Consultas Inmuebles declarados patrimonio

  • Provincia:
  • Cantón:
  • Distrito:

 

 

 

 

Nadie se muere la víspera

 

Jorge Sáenz Lobo

 

nadie se muere la vispera - copia

 

A como me lo contaron lo cuento yo. Un relato en que la historia se convierte en mito, manifestación que hace real a Guanacaste.

 

Fué el siete de enero de 1936. Un día antes de las Fiestas Cívicas de Liberia. Doce atronadoras bombetas hacían señales de humo blanco anunciando la víspera y las campanas de la vieja torre se unían a la algarabía que reinaba en el pueblo. Música alegre y bullanguera no cesaba de amenizar la más autentica de nuestras tradiciones. Sonó el reloj dando puerta al bullicio y los retrazados sabaneros que apenas hiban llegando al pueblo con sus mozas a las ancas de sus bestias se apresuraban con sus remontas para no perderse nada de la fiesta, que año con año llenas de glorias y de recuerdos llevan los cuatro vientos por todos los rincones del llano, la noche y el monte.

 

Van a ser las doce...medio día. Repletas las aceras de gente que buscaban el mejor lugar para apreciar los toros que venían de las mejores haciendas, pero esta vez le tocaba el arreo a la hacienda Las Trancas que arrancando del Puente Real doblaba en la gobernación hasta la plaza de la Agonía. Una figura bien montada, casi legendaria...el sabanero, gran conocedor del quehacer en la hacienda, alegre, decidido y cumplidor garantizaban aquel arreo hasta el encierro de varas amarradas con bejuco. En la plaza rodeada de barreras y tablados esperaban ansiosos el "lárguelo" que unas horas antes de las tres de la tarde se hacía con toros que servían a manera de prueba. Nadie sospechaba que aquella víspera sería fatal. Muchos eran los valientes que habían probado piernas y pagaron con sus vidas por la fama de querer montar.

 

La concurrencia abarrotó la plaza y los tablados y un toro hosco, lomo candela, cachos puntales, tranqueño por más señas, se colgaba y se retorcía haciendo salir humo de la horqueta del bramadero. Iban a probar el primer toro de los tres o cuatro que se acostumbraba tantear como muestra de que los que se hiban a lar­gar en la corrida eran buenos.

 

Cuenta Carmen Reyes Mendoza...que aquel toro no sabía de manila ni de bramadero Bravo como lucifer...atrajo la curiosidad de muchos y buenos hombres a la monta. Pero todos se miraban y nadie se atrevía a decir "YO" por lo que ya casi estaba decidido el mandador a soltar el toro cuando Camilo, un sencillo sabanero, un hombre de campo que observaba la escena con la pierna cruzada sobre el copete del caballo sintió como que algo se le anudaba en el alma y con valor y decisión se lanzó del caballo y dijo "ese toro es mío y he de montarlo aunque muera... ya verán como le quito el frío". Pidió las chocoyas con coraje. Este atrevimiento hizo que las miradas de los más hombrecitos se encontraran y no tardaron en reírse y burlarse de la osadía del tal Camilo. Se arrequintó la faja hasta donde terminan, los ojales. Se arrolló los pantalones y sentado en el terreno se afianzó las gazas. Con el sombrero ala para atrás pasó por el galillo unos tragos de aguardiente que en un cacho retorcido le ofrecían temblorosas manos. Se arrimó decidido al bramadero y con una mano en ademán de sostener al animal tanteó la albarda de cuero curtido. Se colgó del jinetillo, sacudió el pretal y poniendo sus grandes dedos fuertes de su pié descalzo sobre el estribo de color del bronce se aseguró arrollándose las coyundas y apretando muy duro sus piernas dejó oir el canto de muerte con que ofrecen la vida los montadores... "Larguelo". El pueblo impaciente esperaba de pié, luego un silencio que daba escalofríos y de pronto voló el falso y el pegador hechando humo que hacía traquear el bramadero. Despega el toro con el hocico lleno de baba que blanqueaba las narices retorciéndose en el aire mientras que Camilo se mantenía aferrado a sus coyundas. Escrito estaba que ese día sería fatal y fue así como la víspera se convirtió en el día haciendo una historia que luego sería un mito. Nadie de sus compañeros ni vaqueteros tendió su brazo en auxilio del montador y de pronto...una cornada matrera, con sus afilados y enormes cachos recien mochaditos cortó las arterias que dan vida al montador y aquel cuello que por última vez dijo con decidida voz... "larguelo" brotó en sangre como fuente en torrentera. Cuenta Carmen Reyes Mendoza que "Gallo llamó a Ramón Luna para ayudar a Camilo pero ya Camilo estaba herido, degollado y su sangre teñía de luto el cielo de la bajura. Cayó desplomado y expiraba muy cerca del toril, entre compañeros como le cantó el gran Héctor Zuñiga R, mientras que aquel toro hosco, tranqueño, desmochadito reciente, bravo cual lucifer y maldito a la monta se perdía entre turbonadas polvorientas dejando escrita una página más de como la vida se puede jugar por una tradición. Camilo Reyes Ruiz, hijo de Magdalena Reyes, trabajó en la Hacienda El Jobo de don Alejandro Hurtado. También fue corredor de línea en tiempos en que la comunicación era por telégrafo. Pero sobre todo Camilo fue un reconocido cimarronero.

 

Cuentan otros que vivieron la época, que Camilo descanzaba y que otros sabaneros llegaron a buscarlo porque ese toro hosco siempre se les devolvía. Estaba tomado pero se lo llevaron. Al ponerle las espuelas se fue de bruces, Félix Reyes y cabo Rica, le ayudaron a encaramarse en el hosco y el resto de la historia se revolvió en el mito. Se asegura que Mariano Rueda prestó una tijereta para llevarlo a manera de camilla al hospital pero la muerte había ganado ese día.

 

Aun llora Carmen Reyes Mendoza al cantar Liberianos montadores, todos hombres de verdad, Camilo será Camilo por toda una eternidad.