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El amor de la bruja Zárate

 

Hace muchos años en un pueblito rural llamado Rabo de Mico, que se encuentra a las faldas de la imponente Piedra Blanca vivía una muchacha que era lo que se conoce como un alma de Dios, se llamaba María Zárate, ella era muy gentil y siempre andaba con la risa a flor de labios y cantando, no era extraño verla jugando con los niños o sentada en el quicio de una puerta o bajo un árbol contándoles cuentos, todos en el pueblo la apreciaban y la reconocían cuando se iba acercando por esa risita refrescante que siempre la acompañaba.

 

Pero el Patas se sintió más incómodo que si hubiera dormido con un trompo en una bolsa con la acciones de Mariquita, y entonces pensó en hacer algo para molestarla.

 

Fue por ese entonces que a Rabo de Mico, llegó un extranjero rubio, de ojos azules, de hablar medio enredado, que tenía mucho dinero y que decía que venía del norte; este extranjero tenía enamoradas a todas las muchachas del pueblo por sus finas y elegantes ropas; pero le había puesto el ojo solamente a Mariquita, la cual se enamoró perdidamente de él.

 

Pero un día cualquiera el extranjero desapareció y Mariquita quedó abatida por el dolor pues esperaba un hijo de él, ella comenzó a ponerse triste y ya no era la misma que antes, se volvió solitaria, estaba muy deprimida a tal punto que dejó de jugar con los niños y ya no cantaba, a veces pasaba días sin probar bocado, se sentía muy mal porque para colmo de males la habían echado de su casa y en el pueblo su situación de madre soltera era comidilla de todo el mundo.

 

Tanta fue la tristeza que una triste tarde de octubre Mariquita perdió a su hijo, y entonces abatida por el dolor y la desesperación, subió a los Cerros de Estucurú y se abrazó a un higuerón, y lloró, lloró por frustración, por soledad, de tristeza, de desesperación, reclamándole a Tatica Dios porque la vida era tan cruel con ella.

 

Pasó llorando toda la noche y tan ensimismada estaba en su dolor, que no se dio cuenta que dónde había abrazado al árbol, le había clavado las uñas y que por ahí bajaba un hilito de savia que fue formando un pozo en suelo junto con sus lágrimas, el rocío de la noche también se fue acumulando ahí, cuando despuntó la aurora y un rayito de sol vino a tocar aquel pocito que se había formado a la par de Mariquita algo mágico sucedió de aquel pocito fue saliendo una vaina del tamaño de un hombre.

 

La vaina se fue abriendo poco a poco y salió un hombre de tez morena, ojos negros como la noche y cuya voz era como el trino de las aves, este hombre le dijo a Mariquita que Tatica Dios había visto lo que le había echo el Patas y que para recompensarla, lo había mandado a él para que la amará y le devolviera la alegría.

 

Mariquita poco a poco fue recuperando la alegría y la belleza de su rostro, volvió a reír, cantar y jugar, y de nuevo era la Mariquita de otros tiempos, se pasaba visitando las pozas y los potreros con sus amigos y su amado.

 

Pero quiso el destino que el 12 de Junio en un turno, fuese apareciendo el extranjero que fue novio de Mariquita, y llenó de cólera porque la vio con otro le disparó a traición al novio de Mariquita, pero en lugar de caer el cuerpo inerte al suelo, este se convirtió en un montón de ceniza que se lo llevó el viento y lo esparció por todos los Cerros de Estucurú, en las hojas de los árboles, en las flores, en el ala de los gorriones, en las piedras del río, en la Piedra blanca, por todos los cerros quedó lo que alguna vez fue el novio de Mariquita.

 

Mariquita desperada llorando subió a los cerros y comenzó a llorar gritándole a Tatica Dios que por qué le daba la alegría para luego quitársela, que por qué era tan injusta la vida con ella.  En esas estabas cuando va apareciendo Tatica Dios, con cara de apenado y cabizbajo y le dice que él no puede crear otro hombre igual porque como todas sus creaciones él era único, pero para recompensarla le concedería lo que le pidiera.

 

Mariquita le dijo que ella lo único que quería era poder estar eternamente con su amado, y es por eso que desde ese día, la mal llamada bruja Zarate vigila y protege los Cerros de Estucurú, no por ecología sino porque ha logrado ver en cada parte de ellos una parte de sus ser amado.