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Cuento:

La batalla de Guayanquén.

 

Entre los pastos guayanqueníes, se ven como turbulencias las cabelleras agitadas de Tepey, Naja y Guyumé, sus sonrisas cortan el viento de aquellas tierras, bautizadas por innumerables ojos de agua y germinadas con el sustento diario de su pueblo, salido de sus propia tierra y consentido por la buena mano de los indios, Tepey y Naja son hijos del cacique Umáh, querido y admirado por su pueblo, Tepey está destinado a ser su sucesor, la tradición así lo dicta y Naja será la esposa de algún hombre de confianza de su padre y cuidará a los hijos que procreen, el padre de Guyumé es un jefe de combate, lleva constantemente a su hijo a los entrenamientos, el niño disfruta enormemente, juega con los puñales y los arcos a la puntería, es así como luego enseña a sus amigos y juegan a las batallas y cacerías.

 

Tepey busca siempre la compañía de Macai, un viejo agricultor que le ha enseñado a preparar la tierra en luna nueva y a sembrarla en cuarto creciente, el niño deja caer de entre sus deditos las semillas, en cada uno de los orificios que Macai ha hecho y las cobija con mucha soltura, pidiéndole al Dios de la Tierra, que esa sea una buena cosecha, el viejo solo lo mira...

 

Naja prefiere jugar con Guyumé, para ella es más entretenido disparar los arcos y cortar las nubes con sus flechas de hierro, montan a caballo por los pastizales y planean estrategias para huir en caso de que los enemigos ataquen, se revela contra las actividades propias de su linaje y detesta los vestidos bordados en oro con enorme pedrería, Rina, su madre se siente preocupada de no poder doblegar la voluntad de su hija, no pareciera ser una digna representante suya y no sabe si sabrá ocupar el lugar que le corresponde como hija del Cacique Umáh.

 

El cacique, ya ha percibido las inclinaciones de sus hijos y no permitirá que su familia pierda el aplauso de su pueblo, además no perderá el linaje que por años han conservado sus ancestros, ser cacique es una bendición de los dioses, que les prometen una muerte indolora y llena de honor.  Según cuentan, cuando su abuelo murió, dos aves azules se llevaron su alma colgada entre sus patitas y desaparecieron entre las rocas de una montaña, haciendo llover y llenando los pastizales de verdor, ese año la cosecha fue espléndida.

 

Cruzando el mar, se encuentra la tribu de los georgenitas, especialmente guerreros, que han deseado por generaciones conquistar a los guayanqueníes, sus tierras tan fértiles, que no se comparan a las suyas tan arenosas y llenas de sal, son la envidia de este pueblo tan bélico, que no desea más que aumentar su riqueza, aunque sus arcas están repletas de tesoros adquiridos en guerras ganadas.  El cacique Umáh, tuvo la visión de que esta tribu invadiría la suya en un futuro no muy lejano y esto le preocupaba frecuentemente, tenía que prepararse para el enfrentamiento y proteger a los suyos.

 

Un buen día, contempló Umáh a su hijo, estaba trabajando al sol en los campos verdes y llenos de luz, se dio cuenta de que el muchacho era como una de esas rocas que se ven a lo lejos en sus montañas, fuerte y lleno de vigor, era extraño como unos días atrás apenas era un niño montado a su espalda, pensó que talvez el contacto con la tierra le había vitalizado y hecho crecer de esa forma tan rápida.

 

Por otro lado, Naja ya era una mujer, todavía no usaba sus trajes de gala, pero sus caderas eran anchas y sus pechos grandes como su madre, estaba lista para procrear.

 

Así que, Umáh decidió pedirle al padre de Guyumé, que entrenara a su hijo en el combate, pronto podría necesitarle, además Tepey iba a ser cacique y todos los caciques saben de guerras y batallas.  También pidió a su esposa Rina, que preparara a Naja para el matrimonio, era preciso que conociera de sus obligaciones como esposa y que hiciera una serie de rituales que requerían bastante tiempo, él se encargaría de buscar un marido apto para ella.

