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Dos lecciones de medicina

 

Autor: Edgar Leal Arrieta

 

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Serían las 4 de la tarde de una tarde de julio. A la casa del maestro de San José de la Montaña llegaron dos niños de don Luis Matarrita, a preguntarle si tenía algo para el dolor. Gabriel, el hijo de Martín, estaba con un dolor de estómago insoportable. El maestro rebuscó en su pequeño botiquín y sólo encontró unas Orientales.

 

Aunque sus conocimientos médicos eran muy elementales, don Beltrán, el maestro decidió ir a ver que pasaba y yo con doce años decidí acompañarlo. A pocos metros de la casa de don Martín ya se oían los lamentos y gritos de dolor de Gabriel. Entramos a la humilde casa y en una cama cuja Gabriel, un joven fuerte, de unos 18 años se retorcía de dolor, con una fiebre que le sonrojaba la boca, la nariz y la piel. De vez en cuando se arqueaba con náuseas, pero lo que más me llamaba la atención era su pierna derecha flexionada al máximo, la cual arrancaba gritos de dolor cuando intentaban estirársela. Mi papá observó la escena, intentó darle la Oriental, pero así como la tragó la expulsó acompañada de un líquido con olor a ácido, que era lo único que le quedaba en el estómago. Al ver esto, mi papá les dijo, hay que sacarlo para el pueblo a ver que le pueden hacer en la Unidad Sanitaria. El problema era cómo. Todo el vecindario de Mango Mocho rodeaba la casita tratando de ayudar en algo. Rápidamente improvisaron una camilla con la lona de una tijereta pues era imposible que Gabriel soportara el trote de un caballo que era el único vehículo que había en esa zona.

 

Santa Cruz estaba a 24 kilómetros lo cual significaba 5 horas bajando y subiendo por un camino estrecho lo cual hacía más penoso el recorrido. La camilla debía ser llevada en hombros por dos parejas de hombres, dos adelante y dos atrás lo cual significaba que los que iban en el flanco derecho tendrían que ir encorvados para que la improvisada camilla fuera en posición horizontal.

 

La comitiva inició su largo viaje. En el camino que se dirigía hacia el norte unos diez hombres se alternaban en la pesada tarea de cargar al enfermo que seguía encarrujado y quejándose, al vaivén del paso de quienes lo cargaban. En una curva del camino se perdió la caravana. Mi papá y yo regresamos a casa desconsolados de no poder hacer nada y pidiéndole a San Gerardo María Mayela que era nuestro patrono, que le ayudara a Gabriel para que saliera de aquel difícil trance.

 

Gabriel era el único hijo vivo de don Martín y doña Beleida. El matrimonio había perdido otros once que, por razones que nunca llegaron a saber, habían muerto antes de nacer.

 

A la mañana siguiente, muy temprano llegó la noticia. Gabriel había muerto en el camino y ni el médico que lo había recibido en la Unidad pudo explicarles de qué había fallecido. La noticia era que lo iban a llevar en carreta hasta 27 de abril y allí iba a ser el velorio, porque ya no había fuerzas para volverlo a llevar a San José de la Montaña.

 

Muchos años después, en las aulas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Salamanca, el Dr. Fernando Cuadrado Cabezón, catedrático de cirugía me aclaró para siempre la muerte de Gabriel. En su clase magistral nos dijo: "Un dolor intenso en la fosa inguinal derecha, que busca hacia el ombligo, que se acompaña de fiebre, náuseas y vómitos más la flexión del miembro inferior derecho nos indica que estamos ante una Apendicitis. Y seguidamente agregó: si no se interviene rápidamente, la apéndice se rompe se contamina los intestinos y esto da lugar a una peritonitis que es mortal, si no tenemos la suerte de tener un hospital cerca.

 

Un año después en clase de Ginecología, el Dr. Clavero aclaró otra de las interrogantes que me surgieron en la casa de Gabriel. Nos explicaba la incompatibilidad de grupos sanguíneos y sus efectos sobre el embarazo y nos dijo: Cuando una mujer Rh negativo queda embarazada de un hombre Rh positivo, el primer hijo nace sin problemas, pero la madre crea anticuerpos contra los siguientes embarazos y lo más probable es que esos niños no lleguen a término o que nazcan con severas malformaciones. Resumiendo, Gabriel había muerto de apendicitis perforada con peritonitis subsecuente y sus hermanos no habían llegado a nacer porque su madre tenía Rh negativo y no había permitido que sus siguientes hermanos llegaran a término.