa absurda boda.  Pero al mismo tiempo, al verla tan fresca, lozana y bella, el novel esposo se sintió complacido y trato de ser amable con ella.

 

Lo cierto es que ninguna mujer es capaz de cerrar las puertas al matrimonio, mucho menos ella, que había dado múltiples muestras de estar, perdidamente enamorada de él.

 

Esa noche, Ramón le pidió permiso a su tía, para que lo dejara quedarse durmiendo en su casa, con su esposa; ya que hasta la fecha, no habían disfrutado de la apetecida luna de miel y le prometió a su mujer, llevársela al día siguiente para Guácimo.

 

Ramón estaba dispuesto a hacer todo lo que fuera necesario con tal de corresponderle y tratar bien a su esposa, para que ella se sintiera a gusto, y sus padres volvieran a creer en el.

 

Rosalva llegó con el cuento, todavía caliente, a la casa de sus padres, de que su marido había venido a llevársela para siempre y los viejos, especialmente don Noé, al escuchar la buena noticia, no cabían de contentera.  Ese muchacho -decía el viejo_ no deja de tener razón.  La verdad es que casarse en estos tiempos, donde anda tanta tentación suelta en la calle, no es nada fácil.

 

Es cierto que los hombres solteros no capitalizan, pero llevan una vida a todo dar.  Uno casado y joven, tiene que acostumbrarse al yugo, y carnita fresca, nunca hay - decía el viejo_.

 

Aunque no existe el perdón sin arrepentimiento que pueda evitar lo pasado, don Noé era un hombre de bien y con una sonrisa esplendida en su boca, le propuso a su hija que fuera, inmediatamente, donde esa señora y se trajera a su yerno para su casa, que también era de él, y de paso le susurró al oído: ahora si pueden dormir juntos en su cama, como marido y mujer, sin ropa encima y sin ofender a Dios.  Rosalva miró a su padre y le regaló una sonrisa pícara, la cual mantuvo atorada en su provocativa boca por un instante fugaz.

 

Ramón esa noche, durmió en la misma cama donde hacia unos meses, su suegro, había tratado de estrangularlo, cuando lo encontró durmiendo, a escondidas, con su hija.

 

Al día siguiente, en la mañanita, después de desayunar en la cocina, un delicioso gallo pinto, con huevos fritos, plátano maduro, natilla, café y unas grandes tortillas con queso que le había preparado su suegra, los recién casados se despidieron de la familia.

 

Ramón se despidió de don Noé, le dio un fuerte abrazo y le pidió perdón por los malos momentos que le había proporcionado, prometiéndole que de aquí en adelante, lo iba a ver, no como un suegro, sino como a un nuevo padre.  Los flamantes esposos se despidieron de todos los miembros de la familia, y luego se dirigieron hacia el cantón de Guácimo, donde tenían construído su tibio nido de amor.

 

Pero Ramón, de repente y sin saber porque, comenzó a visitar nuevamente el Barquito; volvioa la tomadera de tragos, las mujeres no faltaban y algunas veces, hasta se atrevioa pasar frente de la casa de Rosalva, completamente ebrio y con una mujerzuela, de esas que se alquilan a cualquiera por unos cuantos pesos, guindando de su hombro.

 

Rosalva hacia comenzado a perder la confianza, la ilusión y el amor por su marido, pero no encontraba la forma de comentarlo con sus padres.  Ella sabía que el viejo le iba a decir, que el matrimonio era para toda la vida y que la mula, aunque brinque fuerte y seguido, hay que amansarla.

 

Por esa razón, Rosalva lloraba con asiduidad, día y noche.  Sus bellos ojos, que en un principio aparecían bañados de luz, ahora se le iban a secar de tanto llorar, como se secan las matas, cuando no se riegan.

 

En las noches húmedas y frías, cuando aún no había llegado su marido, ella se lamentaba de la hora en que se había casado con ese hombrecillo borracho, mujeriego, pendenciero, falso y tonto.  Ramón, aquel hombre del cual ella se había enamorado hasta la médula; llegando al extremo de exponerse a todo por seguirlo a él; ahora le parecía una porquería de hombre.

 

Ramón soportó ocho meses de vida matrimonial, pero no aguantó un día más.  Un día cualquiera, que amaneció con la mente clara y el pensamiento despejado, decidió poner fin a esa borrascosa unión, donde ya se habían perdido todo, incluso, el deseo y la pasión, que en otros tiempos, lo había devorado por dentro.  Sólo quedaba la rutina, que al igual que el cáncer, lo engulle todo.

 

Mañana mismo, iré a buscar a mi abogado, para que inicie los trámites del ansiado divorcio, tal como me lo había prometido.

 

_Buenos días, don Mario -dijo Ramón_.

 

_A que le debe su visita, tan tempranera -pregunto el jurisconsulto_.

 

_Vengo a divorciarme -respondió a secas Ramón_.

 

_Qué bien  Déjeme dos mil coloncitos y un litrito de guaro Cacique, como un gesto de cortesía de su parte y vera que muy pronto, usted estará otra vez, libre como el viento.

 

_Pero, licenciado -dijo Ramón_.  Usted me prometió que me divorciaría de gratis, a los tres meses de casado, si así lo quería.

 

_Bueno, Monchito ya han pasado no tres, sino ocho meses y con la inflación y el alto costo de la vida, ya uno no se puede dar el lujo de hacer ningún trabajito de gratis, ni siquiera a los buenos amigos, como usted.

 

_Deme mil pesitos nada más, pero consígame el guarito y confíe en mí, que yo lo divorcio de esa mujer, tan rápido como aparece el alba del nuevo día.  Le prometo que muy pronto, usted volverá ser tan libre como la brisa del mar.  Le aseguro que usted hoy se acuesta casado, pero mañana se levanta divorciado.  ¿No le parece bien?

 

Lo cierto es que. Ramón Porras Líe, que de paso, nunca supimos, a cencia cierta, si se casó por estupro o por estúpido como él afirmaba, terminó desaciéndose de Rosalva en buenos términos, y todavía hoy, mantienen una bonita relación de amistad.

 

Ella se caso por segunda vez.  Al año de divorciada, encontró un buen marido, tiene una parejita de hijos y formó una bella familia.

 

El siguió huyéndole al matrimonio por tiempo, pero al final del camino que nos tiene trazado el destino, Ramón encontró una buena mujer y contrajo nupcias por segunda vez.  Tienen siete bellos hijos el mayor, siguió sus pasos profesionales.

 

Esta es una de las tantas Historias Sobre Rieles que hemos querido rescatar, donde un hombre enmorado pero indeciso, sin querer, se vio obligado a casarse por estupro o por estúpido.

 

_ ¿Por qué se casó?

_ ¡No lo sabemos!

_ ¡Sólo Dios lo sabrá!