 

Pronto la vida de ambos cambió, con sumo descontento, Tepey cambió sus instrumentos del trabajo en el campo por los de combate, aprendió a defenderse y a atacar, a usar puñales, espadas y arcos de flecha, en ocasiones imaginaba estar en el campo sintiendo el sol en su espalda y la tierra en sus manos, el olor de la tierra, era diferente al que emanan los cuerpos cuando sangran por alguna flecha o cuchillo encarnado, no germinaban los tallos con fruta, ni brotaban hojas de la tierra, no habían canto de yiguirros al aproximarse la lluvia, ni murmullo de los ríos, ni quietud de la laguna.  Un día se percató de lo infeliz que era, de la forma en que había empezado a apretársele el pecho cada mañana de entrenamiento, se percató de que las aves eran más felices que él, volaban libremente sobre los campos y se bañaban en los riachuelos, mientras él, luchaba fuertemente contra su opositor.

 

Naja, no dejaba de reclamar por su matrimonio, escapaba cada vez que podía y pedía a los dioses, alguna enfermedad que la alejara de las danzas para la fertilidad y los baños en luna llena.

 

Se había corrido la voz, hasta llegar a oídos de los georgenitas, que los hijos del cacique, se estaban preparando para la madurez, que Tepey estaba aprendiendo la sabiduría de la lucha, que además era buen guerrero, muy acertado, buen dirigente y contaba con el respeto de los suyos, sus enemigos sabían que no era buen momento para atacar.

 

Pero un día sucedió la desgracia... no calculó Tepey el alcance de aquella flecha que llegaría a herirlo casi mortalmente, causándole altas temperaturas y un sueño en el que cayó profundo... era como caer de un precipicio sin fin, empezó Tepey desde su inconciencia a ver imágenes de su vida flotar; su vida en el campo, el viejo Macai, los días soleados, las tardes lluviosas, la joven que hacía vasijas de barro para acarrear agua, había llegado casi a olvidarla, aunque era incontenible la risa nerviosa que le provocaba cuando la sentía cerca y además recordó el bienestar, la sensación de libertad, la satisfacción que le generaba esa vida de campesino, no se sentía como atrapado en un cuarzo blanco, contrario a sus días de entrenamiento.

 

No dudaron los enemigos en atacar Guayanquén, apenas supieron del estado de Tepey, sabían que el cacique estaría como muerto en vida por su heredero y una noche sin luna, entraron a sus costas, burlando la tranquilidad de los habitantes que dormían plácidamente, y se esparcieron por todo el lugar, pronto empezó la batalla, guayanqueníes y georgenitas enfrentados, unos para conquistar, otros para conservar lo suyo, sin embargo parecía difícil pelear sin estrategia y sin mando... a los días, la tribu de la tierra fértil, estaba marchita y sin aliento.

 

Fue por el mismo caos que nadie notó la ausencia de Naja, quien al lado de su inseparable compañero Guyumé, se puso al mando de su tribu, los que la pudieron contemplar luchar tan fuerte como cualquiera de ellos, cada espada en el pecho, cada flecha acertada, cada enemigo muerto, era un niño más, un anciano más, una madre más que recobraba su libertad y sus sueños, y fue así, como con grandes dificultades la tribu pudo expulsar a sus invasores enemigos de su tierra.  A los días el pueblo parecía ir recobrando su equilibrio y sus habitantes la conciencia de un pueblo libre, cada uno sabía lo que su alma quería hacer de su vida.  Tepey, por fin recuperado, había decidido continuar con su lazo íntimo con la Tierra, que lo protegía de la tristeza y la insatisfacción, tenía el espíritu de un pajarillo liberado de su jaula y la compañía de quien calmaría su sed, cuando el calor fuera insoportable.  Naja, al lado de Guyumé, no cesaría de sus entrenamientos y sus luchas, y su padre no tendría más remedio, que aceptarle y nombrarle su heredera, aunque los dioses le negaran los privilegios prometidos.

 

El sol siguió saliendo todas las mañanas en el Guayanquén, la lluvia siguió cayendo por las tardes y la luna figuró por las noches en el cielo estrellado, las viejas generaciones fueron dando lugar a las nuevas y la sonrisa de aquellos personajes siguió cortando el viento, algunas veces por el nacimiento de un hijo, otras veces por las chispas de que sacan de lo cotidiano y otras simplemente por la alegría que da tomar el camino correcto, el camino del destino que cada uno lleva trazado en la palma de su mano.